Al Grano
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Alarma social: banda sonora en la investidura de Sánchez
Congreso dividido, calle enrabietada, empresarios inseguros, juristas perplejos y jueces ninguneados. Es lo que hay
Mal empezamos si de verdad se quiere mejorar la convivencia entre españoles y hacer un país más habitable, como dice el borrador de la ley de amnistía.
Su exposición de motivos va a vertebrar el discurso de investidura del nuevo candidato a la presidencia del Gobierno, que hoy comparece como acusado de recortar la esperanza de vida del régimen del 78.
Sí, mal empezamos, a la vista de los primeros impactos de la iniciativa apadrinada por el PSOE y sus subversivos costaleros: Congreso dividido, calle enrabietada, empresarios inseguros, juristas perplejos y jueces ninguneados, mientras Europa mira expectante y recelosa la deriva española, por si los tratos entre partidos se trasladan a los textos legales.
Esas son las gracias de Sánchez, las más visibles en un régimen de opinión pública como el nuestro, las más aireadas en los circuitos políticos y mediáticos cuando el todavía líder del PSOE se dispone a pedir la confianza de los representantes del pueblo soberano para atornillarse al sillón en medio de un agobiante clima de polarización política, inseguridad jurídica e inestabilidad institucional.
Que el templo de la soberanía nacional aparezca hoy blindado policialmente revela el abismo entre representantes y representados
Se equivocan en la Moncloa si endosan esas reacciones sociales e institucionales a la falta de mesura de Núñez Feijóo o al mal perder de la derecha. Y no vale usar tretas baratas de tertuliano ofendido para disimular los efectos de una apuesta cuyo carácter político nos distrae de su inmoralidad: venderse “por el bien de España” a quienes no quieren ser españoles.
Que el templo de la soberanía nacional aparezca hoy acorazado por un blindaje policial sin precedentes revela la desconexión entre representantes y representados. Alarma social como banda sonora de la sesión de investidura que inevitablemente va a girar en torno a la ley de amnistía. Mejor dicho, al hecho de legislar ad hoc a cambio de garantizarse en la votación el decisivo favor de los siete síes vendidos en Bruselas al enviado especial de Sánchez por un sinvergüenza con flequillo.
Ni en mis peores sueños hubiera imaginado que solo siete de 350 diputados, en nombre de la quinta fuerza política de cierta comunidad autónoma, iban a remover el andamiaje del Estado y a propiciar la humillación pública del poder judicial. Uno de los tres poderes del Estado. El más desprotegido en un régimen donde los otros dos (ejecutivo y legislativo) están confiscados por los partidos políticos.
Pero es lo que hay.
Se entiende el temor del Tribunal Supremo a dejar inservible la doctrina defensiva del Estado de derecho frente al flagrante intento secesionista por parte del independentismo catalán. Como se entiende igualmente la concertada voluntad de Sánchez y Puigdemont por extender la amnistía a los supuestos de lawfare (Justicia politizada) que pudieran detectarse en las también pactadas comisiones de investigación sobre los casos Pegaso y Policía patriótica, descifrados en clave de represión ideológica por el independentismo, sin que la parte contratante (el PSOE) impidiera semejante desafuero.
Se entiende el temor del TS a que se malogre su doctrina frente a los intentos secesionistas del independentismo catalán
El mensaje no puede sonar más perturbador: los jueces no son de fiar. Aberrante elemento de desconfianza de los escribanos de la ley de amnistía respecto al poder judicial. O sea, frente a los servidores públicos institucionalmente llamados a aplicarla, a cumplirla y hacerla cumplir.
Ojo, que se avecinan tiempos recios en la temporada otoño-invierno de la política nacional.
Mal empezamos si de verdad se quiere mejorar la convivencia entre españoles y hacer un país más habitable, como dice el borrador de la ley de amnistía.
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