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Antonio Casado

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Las dos izquierdas vuelven a ser tres

Desde que Yolanda se convirtió en la niña bonita de la izquierda la estrella de Podemos va hacia su irremisible apagón

Foto: Yolanda Díaz, Pablo Iglesias e Irene Montero en la  tercera jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez en el año 2020. (EFE/Mariscal)
Yolanda Díaz, Pablo Iglesias e Irene Montero en la tercera jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez en el año 2020. (EFE/Mariscal)
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Con la fuga de Podemos reaparecen las tres izquierdas. Las que se temían en vísperas de las últimas elecciones generales. Por suerte, para Sánchez, solo fueron dos. Ahora en Podemos le acusan de haber sido cómplice de Yolanda Díaz en la caída de las ministras Belarra y Montero. Y a la vicepresidenta, de hacer el papel de "izquierda servil".

Otros creemos que el peor enemigo de Podemos va con ellos desde su acto fundacional en enero de 2014. Es Ignacio Varela quien, con más autoridad que yo, se refería ayer en este diario a "los Ceaucescu de Galapagar". Amén.

Si yo fuera Pedro Sánchez también me despertaría "bañado en sudor", como dice que le ocurría en tiempos recios de pandemia, de solo pensar en la condición dinamitera de Iglesias Turrión. Sin subestimar los efectos del berrinche de Ione Belarra, lideresa oficial de lo que va quedando de Podemos.

La sed de venganza anida en el pecho del exvicepresidente, hoy echado al monte, fuera de control, emancipado de la disciplina de Sumar, aunque con ascendiente fáctico respecto a cinco escaños capaces de alterar en un momento dado la ajustada matemática parlamentaria sobre la que se sienta Sánchez.

Las cenizas no dan para que los del "no nos representan" se acojan a la épica del ave Fénix, pero lo intentarán en elecciones venideras

Desde que Yolanda Díaz se convirtió en la niña bonita de la izquierda a la izquierda del PSOE, la estrella de Podemos va hacia el irremisible apagón. Por méritos propios. Fruto lógico del narcisismo-leninismo de Iglesias aplicado a una prometedora fuerza política que ha recurrido al transfuguismo como último recurso para no caer en la irrelevancia.

Hace poco más de siete años, Unidas Podemos consiguió cinco millones de votos y 71 escaños (elecciones de 2016). Pero aquel "sí se puede" se ha desvanecido en la melancolía, tal y como lo explicaba este jueves Manuel Cruz, mi filósofo de cabecera, en su artículo de El País. Con el personalismo de Iglesias en el principio de la decadencia de lo que pudo ser y no fue. Recordemos que fue él quien propulsó el lanzamiento de Yolanda. El arrepentimiento llegó demasiado tarde. Ahora no tiene vuelta atrás. Las cenizas no dan para que los del "no nos representan" se acojan a la épica del ave Fénix, aunque lo intentarán en las venideras elecciones gallegas, vascas y europeas.

Si se van de Sumar por odio a Díaz, no serán complacientes con ella ni con lo que representa como muleta política de Sánchez en el Gobierno

Su escapada de la coalición Sumar no les redimirá, salvo que tiren del enredo o la escaramuza para hacerse visibles. Estertores del animal herido que preceden al desfallecimiento frente los depredadores de la manada porque la aversión es mutua. Ha arraigado en la camarilla formada en torno a Yolanda Díaz, con figuras forjadas en los mismos fundacionales sueños podemitas. Y asimismo han arraigado en la escuadra hacia la muerte (política, se entiende) que inspira el desquite.

Todos los análisis coinciden en señalar que Irene Montero y los cinco diputados, Belarra incluida, han decidido abandonar la manada para hacerse notar en el grupo mixto. Cabe preguntarse qué reactivación política puede surgir de una minoría que niega su intención de conspirar contra Sánchez al tiempo que le advierte que tendrá que ganarse sus votos partido a partido, lo mismo que tendrá que hacer con Junts, ERC, Bildu o PNV.

Puro sentido común. Si se van de Sumar por odio a Yolanda Díaz, no serán complacientes con ella ni con lo que representa como muleta política de Sánchez en el Gobierno. Si abandonan el grupo parlamentario por seguir una agenda propia, especialmente en lo social, dicha agenda tendrá que ser necesariamente diferente y, por lo tanto, discrepante. De otro modo, el escapismo de Podemos carecer de sentido.

Foto: Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, en una imagen de archivo de 2020. (EFE/Mariscal) Opinión

Así que, insisto, si yo fuera Pedro Sánchez, no me fiaría de estos viejos amigos, que han sido víctimas de su propia confusión. El propio Iglesias llegó a reconocerlo con su habitual destreza para formular teóricamente el problema sin resolverlo, cuando cinco minutos después de constatar el fracaso de Podemos en las elecciones territoriales del pasado mes de mayo ("un resultado terrible, devastador", dijo), hizo público su diagnóstico: "Hemos transmitido confusión y la confusión ha generado debilidad".

Se refería básicamente a los desencuentros con Sumar cuando falló el proceso unitario y también a la falta de vertebración organizativa de Podemos, a diferencia de la potente implantación territorial del PSOE. Pero esa confesión de debilidad fortaleció a Yolanda Díaz y el proyecto de Sumar.

Las subsiguientes apelaciones de Iglesias a la humildad, a la hora de exigir cuotas de poder dentro de Sumar ante las urnas del 23 de julio, favorecieron la irresistible ascensión de la "ministra del pueblo", que ya había culminado su operación de "escucha a la sociedad" sin reparar en siglas ni egos. Solo su propio ego y su marca política (Sumar) salieron adelante, mientras se iniciaba el proceso de invisibilizar a Podemos.

Con la fuga de Podemos reaparecen las tres izquierdas. Las que se temían en vísperas de las últimas elecciones generales. Por suerte, para Sánchez, solo fueron dos. Ahora en Podemos le acusan de haber sido cómplice de Yolanda Díaz en la caída de las ministras Belarra y Montero. Y a la vicepresidenta, de hacer el papel de "izquierda servil".

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