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Antonio Casado

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Pedro Sánchez no cambia de bando

La bronca sigue latente y la desconfianza no se ha desinstalado entre los dos principales actores de la centralidad

Foto: Sánchez, en la clausura de la presidencia de la UE. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Sánchez, en la clausura de la presidencia de la UE. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Si no se enredan las cosas, lo mejor del encuentro Sánchez-Feijóo (junto a la modificación artículo 49 de la Constitución) ha sido el acuerdo para renovar el CGPJ. Incluye una reforma legislativa que refuerce la independencia de los jueces, con la mediación de la Comisión Europea. Y un cierto desarme en el lenguaje. Uno dejó de pregonar la "derogación del sanchismo". El otro desistió de colocar al adversario en el "berrinche permanente"

A modo de resumen y su moraleja: dos acercamientos de Feijóo en tres de las propuestas del Gobierno (CGPJ, artículo 49 y financiación autonómica) y un rotundo "no" de Sánchez a cada una de las once propuestas del principal partido de la oposición. Lo cual desmiente a la ministra portavoz, Pilar Alegría, cuando dice: "Somos el Gobierno del diálogo".

Pero la moraleja es otra. Pedro Sánchez no cambia de bando. Seguirá feliz en el oficio de freno a la derechona, unido a quienes nunca le hubieran permitido asumir los once puntos que Feijóo dejo por escrito sobre la mesa del encuentro, so pena de romper la baraja. O sea, el pedestal parlamentario sobre el que descansa el sanchismo y su agenda "progresista" y "plurinacional".

A los socios republicanos e independentistas de Sánchez no les va a cambiar el paso que a los "disminuidos" se les llame "personas con discapacidad". O que lo de la renovación del CGPJ sea cosa del PSOE y el PP por aquello de las mayorías reforzadas. Pero no tolerarían un frenazo a la amnistía, perder el acceso a los secretos de Estado, quedarse sin la alcaldía de Pamplona, renunciar al placer de quemar en la plaza pública una foto del Rey boca abajo sin pasar por un juzgado, guardar el debido respeto a los jueces como servidores del Estado represor, mangonear la reforma de la financiación autonómica, etc.

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, junto a Pedro Sánchez, tras la votación de su investidura. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Por su parte, Sánchez ayer se convirtió en el "doctor No" ante los requerimientos de Feijóo. No a remover al ministro Bolaños como interlocutor del PP, no a repensar la españolización de Telefónica sin gastarse 2.000 millones de euros de dinero público para entrar en el capital de la multinacional, no a asumir que el Gobierno se ha convertido una agencia de colocación orientada a controlar todas las instituciones públicas, no a compartir con la oposición datos sensibles sobre seguridad y defensa, no a explicar las furtivas negociaciones con los independentistas, no a reconsiderar los pactos con Bildu, etc.

La bronca sigue latente y la desconfianza no se ha desinstalado entre los dos principales actores de la centralidad (pilar derecho, pilar izquierdo). Sánchez sigue estando donde quiere estar: lejos del PP, manteniendo e incluso ensanchando la distancia y así tener un enemigo común como factor de cohesión del "progresismo". Lógico. Un acercamiento sería incompatible con el impostado freno a la derechona. El PSOE y sus aliados necesitan al PP para reconocerse en esta falsaria actualización del "No pasarán".

Necesitan al PP para reconocerse en esta falsaria actualización del "No pasaran"

De ninguna manera puede permitirse Sánchez poner en riesgo el difícil equilibrio que amalgama a la veintena de fuerzas políticas que integran su balcanizada ecuación de poder, sabedor de que en cualquier momento se le puede helar la sonrisa con eventuales fugas de tan subversivos compañeros de viaje.

Aceptar la mediación de la CE para resolver de una vez por todas la renovación del CGPJ supone reconocer la incapacidad de entenderse entre quién gobierna y quién puede gobernar en nombre de los intereses generales. Mala noticia porque el fondo de la cuestión es precisamente ese abismo, esa anomalía, esa desgracia que le ha caído a millones de ciudadanos con sed de centralidad.

Si no se enredan las cosas, lo mejor del encuentro Sánchez-Feijóo (junto a la modificación artículo 49 de la Constitución) ha sido el acuerdo para renovar el CGPJ. Incluye una reforma legislativa que refuerce la independencia de los jueces, con la mediación de la Comisión Europea. Y un cierto desarme en el lenguaje. Uno dejó de pregonar la "derogación del sanchismo". El otro desistió de colocar al adversario en el "berrinche permanente"

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