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El Gobierno, a pensar entre las encinas
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Antonio Casado

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El Gobierno, a pensar entre las encinas

Las terminales políticas y mediáticas están normalizando que la gobernabilidad depende del pulgar de Puigdemont

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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Los ejercicios espirituales de Sánchez y sus ministros en la finca toledana de Quintos de Mora, de titularidad pública, responden a una revolucionaria forma de hacer política: decidir antes de pensar si el apremio lo exige.

Retiro de fin de semana entre encinares, alcornoques y madroños para fabricar a posteriori los motivos de la claudicación ante el prófugo de Waterloo. Que puedan explicarse públicamente sin relacionarlos con la supervivencia de Pedro Sánchez en el Palacio de la Moncloa. Y sin que parezca —de ninguna manera, por favor— que los intereses particulares se imponen a los generales cuando la necesidad es el único camino hacia la virtud.

"Cada pensionista que les votó, está hoy mirándolos". Eso decía en la surrealista sesión parlamentaria del miércoles pasado el superministro Bolaños a los siete diputados de Puigdemont apelando a la altura de miras del Gobierno frente a la pequeñez del "¿qué hay de lo mío?". Como si la mezquindad de los personalismos, las reivindicaciones partidistas, las exigencias tribales, fueran cosa de otros (Junts y Podemos, claro) y no de este Gobierno definido por Sánchez como "humilde, laborioso y progresista".

La apelación a los intereses del conjunto de los ciudadanos —los catalanes y los del resto de España— era de puro sentido común. No puede ser que se esté banalizando el tráfico en cuestiones de mayor cuantía (seguridad jurídica, integridad territorial, separación de poderes, la propia imagen del Estado, etc.) por parte de un Gobierno ajeno a cualquier motivación que no sea la de su propia supervivencia en el poder.

Lo ocurrido el miércoles confirma que, en contra de la desdichada frase de Sánchez, lo que mal empieza está abocado a acabar mal

No debería ser. Pero es. Más preocupante como síntoma resulta que las terminales políticas y mediáticas estén normalizando el hecho de que la gobernabilidad de España depende del pulgar del Napoleoncito de Waterloo, cuando lo suyo sería estar echándose las manos a la cabeza, repasando los manuales sobre el fenómeno de los Estados fallidos o, sin más, haciendo cola en las fronteras para salir del país.

La ironía brota de mis apuntes en un momento caótico de la vida pública en España. Nunca como este pasado miércoles negro, 10 de enero, fue tan verosímil aquello de que habría colas en los aeropuertos si los ciudadanos supieran cómo se hace realmente la política. Y no es que faltasen datos anunciadores. Cierto. Este comentarista ya había convertido en un vector central de sus análisis la constatación de que el Gobierno alumbrado por la matemática parlamentaria salida de las urnas del 23 de julio lleva en su entraña política factores de implosión incompatibles con una apuesta razonables por la gobernabilidad del país en los próximos cuatro años.

Acabará en drama nacional, lo que de momento es una comedia cuyos primeros actores son Pedro Sánchez y Carles Puigdemont

Lo ocurrido este miércoles en el Congreso (físicamente, en el Senado) confirma y reconfirma que, en contra de la desdichada frase del presidente del Gobierno ("Bien está lo que bien acaba", que dijo al ver como Puigdemont le sacaba del apuro en dos de los tres decretos a convalidar) lo que mal empieza está abocado a acabar mal.

Acabará en drama nacional, lo que de momento es una comedia cuyos primeros actores son Pedro Sánchez y Carles Puigdemont, sindicados en una balcanizada ecuación de poder de futuro muy incierto. De momento ya hemos visto que el de Waterloo manda más que la vicepresidenta Yolanda, aunque esta solo vea chicos malos en Podemos. "Así no se puede gobernar", dice. Por fin, un soplo de realidad.

Los ejercicios espirituales de Sánchez y sus ministros en la finca toledana de Quintos de Mora, de titularidad pública, responden a una revolucionaria forma de hacer política: decidir antes de pensar si el apremio lo exige.

Pedro Sánchez PSOE
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