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A Sánchez no le gustan los objetores
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Antonio Casado

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A Sánchez no le gustan los objetores

El caso Page representa una de las tres fracturas latentes en la ecuación de poder que sustenta al Gobierno

Foto: Emiliano García-Page. (Cedida)
Emiliano García-Page. (Cedida)
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Al oficialismo sanchista no le gustan los objetores. A los de fuera, los compra o los trata de comprar con amnistías o embajadas. A los de la familia, los humilla acusándoles de desleales, resentidos o sedientos de notoriedad.

García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, no está en ninguna conjura con la derecha, a la que ha derrotado en las urnas. Pero le han puesto en la picota por su televisado corrillo en Fitur junto a cuatro presidentes del PP en comunidades infrafinanciadas, como la suya, respecto a otras con trato privilegiado conseguido en furtivas negociaciones.

Nada tan socialista como rebelarse contra la desigualdad entre ciudadanos y territorios. Sin embargo, el compadreo con barones de la derecha le ha puesto a tiro de quienes en su propio partido han decretado la caza contra los objetores. Él recuerda que, a lo mejor, lo que hoy es minoritario, mañana no lo es.

Se limita a pedir respeto, ni medio paso más allá, para seguir representando la indolente reserva de sentido común que todavía queda en el PSOE a la espera del retorno a la cordura. Hoy por hoy, parece revolucionario defender el vínculo con los ciudadanos antes que las consignas ocasionales del partido.

Page es la reserva indolente de sentido común a la espera del retorno del PSOE a la cordura

Dice en público lo que otros socialistas de toda la vida, como él, dicen en privado. La diferencia es que el presidente castellano-manchego está en activo y forma parte del PSOE oficial, aunque no del oficialismo. Con un plus de autoridad: es el único líder regional que gobierna una Comunidad con mayoría absoluta.

El oficialismo entiende que el afán de notoriedad es el resorte de los discrepantes. A Page se lo atribuye María Jesús Montero, número dos del Gobierno y del partido, pero resulta de aplicación a todas las figuras del PSOE que también denuncian lo que está ocurriendo en este tiempo oscuro de acercamiento a subversivos compañeros de viaje que, borrachos de notoriedad, marcan el rumbo de la política española.

Foto: El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, durante su tercer debate de investidura, en las Cortes. (Europa Press/Mateo Lanzuela)

Atribuir afán de notoriedad a socialistas que lo han dado todo por su partido, tan de vuelta como Felipe González y Alfonso Guerra, o de quienes todavía tienen mando en plaza y facturación electoral propia, como Page, es la enésima prueba de la pobreza argumental que arruina la "pedagogía" de Moncloa sobre las supuestas ventajas de seguir claudicando ante unos aliados cuyo sueño es dejar de ser españoles.

No logro encajar en un tardío afán de protagonismo a figuras tan connotadas en el campo político de la izquierda como Juan Luis Cebrián, Javier Cercas o Antonio Caño, y otros tantos nombres consagrados en el mundo de la comunicación, que firmarán ahora mismo, con esas u otras palabras, que efectivamente el PSOE está en el "extrarradio de la Constitución", según Page.

"El que está en el extrarradio es él", ha dicho Óscar Puente, aquel que ejerció de jabalí parlamentario contra la derecha en la investidura de Sánchez y ahora es ministro. ¿En el extrarradio por objetar la distinción entre terrorismo bueno y terrorismo malo? ¿Por denunciar un trato deferente para Cataluña a cambio de favores políticos?

Atribuir afán de notoriedad al discrepante, denota la pobreza argumental de la "pedagogía" sobre las ventajas de claudicar ante Puigdemont

Más les valiera a Puente, Bolaños, Montero y al valedor de todos ellos reparar en la moraleja que desprende el caso de Page. Una de las tres fracturas (la interna del PSOE) latentes en el pedestal de Sánchez. Las otras dos son las de Podemos contra Sumar (con la ya indisimulable implosión de Podemos) y la que libran en Cataluña y Euskadi los independentistas (ERC contra Junts y Bildu contra el PNV).

Al oficialismo sanchista no le gustan los objetores. A los de fuera, los compra o los trata de comprar con amnistías o embajadas. A los de la familia, los humilla acusándoles de desleales, resentidos o sedientos de notoriedad.

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