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ERC, derrotada pero decisiva
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Antonio Casado

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ERC, derrotada pero decisiva

No hubo domingo de resurrección para el independentismo, que ha sido duramente castigado por los votantes

Foto: El presidente de la Generalitat de Catalunya y candidato de ERC a la reelección, Pere Aragonès. (Europa Press/David Zorrakino)
El presidente de la Generalitat de Catalunya y candidato de ERC a la reelección, Pere Aragonès. (Europa Press/David Zorrakino)
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El muy aireado "arreón" de última hora de Junts resultó ser una falsa alarma. Los números cantan la indiscutible victoria de Salvador Illa y la derrota del secesionismo, que pasa de 74 a 61 escaños. No hubo domingo de resurrección para el nacionalismo catalán. Y a Puigdemont, por justicia poética, le dio la espalda San Pancracio, patrón de los perseguidos por su fe (fe política, se entiende) que quieren empezar de nuevo.

El expresidente de la Generalitat no ha enredado lo suficiente desde su burladero francés para que, como se temía a la vista de los sondeos, la cantada victoria del candidato socialista no haría igualmente indiscutible su salto a la presidencia de la Generalitat.

En eso estamos:

La llave la tiene ERC, a pesar de la noche amarga de su candidato, Pere Aragonés. El partido (de 33 a 20 diputados) ha caído al rango de tercera fuerza, pero será decisiva para fiar la gobernabilidad de Cataluña al mando de la primera (Illa) o de la segunda (Puigdemont, que ahora va de perdedor).

Es decir, una reactualización del ya fracasado frente secesionista, que saltó por los aires en octubre de 2022 por decisión de las bases de Junts y en las elecciones de ayer dio muestras de fatiga entre los votantes, o sumarse a esa nueva frontera pregonada por el candidato del PSC (fórmula a pactar, con ERC dentro o no del Govern). La que pretende enterrar el "proces", garantizar la estabilidad y volver a la política de las cosas.

Los números de anoche dan para lo uno y para lo otro, pero solo la suma de las izquierdas (PSC, ERC y Comunes) es de mayoría absoluta. Ese endemoniado detalle de la balcanizada política catalana va a entrar en la campaña electoral de las elecciones europeas y nos va a tener entretenidos durante las próximas semanas.

Que nadie espere un pronunciamiento inmediato de los actuales titulares del poder, aunque Aragonés anunció en caliente su deseo de que ERC pase a la oposición. No creo que eso sea definitivo ante el periodo de reflexión que también ha anunciado, una de cuyas claves será decidir si les compensa precipitar unas nuevas elecciones (el llamado "bloqueo") que hundirían más a ERC, o hacer presidente a su enemigo íntimo, Puigdemont, en una vuelta a las andadas de lo que se hizo a medias en 2017.

Espero y deseo que ambas opciones, el bloqueo o la resurrección del fugado, sean rechazadas en nombre de la estabilidad de Cataluña y el mandato de las urnas ¿Podría ese rechazo en clave catalana ser un problema de inestabilidad a escala nacional por la salida de los siete escaños de Junts de la ecuación de poder sobre la que se asienta el Gobierno?

A corto y medio plazo, ni hablar. No le daría ninguna capacidad suplementaria para frenar unos presupuestos o favorecer una moción de censura. Y a largo plazo, nunca encontrarán una posición más favorable de la que ahora gozan por su cercanía al PSOE de Sánchez.

En el recuento de anoche lo demás es secundario y más o menos previsto. A saber: el hundimiento de Ciudadanos, la notable preeminencia del PP sobre Vox en el campo de la derecha nacional (no hubo sorpasso) y el acceso de la ultraderecha catalanista con dos diputados en el nuevo parlamento de Cataluña.

La incógnita sigue viva: ¿estabilidad con pase de página o bloqueo con nuevas elecciones?

Insisto: ERC tiene la palabra.

El muy aireado "arreón" de última hora de Junts resultó ser una falsa alarma. Los números cantan la indiscutible victoria de Salvador Illa y la derrota del secesionismo, que pasa de 74 a 61 escaños. No hubo domingo de resurrección para el nacionalismo catalán. Y a Puigdemont, por justicia poética, le dio la espalda San Pancracio, patrón de los perseguidos por su fe (fe política, se entiende) que quieren empezar de nuevo.

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