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Antonio Casado

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El reconocimiento del Estado palestino es una decisión justa en el plano moral y funesta en el plano diplomático

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su declaración institucional. (EFE/EPA/Moncloa/orja Puig De La Bellacasa)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su declaración institucional. (EFE/EPA/Moncloa/orja Puig De La Bellacasa)
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El reconocimiento del Estado palestino, decretado ayer por el Gobierno es una decisión justa en el plano moral y funesta en el diplomático. Como en el histórico salmo del almirante Méndez Núñez (“Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”), nos quedamos con la honra, pero perdemos los barcos.

A saber:

La capacidad de influir en el futuro del conflicto, al alejarnos de nuestros influyentes aliados (EEUU y la UE, básicamente), que han dejado sola a España (Irlanda y Noruega son países menores sin intereses en el Mediterráneo) por razones de coyuntura, no porque estén en desacuerdo con el doble reconocimiento a los dos Estados. Es como si volviéramos a una política internacional de segundo nivel de los tiempos de Adolfo Suárez y su acercamiento a los no alineados.

Perdemos margen de maniobra para criticar las salvajadas de Netanyahu, en línea con las imputaciones del Tribunal Penal Internacional a las personas responsables y del Tribunal de Justicia de la ONU al propio Estado de Israel.

Nos inhabilita como eventuales interlocutores en un venidero proceso de paz, porque hemos abandonado la política de los matices en el viejo conflicto para entrar en el juego de la maldita polarización.

Y, en fin, perdemos también las posibilidades de seguir ayudando a los palestinos, convertidos por el telediario en los nuevos parias de la tierra. Víctimas de una tragedia donde figuran como especie desatendida por la comunidad internacional e inscrita en la sufriente condición de “población civil": la que pone muchos muertos (hombres, mujeres, niños) a canjear por pocos terroristas en desproporcionados ataques del Ejército israelí.

Foto: reconocimiento-palestina-espana-noruega-irlanda
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De puertas adentro conviene recordar que cuando la política exterior se convierte en política de partido, y no política de Estado, el partido puede mejorar su cosecha electoral, pero el Estado se debilita. Creo que es lo que está pasando. Antes fue el conflicto diplomático con la Argentina de Milei. Ahora es el justo pero inoportuno reconocimiento del Estado palestino en mitad de una guerra que empezó Hamás.

Ambos episodios ponen de manifiesto que en la Moncloa se está manejando esto como una jugada electoral. Al servicio de Sánchez y de su partido, cuando la política exterior debería ser una política de Estado. O sea, pactada o al menos hablada con la oposición

No es el caso:

Foto: El portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado (EFE/Mariscal)

En el corto espacio de 24 horas, Sánchez habló del “pueblo amigo de Israel” (declaración previa al Consejo de Ministros de ayer) y Feijóo del “noble pueblo palestino” (entrevista con Alsina). Es como si jugaran al escondite para hacerse perdonar sus diferencias en clave de política interior por cuenta del enfrentamiento de israelíes y palestinos en la franja de Gaza.

Pero si ambos, Sánchez y Feijóo, PSOE y PP, el que gobierna y el que puede gobernar, fueran coherentes con sus respectivas declaraciones, la posición de España respecto al conflicto de Oriente Medio habría sido asunto de Estado y no el objeto de una decisión unilateral del Gobierno de turno que ni siquiera ha pasado por el Parlamento.

El resultado es que, por razones electorales (sumar votos para la izquierda en las urnas europeas del 9 de junio) estamos ante una medida de política interior que va a tener consecuencias negativas en la política exterior del Reino de España.

Pan de hoy, hambre de mañana.

El reconocimiento del Estado palestino, decretado ayer por el Gobierno es una decisión justa en el plano moral y funesta en el diplomático. Como en el histórico salmo del almirante Méndez Núñez (“Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”), nos quedamos con la honra, pero perdemos los barcos.

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