Al Grano
Por
Israel y el imperio de la ley del más fuerte
Benjamin Netanyahu hace lo posible para que Irán le declare la guerra. Y tiene a sus ciudadanos donde quería, militarizados y unidos frente a los "desafíos" que se avecinan
Estamos donde estábamos en 2006, cuando el Ejército de Israel cruzó su frontera norte (sur del Líbano) a sangre y fuego, como ahora, dando lugar a una guerra de 34 días con las milicias de Hezbolá, un grupo antisionista tutelado por Irán y conviviente, pero no integrado, con el Ejército libanés.
El conflicto bélico se desencadenó entonces, como ahora, tras una provocación de Hezbolá: lanzamiento de cohetes sobre población judía y proyectiles antitanque contra vehículos blindados del Ejército israelí. La réplica consistió y consiste en una invasión terrestre “limitada y selectiva”, con ataques a las estructuras militares del mencionado grupo terrorista. Y también a estructuras civiles del Líbano, incluyendo el hackeo de las comunicaciones del aeropuerto de Beirut, ayer mismo.
Tras una resolución de alto el fuego del Consejo de Seguridad de la ONU (1701), las cosas volvieron a su cauce en 2006. Pero el balance fue desolador. Aquella provocación y aquella respuesta nos dejaron un luctuoso saldo de muertes: más de 1.300 libaneses y 165 israelíes. Amén de masivos desplazamientos de población: un millón de libaneses y unos 400.000 israelíes.
Los vectores del análisis de lo ocurrido entonces y lo que está ocurriendo ahora, coincidiendo con el año nuevo judío (5785), son los mismos. Una provocación de odiadores antisionistas en nombre de Dios (Hezbolá significa Partido de Dios, por si lo hemos olvidado) y una respuesta teóricamente selectiva en nombre de un legítimo derecho de defensa y el retorno a sus hogares de los israelíes hostigados por Hezbolá. Eso sí, una respuesta implementada con pocos miramientos respecto al impacto en la población civil.
Dieciocho años después, la historia se repite. El elemento patológico es común a otros muchos conflictos: el derecho internacional cede ante la ley del más fuerte. Nos acerca a los animales (no a todos) y nos aleja de la condición humana. Y eso retrata tanto al débil, que trata de vencer su impotencia mediante la provocación, como al fuerte, que se arma hasta los dientes para sobreponerse a su estado de vulnerabilidad existencial.
Véase el origen de esta nueva colisión entre los odiadores de Israel y la forma defenderse de este. Los términos de la ecuación bélica son los mismos. La salvaje provocación de Hamás sobre una desprotegida población civil (la abominable masacre del 7 de octubre) y la brutal respuesta del Ejército israelí que ha producido más de 40.000 muertos. La mayoría endosables a los llamados daños colaterales sobre la población de Gaza.
Si en esta parte del mundo nos permitimos hablar de la brutalidad de la respuesta israelí es porque la condición democrática de su Estado requiere la aplicación de la legalidad internacional respecto al uso de la fuerza, bajo exigencias de proporcionalidad y respeto a los derechos humanos, entre otras.
Israel es una isla democrática, un régimen de opinión pública en medio de una región lastrada por la existencia de tiránicas pulsiones teocentristas y Estados fallidos. Pero eso no se arregla aplicando la ley del más fuerte, en la que se apoya Israel para sobreponerse a su cerco de odiadores.
De hecho, Benjamin Netanyahu hace lo posible para que Irán le declare la guerra, a sabiendas de que ningún Estado de la región le acompañaría, más allá del hostigamiento menor de las milicias en Gaza (Hamás) Líbano y los hutíes de Yemen. Y espero que no lo consiga. Entre otras cosas, porque al régimen de los ayatolás no le interesa un conflicto bélico con Israel, más allá del hostigamiento de los misiles, muchos de ellos neutralizados en el aire desde ayer. Pero el premier israelí tiene a sus ciudadanos donde quería: militarizados y unidos frente a los “desafíos” que se avecinan, como se infiere de su video mensaje de ayer.
Estamos donde estábamos en 2006, cuando el Ejército de Israel cruzó su frontera norte (sur del Líbano) a sangre y fuego, como ahora, dando lugar a una guerra de 34 días con las milicias de Hezbolá, un grupo antisionista tutelado por Irán y conviviente, pero no integrado, con el Ejército libanés.
- El silencio de Sánchez: "Blanco y en botella" Antonio Casado
- Alvise 24: el vuelo de la gallina Antonio Casado
- ¿Por qué el Rey nunca respondió a Obrador? Antonio Casado