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Al Grano
Por
El día de los transistores
El gran apagón ha sido una dosis de recuerdo sobre la vulnerabilidad del sistema que nos socializa y nos camela con un volquete consumista de usar y tirar. Estamos más expuestos de lo que tendemos a creer
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Lo pequeño nos redimió de lo grande. Como los balcones en la pandemia, los transistores acolcharon el desbarajuste. Sin ellos, los ataques de pánico hubieran sido más. Sin luz, sin móviles, sin agua caliente en las calderas, sin ordenador, esos obsoletos aparatos volvieron a ser los humildes pero insustituibles aliados de la radio en un nuevo y encomiable ejemplo de servicio público. Como en la pandemia, el 23-F, la Filomena de Madrid o la DANA de Valencia.
Lo de ayer fue una dosis de recuerdo sobre la vulnerabilidad del sistema que nos socializa y nos camela con un incesante volquete consumista de usar y tirar. Menos lobos. Estamos más expuestos de lo que tendemos a creer. Y esa exposición no se debe tanto a un imprevisto fallo técnico sino a maléficas intenciones de fuerzas oscuras. No digo que haya sido el caso en el masivo corte de energía eléctrica que ha paralizado el país. Pero los malos no descansan. Y digo también que, al menos hasta el momento de hilvanar mis impresiones sobre el apagón, ninguna voz oficial había descartado la posibilidad de un ciberataque, que es el riesgo más teorizado de cuantos se ciernen sobre el funcionamiento de nuestro confortable modus vivendi.
La pregunta de "¿qué está pasando?", ha tenido demasiadas horas de vuelo sin respuesta. Ninguna comunicación del Gobierno con la opinión pública durante las primeras seis horas. Y eso no es propio de un país moderno y tecnificado. ¿Qué pensaría el presidente de Chipre cuando vio interrumpido su encuentro con Sánchez en la Moncloa porque se había ido la luz en todo el país? De hecho, el presidente del Gobierno nos dice que no descarta ninguna hipótesis sobre las siete horas de colapso en la red que suministra energía a España y Portugal, con la consiguiente afectación a la red de redes (internet).
A primera hora de la noche, cuando ya se había restablecido el servicio en gran parte de España, seguíamos sin tener ciencia cierta sobre las causas del apagón, más allá de la “brusca caída de tensión” que se produjo a mediodía, de 25.000 a 12.225 megavatios según las explicaciones del director de operaciones de REE (Red Eléctrica Española). Ha atribuido el apagón a un fallo “multicausal”. Ya, ¿pero ¿qué fue lo que produjo esa repentina caída de la tensión?
¿Qué pensaría el presidente de Chipre cuando vio interrumpido su encuentro con Sánchez porque se había ido la luz en todo el país?
Aún pendientes de saber si la causa del colapso ha sido subversiva o técnica, nada concluyente ha salido de la Moncloa, la REE, el Centro Nacional de Ciberseguridad de León o el CNI, más allá de formar un gabinete de crisis o disponer el protocolario nivel 3 de emergencia nacional (el Gobierno toma las riendas).
Los poderes públicos no nos dejan otra alternativa al caos en los ascensores, los atascos de tráfico o el colapso en las comunicaciones que no sea la blasfemia. Millones de españoles se fueron ayer a la cama atormentados por el pensamiento sobre lo fácil que es descolocar a los poderes públicos (el desconcierto se puso en evidencia durante las primeras horas del apagón) y romper la normalidad en los hospitales, los transportes, los bancos, las tiendas o las fábricas, etc.
Lo pequeño nos redimió de lo grande. Como los balcones en la pandemia, los transistores acolcharon el desbarajuste. Sin ellos, los ataques de pánico hubieran sido más. Sin luz, sin móviles, sin agua caliente en las calderas, sin ordenador, esos obsoletos aparatos volvieron a ser los humildes pero insustituibles aliados de la radio en un nuevo y encomiable ejemplo de servicio público. Como en la pandemia, el 23-F, la Filomena de Madrid o la DANA de Valencia.