España no figura entre los países que Londres se está trabajando para recomponer sus relaciones con la Unión Europea después del Brexit. Solo al quedar "resuelta" la cuestión de Gibraltar (adiós a la verja en enero), Keir Starmer ha pensado hacerse una foto con Sánchez, después de hacerse el encontradizo con Francia, Alemania, Italia y Polonia, durante su primer año al frente del Gobierno británico.
Se entrevista esta tarde con el único líder socialdemócrata que, junto a Sánchez y la premier danesa, bracea frente a una Europa derechizada, subalterna de Trump y encogida frente a Netanyahu. Quiere explotar esa veta, consciente de su pérdida de influencia y de ser visto ya como líder agonizante por debilidad parlamentaria y corrupción en su entorno familiar y político.
Pero la socialdemocracia de Starmer y Mette Frederiksen no casa con el socialismo inconsistente y populista que se despacha en la Moncloa. De hecho, están más cerca de la ultraderechista Melonien un tema vertebral como el fenómeno migratorio y el combate contra las vías ilegales de entrada.
Sánchez quiere venderse como abanderado del progresismo en la Unión Europea para aglutinar el voto de izquierda en España
Es la primera visita de Sánchez al número 10 de Downing Street de Londres, desde que lo ocupa Starmer, aunque se han visto en los márgenes de citas multilaterales (julio 2024 y marzo 2025), amén de la conversación telefónica mantenida el pasado 18 de julio, al formalizarse la nueva relación de Gibraltar con la UE.
Vamos con el componente doméstico de la jornada londinense de Sánchez. Quiere venderse como abanderado del progresismo en la UE, incluso al precio de priorizar sus intereses electorales (aglutinar el voto de izquierda) sobre los generales de España. Por tanto, lo de la verja de Gibraltar es lo de menos porque todo está pactado, solo pendiente de ultimar la redacción del tratado de España con el Reino Unido.
Pretende Sánchez aparecer como el sandiós del progresismo que planta cara a Trump y lidera la campaña contra la explanación a sangre y fuego de Gaza, mientras va de humanitario en el fenómeno migratorio y de pacifista en el exigido aumento de gastos militares, justo cuando combatir la inmigración ilegal y afrontar los nuevos retos en materia defensa se han convertido en retos prioritarios de Europa.
Un cartel muy celebrado en Latinoamérica. Este mismo verano triunfó en Chile durante la celebración de una cumbre de líderes progresistas de la región. Pero en el ecosistema europeo su discurso progresista, que incluye coqueteos con la China de Xi Jinping (Huawei y las extrañas excursiones de Zapatero al corazón de la nomenklatura de Pekín) no le funciona igual. Sobre todo, después de la última cumbre de la OTAN.
En Europa ya no se fían de Sánchez. Es lo que hay. Con la vista a la derecha de Alemania, España se ha descolgado del tirón europeo de Berlín. Merz no ha viajado a Madrid ni Sánchez a Berlín. De Macron, ni hablamos. Ni afinidad ideológica ni química personal con el presidente francés. Meloni, la amiga de Santiago Abascal, es una "fascista" en el relato europeo de los teólogos de la Moncloa. Y, en fin, los periódicos británicos aplauden con cierta envidia el crecimiento económico de España, pero The Economist y Financial Times ya le han señalado varias veces por los escándalos de corrupción que causan serios desperfectos en su imagen nacional e internacional. Nada nuevo en las reiteradas alertas europeas por la desidia en la lucha contra la corrupción. Eso también va en la mochila de Sánchez con ocasión de su visita de esta tarde al número 10 de Downing Street.