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Mariano Vergara

Al sur del sur

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Profundamente humano

Un héroe es a grandes rasgos un varón ilustre y famoso por sus hazañas y virtudes. O una heroína. Como Rafael Nadal. No marciano, sino absolutamente humano

Foto: Un hombre lee un periódico con la noticia de la victoria de Nadal. (Reuters/Enrique Calvo)
Un hombre lee un periódico con la noticia de la victoria de Nadal. (Reuters/Enrique Calvo)

El panteón olímpico de la mitología griega, tan preciado por los grandes clásicos, desde Homero a los románticos ingleses y germánicos, especialmente los Shelley, Keats, Schiller, Holderlin, Goethe, siempre en busca de la luz del sur, que para ellos era sinónimo de libertad y sin olvidar nunca la grandeza de un Shakespeare, recoge una jerarquía que abarca desde los dioses a los hombres, que han llegado a ser semidioses, titanes, héroes y gigantes, cuyas hazañas glorificadas y cantadas por los poetas superan en grandeza a cualquier imaginación desbocada.

Hércules, Héctor, Teseo, Patroclo, Aquiles, Agamenón, Perseo, Alejandro, los Dioscuros y una extensa relación de hermosos nombres que, evanescentes y fugitivos en la difusa niebla que envuelve el mundo de la leyenda, empañado como el cristal en la lluvia, las islas perdidas, los oráculos certeros como la flecha de Paris guiada por Apolo, la Troya de Schliemann, suponiendo que sus ruinas fueran las de Helena, todo ese mundo que huele a salitre y suena a olas sobre una roca desierta en cualquier playa enchinada de nuestro mar, continúa alumbrando héroes miles de años después. Héroes que no casualmente han nacido en el mismo Mediterráneo, héroes reales que han esculpido sus cuerpos y sus almas a martillazo limpio, a la espera de un Praxíteles que los deifique en la perfección de la proporción áurea, o a un Homero que invoque a la diosa que cante la cólera de un hombre, o el Virgilio que también canta a las armas y al hombre. El hombre medida de todas las cosas, que decidieron los sabios del sur.

Foto: Nadal posa en rueda de prensa con el Open de Australia. (Reuters/Loren Elliott)

Un héroe es a grandes rasgos un varón ilustre y famoso por sus hazañas y virtudes. O una heroína. Es decir, seres humanos, profundamente humanos. Con sus pasiones y sus arrebatos. Su cólera y su amor. Su paz y su guerra. Su bondad infinita y su maldad desconocida, o abierta a la luz. Su dignidad y sus mentiras. Sus penas y sus alegrías. Sus esfuerzos y sufrimientos. Su generosidad y sus miserias. Hombres y mujeres. Seres profundamente humanos, insisto. Como Rafael Nadal. No marciano, sino absolutamente humano. No increíble, sino cierto y creíble. Humano.

Pocas veces hemos contemplado en nuestras ya largas vidas algo parecido a lo de Australia. Muy pocas. Contemplar la resurrección alada de un hombre, que a punto de ser derrotado, se alza de entre sus propias ruinas como un águila imperial y se lanza a la destrucción heroica de un rival, que indignamente se creía invencible. Un Hesíodo o un Píndaro harían falta para cantar la hazaña. ¿Qué encierra la mente increíblemente poderosa de Nadal? ¿En qué yunque ha forjado su voluntad? ¿Dónde esculpió su valor, su constancia, su fe y confianza en sí mismo? Su carácter ansioso de grandes hazañas nunca se satisface con lo conseguido ardorosamente, sino que cada victoria es un aliciente, un acicate para nuevos retos, nuevas glorias, como si no le bastara la presente.

Foto: Nadal, un devorador de títulos. (Reuters/Morgan Sette)

Como en una emulación de sí mismo, como si fuera otra persona, una rivalidad entre lo conseguido y lo que se propone hacer. Y esto solo es posible para un hombre cuyo carácter moral esté adecuadamente formado en la dignidad y el equilibrio. Porque esa es otra. ¿Dónde están los defectos de Nadal? No existen, no se conocen, no se sabe. Es profundamente obediente, educado, humilde, generoso, sufridor y doliente. Nunca se rinde. Ni con el escafoides roto, saliendo de un covid, con 10 años más que su rival y perdiendo ampliamente. Y se alza, se yergue. Y surge el héroe. ¿El elegido de los dioses? ¿El extraterrestre? No, mil veces no. Se alza el hombre, el centro de la creación, el ser individual, inteligente, profundamente creyente en sus fuerzas, en sus aptitudes, en sus posibilidades, en la victoria. Como dijo Churchill al rey Jorge VI: "Comprended, señor, que en nuestra casa no podemos admitir las posibilidades de una derrota. Estas no existen".

La reina Sofía dijo en una ocasión que Nadal era un ejemplo para la juventud española. Sin duda alguna, debería serlo. Pero ¿para qué juventud?

La reina Sofía dijo en una ocasión que Nadal era un ejemplo para la juventud española. Sin duda alguna, debería serlo. Pero ¿para qué juventud? ¿La que se ha encontrado con todas las facilidades de la nueva civilización y ha cambiado dioses por basura tecnológica? ¿La que ha encontrado que es más fácil comunicarse calladamente a través de un móvil en el silencio de un autobús mañanero a la universidad? ¿La que reclama su derecho a divertirse en plena pandemia y se ríe de cualquier concepto elevado, desconoce la más mínima noción de trascendencia en su vocabulario de 500 palabras? ¿O la que es como Nadal? Que también existe. Extensamente. Y trabaja por un salario esclavista, explotada durante 12 horas en un despacho de renombre, o en una gran empresa multinacional, o sirviendo cafés a base de propinas, o estudiando incansablemente con rabia de ser alguien y algo mejor. La del sacrificio extenuante, la que me cede educadamente el asiento en el autobús, que me niego a aceptar por pura vanidad de no reconocer que uno tiene una edad. Ellos también son admirables.

Existe un Rafael Nadal absolutamente ejemplar. El que llora cuando en el podio suena el himno nacional en su honor. El que consuela al elegantemente magnífico Federer cuando lo derrota. El que aguanta inmutable las impertinencias y zafiedades de algunos rivales. El que alza los brazos al cielo en la victoria y los baja en silencio en las escasas derrotas. El que lucha contra sus propias deficiencias corporales y se niega a rendirse. El que entrena incluso cuando acaba de proclamarse el mejor deportista de la historia. El del sudor, el barro y las lágrimas. Pero todo eso ni es extraterrestre, ni inhumano, ni increíble ni estratosférico. Es profundamente humano. El hombre creador y autor de su propia vida. Sin más.

El panteón olímpico de la mitología griega, tan preciado por los grandes clásicos, desde Homero a los románticos ingleses y germánicos, especialmente los Shelley, Keats, Schiller, Holderlin, Goethe, siempre en busca de la luz del sur, que para ellos era sinónimo de libertad y sin olvidar nunca la grandeza de un Shakespeare, recoge una jerarquía que abarca desde los dioses a los hombres, que han llegado a ser semidioses, titanes, héroes y gigantes, cuyas hazañas glorificadas y cantadas por los poetas superan en grandeza a cualquier imaginación desbocada.

Rafa Nadal
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