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Orgullosamente fenicios
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Mariano Vergara

Al sur del sur

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Orgullosamente fenicios

Aquí, junto al río, en el mismo lugar donde pasé muchos veranos de mi niñez y adolescencia, fundaron Malaca, posiblemente la ciudad más antigua del occidente mediterráneo

Foto: Excavaciones en Málaga. (P.D.A.)
Excavaciones en Málaga. (P.D.A.)
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Es muy posible y seguramente probable que tuviera razón Heráclito cuando mantenía la teoría acerca de la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río, porque la vida fluye como un caudal que nunca es idéntico. El eterno cambio, la improbabilidad de lo inmutable, el constante fluir de nuestras vidas que son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Manar, fluir, correr, deslizarse, desembocar, confluir son verbos de movimiento líquido, que invariablemente hacen referencia a las corrientes de agua, que en forma de ríos, son la más aproximada metáfora de la existencia. Pero a veces, da la impresión de que eso no es así, o al menos, lo parece. Algunas veces uno cree que la vida se ha detenido.

Aunque también es posible que, reduciendo la argumentación, solo quisiera decir que a veces las cosas no son como parecen. El Guadalhorce es un rio provincial de escaso recorrido, que en su llegada al Mediterráneo aparenta lo que no es. Un ancho caudal, que se divide en dos, o tres cursos, conformando un delta de varias bocas con diversas islas, altos juncos y cañaverales, arenales en los que se posan grullas, garzas, patos azulones y algún que otro flamenco desorientado en su camino hacia la laguna de Fuente Piedra.

Foto: José Suárez, coordinador de la excavación, muestra el trozo de cerámica etrusca. (P.D.A.)

Se decía por los sempiternos aguafiestas verdosos que todas estas aves habían desaparecido hacía tiempo de aquellas aguas, también profundamente verdes, junto a cuyas márgenes crecía la caña de azúcar hace muchos años, cuando uno era un niño, antes de que la especulación y los sucedáneos acabaran con el azúcar. Y la Fábrica Azucarera, que impregnaba de olor a melaza el salitre marino, cerrara sus puertas definitivamente y la hermosa casa del ingeniero director fuera derruida por la incuria, el abandono y la tristeza en medio de los eucaliptos.

placeholder José Suárez, director de las excavaciones. (M.V.)
José Suárez, director de las excavaciones. (M.V.)

Hace unos días comprobé que la afirmación del filósofo era solamente verdad de forma parcial, cuando gracias al profesor Suárez, director de las excavaciones del Cerro del Villar, un personaje singular, amable, sencillo y culto, me mostró el lugar en el que los fenicios, uno de los pueblos del mar, cuyo recorrido se inicia en la bíblica Tiro y termina, por ahora, en los ojos azulados de los costados de las jábegas de los marengos, que idealizaran Cocteau y Picasso, desembarcaron aquí, en su camino hacia las columnas de Hércules, hacia el oeste, hacia el lugar donde se oculta el sol, hace tres mil años. Aquí, junto al río, en el mismo lugar donde pasé muchos veranos de mi niñez y adolescencia, fundaron Malaca, posiblemente la ciudad más antigua del occidente mediterráneo. Desde estos juncos salvajes tres mil años os contemplan. Y aunque ni las aguas, ni las riberas del río sean las mismas, podría reconocerlas sin dificultad después de tantos años, porque la esencia del ambiente, del paisaje, de los olores y de los sonidos son los mismos que entonces.

Foto: Investigadores y voluntarios, trabajando en el yacimiento arqueológico de Cerro del Villar. (P. D. A.)

Al final puede que todo se reduzca a los cinco sentidos. Uno, a estas alturas, empieza a confundir su vida personal con la de los pueblos que nos antecedieron. Hasta hace poco, llamar fenicio a alguien, era en Málaga sinónimo de persona pragmática y de escasa fiabilidad promisoria. Es posible que a partir de ahora, el carácter fenicio explique el por qué esta ciudad tan defectuosa, difícil, complicada, e incluso, a veces, artera resurge siempre de sus cenizas, se eleva de su autodestrucción, se levanta de sus ruinas, emprende nuevas andaduras, desprecia los insultos y las descalificaciones de otras presuntas vecinas noblezas y al caer la tarde, tras una agotadora jornada laboral en un clima casi siempre dulce y benigno, se sienta a descansar a orillas de la mar – un marinero siempre la llama en femenino -, a comer marisco pobre y conchas finas, como acaba de descubrirse que hacían sus antepasados de la misma forma hace miles de años. Cambian las circunstancias, pero la esencia es la misma.

Foto: Parcela del yacimiento de Baria (Almería) sobre la que hay proyectados 24 chalés. (Unidos por Baria)
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A cincuenta centímetros de profundidad del suelo limoso de riadas y escorrentías de un delta, colindante con una intensa autopista y vecina al tercer aeropuerto más desbordado de España, ha aparecido la primera Malaca fenicia, situada en el lejano ayer del siglo IX a. de C. Una antigua isla, hoy parte integral de la línea de costa, de calles perpendiculares y paralelas de cinco metros de ancho bien trazadas, de casas cúbicas como la trasera del Museo Picasso, con grandes planos aterrazados. Donde, por cierto, la vertical empieza en los restos fenicios de la segunda Malaca y termina arriba en Picasso. Sin grandes murallas de defensa, porque no esperaban ningún ataque por mar. Y para casos de extrema necesidad defensiva, siempre cabía la posibilidad de contratar a un mercenario hoplita, como el que, con tremolante casco en azules y bronce dorado y punta de lanza doblada entre otras bellísimas piezas de su ajuar funerario, descansa en el Museo de Málaga. ¿Quién era aquel guerrero? ¿Cómo y para qué llegó a la calle Jinetes? ¿Qué causa perdida vino a defender al entonces fin del mundo y que le costó la vida? Probablemente nunca lo sabremos.

Foto: Puerto de Cádiz. (CC)

O sí, porque la arqueología ha llegado a extremos en que las suposiciones empiezan a ser sustituidas por certezas y ya se sabe la extensión de la ciudad del delta del río, el trazado de las calles, la zona donde vivían los comerciantes más poderosos, qué comían y cuáles eran las rutas comerciales que seguían. Y por tierra comerciaban con los aborígenes ibéricos, que elaboraban vinos, que los fenicios transportaban al norte de África, porque ellos traían el suyo para autoconsumo desde la lejana Tiro. Grandes paredes pétreas de un templo en honor a Astarté, la Tanit, la Selene diosa de la luna – acaso la predecesora milenaria de las mater dolorosas de la primavera santa de jazmines – pero pragmáticos como todos los mediterráneos. Si ellos no vienen a mí, yo iré a ellos.

Y nada puede interrumpir y, menos aún, impedir, el tráfico comercial de bienes, que en definitiva no es más que el transporte de todo lo necesario para la vida y eso es siempre sagrado para un latino. Qué hizo que aquel pueblo abandonara aquel bellísimo lugar y trasladara su ciudad al actual emplazamiento de Málaga al abrigo de los montes? Casi con seguridad, un tsunami, o una de las cíclicas riadas. Como la última, que tuvo lugar en mil novecientos ochenta y nueve de efectos devastadores, pero que provocó la actual configuración del delta y la posibilidad de su tranquila excavación por profesores y estudiantes de nuestra universidad y de la de Chicago. El año que viene volverán. Bienvenida sea la iniciativa del Área de Cultura del consistorio malagueño y ojalá otras grandes instituciones y entidades aúnen esfuerzos el próximo verano hasta dar en un trabajo colectivo, que durará años y que nosotros no veremos, en encontrar el ADN de nuestros antepasados fenicios, de los que orgullosamente descendemos.

Es muy posible y seguramente probable que tuviera razón Heráclito cuando mantenía la teoría acerca de la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río, porque la vida fluye como un caudal que nunca es idéntico. El eterno cambio, la improbabilidad de lo inmutable, el constante fluir de nuestras vidas que son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Manar, fluir, correr, deslizarse, desembocar, confluir son verbos de movimiento líquido, que invariablemente hacen referencia a las corrientes de agua, que en forma de ríos, son la más aproximada metáfora de la existencia. Pero a veces, da la impresión de que eso no es así, o al menos, lo parece. Algunas veces uno cree que la vida se ha detenido.

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