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Cultura, barbarie y taquilla
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Mariano Vergara

Al sur del sur

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Cultura, barbarie y taquilla

Lo que está ocurriendo en los museos no es sino una vuelta a la iconoclastia; la destrucción de las imágenes que representan lo más elevado del espíritu humano, sin que esas acciones tengan la más mínima relación ni con el clima

Foto: Las dos activistas de JustStopOil que han lanzado el bote de tomate a 'Los girasoles' de Van Gogh (Twitter)
Las dos activistas de JustStopOil que han lanzado el bote de tomate a 'Los girasoles' de Van Gogh (Twitter)
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Dentro del caos generalizado en que la vida globalizada e informática ha convertido nuestras existencias, empiezan a manifestarse los síntomas que suelen anteceder a las grandes catástrofes históricas, a los cambios de era, a la inversión de un ciclo que, como en la naturaleza, no pueden producirse sin dolorosos e incontrolables acontecimientos. La corrección política, que no es nueva, el auge de ideas más o menos disparatadas, que tampoco, hasta que la cosas se asientan, el pensamiento débil y la cultura fluida, instantánea y superficial, el relativismo y la indiferencia hacia lo profundo y la veneración a verdaderas idioteces, están trayendo consigo, como si de lo más natural del mundo se tratara, manifestaciones de barbarie terrorista, enmascaradas en acciones altruistas de pretendida defensa de la Tierra.

Foto: Vista de la fachada del Museo del Prado. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Lo que está ocurriendo diariamente en los grandes museos del mundo no es sino una vuelta a la iconoclastia, la destrucción de las imágenes que representan lo más elevado del espíritu humano, sin que esas acciones tengan la más mínima relación ni con el clima, ni con el ecologismo, ni con los animales, salvo el grado de bestialidad que muestran los que las ejecutan. Recuerden la destrucción de los templos paganos de la antigüedad clásica, el infausto día en que el cristianismo fue declarado religión oficial del Imperio. Recuerden los siglos oscuros, que no lo fueron tanto, gracias a la labor de conservación y custodia que los monjes llevaron a cabo en los monasterios. Recuerden las hogueras de herejes del signo que fueran, las cazas de brujas, la destrucción de los monasterios por el protestantismo y la gélida desnudez de las catedrales calvinistas. Recuerden los saqueos históricos, las llamas de las piras de libros en las universidades alemanas en el horror nazi, el arte degenerado según hitlerianos y estalinistas, el horror maoísta, el terror camboyano, el Índice de libros prohibidos, el islamismo impuesto a golpe de cuchillo en el cuello, martillo en los templos y dinamita en las grandes obras estatuarias… por no hablar del incomparable mérito español de haber destruido gran parte de nuestro patrimonio cultural y artístico, como si el arte fuera responsable del hambre de un niño.

Foto:

El mecanismo diabólico se produce siempre con precisión matemática: un grupo pequeño de iluminados deciden lo que es correcto y lo que no. Se empieza a difundir la idea poco a poco y se acaba imponiendo la corrección por medio de la barbarie. Con la ventaja de que hoy en día, la corrección y la vuelta forzada al redil de los limpios e inmaculados se produce a la vertiginosa velocidad con que la informática ha impregnado la vida diaria. Con el resultado de que las masas analfabetas, creadas deliberadamente a través de los nuevos planes de estudio –de alguna forma hay que llamarlos– se transforman en vociferantes multitudes contra cuestiones de las que sabemos bien poco, como hace siglos gritaban alrededor de la hoguera en la que ardía una pobre psicópata acusada de brujería.

Se ha hecho creer a la gente que la conducta brutal del hombre puede cambiar el clima. Parece bastante soberbio eso. El clima cambia sin que sepamos por qué. Supongo. ¿Acaso las glaciaciones se produjeron por la acción del hombre? Y ahora hemos empezado con la destrucción de estatuas e imágenes, a lo que nunca ha sucedido una era de paz. Es graciosamente doloroso pensar en cómo el cristianismo rompió los órganos sexuales masculinos de la estatuaria clásica, o la castración de los cantantes para el agudo placer de los oídos principescos y cardenalicios del barroco. No sé a qué me recuerda…

Foto: El cuadro, justo después del ataque.

Y a la barbarie se une la incultura. Cuando uno lleva viendo catedrales y museos desde niño sabe que el arte para el pueblo es mentira. Solo es industria cultural. Una máquina registradora. La gente va a los museos porque hay que ir y contarlo. El arte como creación es patrimonio de muy pocos. Y como agente provocador de un choque en el alma del espectador solo en espíritus realmente elevados. El resto es industria cultural, esnobismo, o forma de pasar el aburrimiento y cansancio que el viaje turístico es para mucha gente. Se ha creado la idea falsa de que la gente tiene que ver la Gioconda. Y es falso. La mayoría no sabe qué es aquello, ni le importa. Es una industria. Como la nueva cocina, la moda, la cosmética.

Foto: Las dos activistas de JustStopOil que han lanzado el bote de tomate a 'Los girasoles' de Van Gogh. (Twitter)

Y no se llega al fondo de las cosas porque tampoco hay visón de conjunto. Se habla de que no hay relevo generacional, pero este no se puede producir, si antes no enseñas los rudimentos en la enseñanza escolar, en la que no hay formación musical, ni filosófica, ni artística, ni literaria, ni casi histórica. El arte como tal es imprescindible para el ser humano, pero no sabemos para qué, ni por qué. El arte, como industria cultural tiene que ser pagado, como fórmula de conseguir fondos para mantenerlo. El modelo fascista o comunista de gratuidad total es otra mentira. Como el panem et circenses romanos. Esto le importa poco a las autoridades, o a los gestores culturales. Solo interesan los ingresos. Pero además el hecho de cobrar se convierte en una barrera, que no funciona, para evitar a la gente que no sabe si ha estado en Brujas, o en Venecia, o que para ver la Gioconda haya cinco filas de chinos delante, que impiden la visión, aunque ellos no se enteren de nada y se dediquen a hacerse selfies.

Foto: Las dos activistas de JustStopOil que han lanzado el bote de tomate a 'Los girasoles' de Van Gogh (Twitter)

La creación artística es otra cosa mucho más profunda. El creador crea aunque viva en la miseria. En eso creo. No creo en el arte para el pueblo, ni en la dimensión social del arte, ni en los pueblos culturizados, como el alemán de los años treinta. Creo en la importancia del arte como manifestación del poder de un Estado. Ahí están Versalles, el Escorial, el Vaticano, el Partenón, el Hofburg, Florencia, Venecia, Roma. Manifestaciones de la grandeza de un príncipe y demostración de poder como forma de amenaza. Si no, ¿qué hace una ciudad como Venecia, edificada en una laguna sobre pilotes de madera, con una enorme flota comercial, pero también con una de las más grandes escuelas pictóricas y musicales de la Historia? No surgieron Tiziano y Vivaldi allí por casualidad. Hay que estar muchos años viendo y viajando para llegar a unas mínimas conclusiones, que a lo peor no son válidas. Al final, Marco Aurelio posiblemente llevara razón y no existan verdades absolutas. Al menos por aquí cerca.

Dentro del caos generalizado en que la vida globalizada e informática ha convertido nuestras existencias, empiezan a manifestarse los síntomas que suelen anteceder a las grandes catástrofes históricas, a los cambios de era, a la inversión de un ciclo que, como en la naturaleza, no pueden producirse sin dolorosos e incontrolables acontecimientos. La corrección política, que no es nueva, el auge de ideas más o menos disparatadas, que tampoco, hasta que la cosas se asientan, el pensamiento débil y la cultura fluida, instantánea y superficial, el relativismo y la indiferencia hacia lo profundo y la veneración a verdaderas idioteces, están trayendo consigo, como si de lo más natural del mundo se tratara, manifestaciones de barbarie terrorista, enmascaradas en acciones altruistas de pretendida defensa de la Tierra.

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