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Mariano Vergara

Al sur del sur

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El recurso a la belleza del arte, el campo y la historia puede ser un remedio para olvidar la miseria humana. Tengamos esperanza: no va a durar una eternidad

Foto: El campo, la historia y el arte suelen ser muy apreciados escondrijos. (Cedida)
El campo, la historia y el arte suelen ser muy apreciados escondrijos. (Cedida)
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En este nuestro amado país, que no cesa de provocarnos malos ratos, innumerables sinsabores, increíbles noticias y la invención de nuevos pasatiempos como saltarse la ley a la torera, siempre que se ocupe un alto cargo, acaso sea lo mejor la escapada, la huida del telediario, el refugio en el campo, como los seguidores del beatus ille, o del carpe diem, antes que sufrir un infarto, o en el mejor de los casos, una úlcera de estómago al contemplar tanto desparpajo, tanta caradura y tanta mentira estafadora.

El campo, la historia y el arte suelen ser muy apreciados escondrijos, perfectos refugios a los que huir, metas ansiadas en las que uno comprueba muy pronto que no merece la pena vivir pendientes de entes y personajillos, que en contra de lo que ellos creen, serán barridos por el viento huracanado e iracundo de la Historia, dejando atrás un rastro de miseria, que la grandiosa iniciativa del ser humano transformará en pocos años en un resurgir esperanzador. No es la primera vez.

El sábado estuve visitando en una divertida excursión en bus socialdemócrata una conjunción deslumbrante de los tres refugios de los que antes hablaba en un pueblo sevillano, con nombre tan clásicamente latino como Santiponce. El campo andaluz, que en primavera, a pesar de la sequía, con las últimas lluvias ha recuperado parte de su esplendor glorioso. Y es una delicia viajar de Málaga a Sevilla escuchando los comentarios admirados de los compañeros de excursión acerca de extensos olivares plateados y el espesor de la jara que construye setos intensamente amarillos a ambos lados de la autovía.

Foto: Cientos de naranjas en la ciudad de Sevilla. (Fernando Ruso)

La gente se queja de lo pegajoso de esas plantas, pero continúan hablando de plantas, de garbanzos, del trigo, de campos en barbecho y de temas agrícolas, que en la ignorancia urbana constituyen una muestra de civilidad en un ambiente distendido y amable. Durante unas horas, nadie se acordó de Nadie. Y eso es muy saludable, reconfortante y tranquilizador.

La historia, que se palpa y se respira en cualquier recodo y el arte, que en nuestra tierra constituye una de las razones de vivir. Todo ello reunido en un monasterio que fue el Císter más meridional de Europa, después jerónimo y actualmente perteneciente a la casa de los Álvarez de Toledo y gestionado por la Junta de Andalucía. Confieso que no conocía el lugar. Vayan sin dudarlo.

O a Osuna, o Baños de la Encina, o Ronda o Antequera. Úbeda y Baeza. O Guadix y Baza. Nada se nos ha perdido en las Maldivas. En cambio, estas son nuestras raíces. Vayan a ellas y entérense de algo. Y muchos se van para siempre sin saber ni donde han estado, ni de dónde vienen. Mucho menos adonde irán. Con alta probabilidad de que a ningún sitio.

Lugares de Andalucía

Las ruinas de Itálica, erigida por Publio Cornelio Escipión el Africano, son los restos de la primera ciudad fundada por Roma, nuestra madre, en Hispania. El esplendor del anfiteatro capaz para veinticinco mil espectadores, la conjunción de cipreses, olivos y naranjos rebosantes de azahares entre los que aparece una Diana, o un Apolo, los mosaicos bellísimos de las grandes casas romanas, la cercanía del padre Betis por el que llegaban a la urbe los mármoles de Italia para la construcción de las imponentes obras civiles de la ciudad porticada para resguardarse del sol y con un sistema de alcantarillado y calles trazadas a cordel perpendiculares y paralelas con base en el cardo máximo y el decumano, tal como más tarde haría España en América. Roma y España, los dos grandes imperios constructores. A ver si se entera ese chico que ocupa el ministerio de cultura con ímpetu descolonizador, que no sabemos muy bien qué significado tiene en su cabeza.

placeholder Las ruinas de Itálica. (Cedida)
Las ruinas de Itálica. (Cedida)

Pasear por el anfiteatro de Itálica, que no está restaurado como otros monumentos romanos españoles, en los que la restauración ha transformado obras de hace dos mil años, en graderíos asimilables a cualquier plaza de toros de pueblo, nos hace sentir que las cosas tienen sentido y que el orden clásico y el pavor romano al caos son muy explicables... Este está perfecto en su vejez, como lo vio Rodrigo Caro. Y cantó como “campos de soledad, mustio collado fueron en un tiempo Itálica famosa”.

También se equivocó el poeta, porque hoy la emoción conmueve nuestro ánimo al recorrer la arena y contemplar la fosa bestiaria, donde las fieras esperaban y los lugares de descanso de los gladiadores, que eran verdaderas estrellas del deporte y la tribuna de la autoridad y la puerta por la que salían los triunfantes, adornada al fondo por un esbelto bosquete de cipreses de verde intenso, que contrasta con el amarillo del albero.

Tierra y cuna de los dos más grandes emperadores de Roma, Trajano, al que se le quedó pequeño el mundo, como a Alejandro, y su hijo Adriano, padre de Antonino Pio del que existe en Málaga un bellísimo busto, helenista, amante de Antinoo, cantado por Marguerite Yourcenar, constructor de la muralla de su nombre en Gran Bretaña y reconstructor del Panteón de Agripa, la verdadera joya de Roma. El hecho de que hoy las cosas sean como son y que se pronuncien disparatados discursos, no quiere decir que siempre haya sido así. Calígula y Heliogábalo duraron poco.

Foto: Marco Aurelio (Fuente: iStock)

Y junto a Itálica, el monasterio de San Isidoro del Campo. Posiblemente, uno de los lugares más hermosos que he conocido en los últimos años. La conjunción de una serie de circunstancias históricas ha hecho que Sevilla sea sin duda el lugar de España donde se produce la más perfecta síntesis de las diversas culturas que la engrandecieron. Romanos, mudéjares, almohades, judíos, castellanos, italianos, franceses, americanos virreinales, góticos, renacentistas, barrocos…

Al llegar a la entrada se encuentra uno con un edificio de pardas paredes mudéjares con una portada ojival, coronada en azulejería por el escudo de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y su esposa María Alonso Coronel, fundadores de la Casa de Medina Sidonia, rodeado todo ello por el amarillo albero que sustenta un conjunto de naranjos en flor, altos cipreses siempre presentes en señal de bienvenida y paz y una esbelta columna romana coronada por una cruz de hierro.

Estamos hablando del año mil trescientos. ¿Imposible sintetizar mejor la esencia de Sevilla o Andalucía? No, el interior es realmente emocionante. Y abajo los restos de una ermita mozárabe, primera sepultura de un grande como San Isidoro. Y la Casa de los Álvarez de Toledo siempre presente. Nombres que arrastran el peso de la Historia. La Biblia del Oso vigente en las iglesias evangélicas de tanto empuje actualmente en Iberoamérica, el Claustro de los Muertos, el Cister, los Jerónimos, nombres que han creado y transmitido el saber de Europa.

Foto: La andaluza María Jesús Montero, ministra de Hacienda, ha recibido críticas por su acento. (EFE/Kiko Huesca)

Y en medio de tanta belleza de nervaduras góticas y extraordinarios frescos, mármoles y lacerías de aire pompeyano, claustros en claroscuro sol que ya comienza a ser ardiente, aparece el más grande, Martínez Montañés, con un retablo prodigioso, las obras civiles de las sepulturas de los fundadores y, sobre todo, dos imágenes de Cristo, con toda la ternura y belleza canónica que este imaginero le imprimía siempre en el rostro, con el manierismo latente de los cuerpos levemente girados en un escorzo, el cabello ligeramente ondulado y el elegantísimo cuello, como la Santa Margarita de Málaga y la Madonna del collo lungo de los Uffizi en Florencia, obras del Parmigianino.

El recurso a la belleza del arte, el campo y la historia puede ser un remedio para olvidar, aunque sea momentáneamente, tanta miseria humana, tanta ilegalidad, tanta mentira y tanta zafiedad como la que hoy desgraciadamente nos domina. Tengamos esperanza. No va a durar una eternidad.

En este nuestro amado país, que no cesa de provocarnos malos ratos, innumerables sinsabores, increíbles noticias y la invención de nuevos pasatiempos como saltarse la ley a la torera, siempre que se ocupe un alto cargo, acaso sea lo mejor la escapada, la huida del telediario, el refugio en el campo, como los seguidores del beatus ille, o del carpe diem, antes que sufrir un infarto, o en el mejor de los casos, una úlcera de estómago al contemplar tanto desparpajo, tanta caradura y tanta mentira estafadora.

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