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Qué mal me votan los andaluces
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Fernando Matres

El Zaguán

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Qué mal me votan los andaluces

Los resultados de las elecciones autonómicas son cuestionados tradicionalmente debido a un dañino cóctel de frustración, intereses personales y repugnantes tópicos y prejuicios

Foto: Escrutinio en un colegio electoral de Córdoba el pasado 19-J. (EFE/Salas)
Escrutinio en un colegio electoral de Córdoba el pasado 19-J. (EFE/Salas)
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Cuando la fiesta de la democracia se convierte en la resaca de los malos resultados, urge buscar culpables. Habitualmente, estos suelen encontrarse entre aquellos que menos lo merecen, no vaya a ser que alguien haga autocrítica y le quiten puntos del carné de político. Votar mal debería ser como mucho sinónimo de echar la papeleta fuera de la urna, sin relación alguna con cuál sea la opción elegida, por más que Mario Vargas Llosa no se canse de repetir lo contrario. Que los ciudadanos votamos mal es la triste e injusta excusa a la que se recurre para intentar justificar que no han votado a los míos.

Foto: El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno. (Reuters/Marcelo del Pozo)

Lamentablemente, esta idea se ha utilizado recurrentemente al analizar las elecciones en general, debido a un dañino cóctel de frustración e intereses personales. En el caso de las autonómicas andaluzas se suman además repugnantes tópicos y prejuicios. Y no solo por provocadores tertulianos o desocupados "trolls" de las redes sociales, sino incluso por responsables políticos, aunque en este caso tamizando las palabras para intentar no ser tan ofensivos en las formas, sin pensar que la gravedad de la cuestión está en el fondo.

"La Transición española se completará cuando en Andalucía gobierne un partido distinto al que ha gobernado siempre". Como la frase no es actual, sino que fue pronunciada en 2014, puede que no recuerden quién fue su autor. Ni el contexto en que la dijo, que es casi tan importante como la llamativa sentencia. Salió de los labios de Alberto Núñez Feijóo, entonces presidente de la Xunta de Galicia, ahora gran esperanza blanca de la derecha española, en un acto con Nuevas Generaciones para presentar al que estaba a punto de ser nombrado presidente del PP andaluz, un tal Juanma Moreno, seguro que les suena.

placeholder Juanma Moreno celebra los resultados del 19-J. (EFE/José Manuel Vidal)
Juanma Moreno celebra los resultados del 19-J. (EFE/José Manuel Vidal)

Como es fácil de suponer, estas palabras provocaron una oleada de indignación entre los socialistas andaluces, más impostada que real, ya saben cómo va este negocio. "Jamás iré a Galicia a insultar a la democracia ni a la voluntad del pueblo gallego manifestada libremente en las urnas", clamó Susana Díaz desde su entonces muy activa cuenta de Twitter, hoy dedicada como ella misma dice a sus asuntos de “feminista, madre, andaluza y socialista”.

Entonces ni imaginaba que cinco años después se quedó en Andalucía para cuestionar su propia democracia, esa que cuando le daba la razón defendía, pues como recordamos la semana pasada en este mismo Zaguán, llamó a movilizarse ante la investidura como presidente de Juanma Moreno con el apoyo de Ciudadanos y Vox porque "aceptamos la lógica alternancia en democracia, pero no a cualquier precio". Demócratas sí, si gobernamos nosotros.

Foto: Juan Espadas abraza a Susana Díaz en un acto de partido, hace unos meses. (EFE/Julio Muñoz)

Si el PSOE encadena 37 años de gobierno, es un régimen que solo es comprensible por la existencia de una red clientelar y de voto cautivo. Si el PP consigue por fin llegar a San Telmo, es porque nos hemos entregado en los brazos de la ultraderecha sin darnos cuenta de que Andalucía se ha aprovechado de los fondos aportados generosamente por Pedro Sánchez, como si hubieran salido de su bolsillo.

Tan ridículo y preocupante era escuchar a Pablo Casado que Andalucía era "una anomalía democrática" por la falta de alternancia en el poder, como oír decir sin ruborizarse a Juan Espadas que Juanma Moreno ha ganado las elecciones porque "no ha dudado en usar toda la maquinaria de propaganda de la Junta de Andalucía". ¿Qué es la desafección política? Y tú me lo preguntas…

placeholder Juan Espadas comparece la noche del 19-J. (EFE/Julio Muñoz)
Juan Espadas comparece la noche del 19-J. (EFE/Julio Muñoz)

Cuando Vox irrumpió con 12 diputados en 2018, logrando por primera vez representación parlamentaria en España, hubo muchísimas voces que intentaban explicar el fenómeno por la incultura de una caricatura de Andalucía de folclore, toros y caza. Los andaluces, ignorantes y jaraneros, nos dejábamos engañar por cualquiera y no estábamos a la altura de las circunstancias. Cuando un año después entró en el Congreso de los Diputados con 52 representantes, algunos de esos mismos analistas ya hablaban sesudamente del voto de castigo, las consecuencias del independentismo catalán, el descontento social y el auge de la ultraderecha en toda Europa.

Ahora hay quien se lamenta de que el PP haya logrado una apabullante mayoría absoluta en Andalucía porque, eso dicen, va a poner en peligro los servicios públicos y va a traer incontables catástrofes. Por supuesto, culpa nuestra, como si fuésemos los pardillos que nos dejamos embaucar por las estampitas de un Tony Leblanc interpretado por Juanma Moreno. Y es que él ha puesto las elecciones en la fecha que más le interesaba, sale mucho en Canal Sur y los andaluces estamos enfadados con el PSOE porque la gasolina y la luz están muy caras. Qué idiotas debemos ser.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/Rafa Alcaide)
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Todavía no se ha escuchado, y hace ya una semana de los comicios, a un representante del PSOE analizar qué errores han cometido, no durante esta campaña sino durante los últimos años. Estos resultados no son fruto de qué mal votan los andaluces, sino de qué poca confianza han sabido ganarse los perdedores.

Cuando la voluntad popular habla, la clase política debería callar y acatar. El votante, como el cliente, no es que siempre tenga la razón, es que siempre hay que respetar sus decisiones y opiniones. Cuando el árbitro pita el final, ya no se puede cambiar el resultado, tan solo analizarlo e intentar poner los medios para que el próximo sea mejor. Lo malo es que algunos siguen empeñados en inventar el VAR.

Cuando la fiesta de la democracia se convierte en la resaca de los malos resultados, urge buscar culpables. Habitualmente, estos suelen encontrarse entre aquellos que menos lo merecen, no vaya a ser que alguien haga autocrítica y le quiten puntos del carné de político. Votar mal debería ser como mucho sinónimo de echar la papeleta fuera de la urna, sin relación alguna con cuál sea la opción elegida, por más que Mario Vargas Llosa no se canse de repetir lo contrario. Que los ciudadanos votamos mal es la triste e injusta excusa a la que se recurre para intentar justificar que no han votado a los míos.

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