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Maneras de vivir la “liturgia de los apetitos populares”
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Fernando Matres

El Zaguán

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Maneras de vivir la “liturgia de los apetitos populares”

En la Semana Santa en Andalucía coexisten el recogimiento y los excesos; trasciende a la religiosidad para recordarnos aquello que fuimos y ya no somos

Foto: Paso de la Virgen de la Macarena. (EFE/Raúl Caro)
Paso de la Virgen de la Macarena. (EFE/Raúl Caro)
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Andalucía se apresura un año más para reinventar la primavera y desmentir al poeta Félix Grande, que escribió que “donde fuiste feliz alguna vez, no debieras volver jamás”. En realidad, aquí la Semana Santa trata justo de lo contrario. Para eso se van tachando los días, simbólica y literalmente, en una agridulce cuenta atrás, ya sea en domésticos almanaques o en artesanas pizarras de tabernas cofrades. Por algo se van cumpliendo íntimos ritos, desde comprar ropa para estrenar el Domingo de Ramos a visitar los pasos en los templos, de preparar las túnicas a escuchar el Pregón.

placeholder Dos sevillanas visitan la Basílica del Jesús del Gran Poder. (EFE/Raúl Caro)
Dos sevillanas visitan la Basílica del Jesús del Gran Poder. (EFE/Raúl Caro)

Porque el final de la Cuaresma en el sur se nutre, como es obvio, de la religiosidad, pero la trasciende hasta el punto de poder entenderse incluso sin ella. Es su esencia y su razón de ser, aunque irónicamente su singularidad radica en que no la necesita para existir. Es admirado por su fe católica y admirable por su ausencia de ella. Una festividad tan capaz de acoger a cualquiera como de establecer leyes no escritas excluyentes. Tan única que se diría que es una celebración diferente a cualquier otra Semana Santa.

Al visitante curioso le llaman poderosamente la atención muchos aspectos, pero tal vez por encima de todo la coexistencia en la misma calle de hermandades con una solemnidad propia de Castilla y otras con una efusividad desbordada. El negro ruan y el silencio junto a las túnicas de cola y la algarabía de las cofradías de barrio. El turista desubicado, a veces cae en el error de convertir el desconocimiento en desprecio o en burla.

Foto: Aglomeración de personas al paso de la Esperanza Macarena, en la calle Resolana. (EFE/Raúl Caro)

Dice el tópico, esa media verdad disfrazada de evidencia, que Sevilla es una ciudad dual. Y esto se aprecia en toda su dimensión en esta Semana Mayor, que es tiempo para el recogimiento y los excesos, la penitencia y la alegría desbordada, la saeta sentida y el “guapa, guapa y guapa”. Escenario tanto para el cofrade ultrarreligioso como para el capillita que no pisa una iglesia el resto del año a no ser que acuda a una boda o una misa de difuntos. De Despeñaperros hacia arriba puede ser incomprensible, pero aquí es compatible que un portavoz de Izquierda Unida sea costalero.

Lo definió mejor que nadie como “liturgia de los apetitos populares” el periodista Manuel Chaves Nogales, en un reportaje para el diario Ahora recogido en la deliciosa antología Semana Santa en Sevilla editada por Almuzara. “En tanto sirva para satisfacerlos, subsistirá con el máximo esplendor porque, en definitiva, al ciudadano le importa un bledo que se dé a su gula una significación litúrgica o un sentido pagano. Ocasiones para manifestarla es lo que desea. Y si la Iglesia se las proporciona ofreciendo al mismo tiempo la trascendencia teológica a su apetito, tanto mejor”.

placeholder Los costaleros del paso de Cristo de San Roque en una 'levantá'. (EFE/Raúl Caro)
Los costaleros del paso de Cristo de San Roque en una 'levantá'. (EFE/Raúl Caro)

A Chaves Nogales le debemos algunas de las más atinadas radiografías literarias del sentimiento popular andaluz, muchas de ellas en su imperdible libro La ciudad, escrito con solo 23 años. Y en 1935, en ese mismo reportaje periodístico, retrataba con tanto acierto como ironía esa doble condición de la Semana Santa. “Entre la cofradía del Silencio y la Macarena, el alma sevillana juega libremente todas sus apetencias y se llevar por los más varios requerimientos. El pie descalzo del penitente y la barriga llena del cofrade, el ayuno y las torrijas, la meditación y el vino”.

Y es que el peso de la tradición es tan poderoso que logra eclipsar a la religión. En Andalucía, una torrija tiene el mismo poder evocador de la magdalena de Proust y su sabor permite trasladarse a un tiempo que recordamos mejor, tal vez únicamente porque ya se fue. Así, la Semana Santa no representa para muchos la Pasión y Resurrección de Cristo, sino aquello que fuimos y ya no somos.

Foto: La Esperanza de Triana al llegar al centro de Sevilla. EFE Julio Muñoz
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Lo expresa a la perfección Isidoro Moreno, catedrático de Antropología Social y Cultural de la Universidad de Sevilla, en su estudio La Semana Santa andaluza como ‘hecho social total’ y marcador cultural: continuidades, refuncionalizaciones y resignificaciones: “La dimensión cristiana, sin ser negada, se desborda en una religiosidad sensual y panteísta, e incluso en una profunda reafirmación pagana (que no antirreligiosa) de la vida”.

El cómo antes que el qué. Hasta el punto de que la iconografía llega a no tener tanto simbolismo como los recuerdos que nos evoca. Como declamaba Carlos Herrera en su Pregón de la Semana Santa de Sevilla de 2001. “Y marcharemos a la Gloria, por un camino de cera. Y volveremos a ser niños asombrados ante la Majestad de un Dios que ha bajado a vernos otra vez, al igual que en aquellos años llenos de aroma de vida recién estrenada, mucho antes de ese día en que parten de verdad los barcos de juguete”.

placeholder El Jesús del Gran Poder pasa ante las Setas de la Encarnación de Sevilla. (EFE/Julio Muñoz)
El Jesús del Gran Poder pasa ante las Setas de la Encarnación de Sevilla. (EFE/Julio Muñoz)

Llega esa “semana que cuenta el tiempo al revés”. En la que traemos al presente olores, sonidos y sensaciones que creíamos olvidados. Cuando agarramos con fuerza la mano que nos guiaba y nuestro corazón se viste de Domingo. Donde nos citamos con nuestro pasado y forjamos el futuro de quienes nos siguen. Son días para vivirlos de mil maneras, con la fugacidad del instante que perdura o la solemnidad de la eternidad marcada en un rostro bajo palio.

Andalucía se apresura un año más para reinventar la primavera y desmentir al poeta Félix Grande, que escribió que “donde fuiste feliz alguna vez, no debieras volver jamás”. En realidad, aquí la Semana Santa trata justo de lo contrario. Para eso se van tachando los días, simbólica y literalmente, en una agridulce cuenta atrás, ya sea en domésticos almanaques o en artesanas pizarras de tabernas cofrades. Por algo se van cumpliendo íntimos ritos, desde comprar ropa para estrenar el Domingo de Ramos a visitar los pasos en los templos, de preparar las túnicas a escuchar el Pregón.

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