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Fernando Matres

El Zaguán

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El "hooligan" que acude a todos los mítines, el apolítico que piensa que todos son iguales, el indeciso, el de “la fiesta de la democracia”… ¿a quién reconoces en cada perfil?

Foto: Varios operarios trabajan en la preparación de papeletas, urnas y demás elementos para el 28-M. (EFE/Quique García)
Varios operarios trabajan en la preparación de papeletas, urnas y demás elementos para el 28-M. (EFE/Quique García)
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A estas alturas de la campaña, hay a quien ya le puede el hartazgo de que se rifen su voto al mejor postor, como si estuviera en un mercadillo, y quien todavía tiene ganas de más y sueña con un nuevo debate en el que poder confrontar las propuestas de unos y otros. Quien ya ha votado por correo porque el domingo no quiere saber nada de nadie y estará en la playa o en El Rocío y quien aprovecha los ratos libres para bucear en los programas en busca de medidas estrella o contradicciones que le ayuden a escoger la mejor opción. El que apaga la tele cuando empiezan los espacios electorales y la que comenta en la pausa del café la penúltima ocurrencia del candidato de turno.

Hay tantos votantes como personas. Como decía Cervantes, cada individuo es una variedad de su especie. Afortunadamente, también hay distintas alternativas, un abanico de lo más variopinto, para elegir, aunque a pesar de eso también resulta habitual preguntarse, después de suspirar, “¿y ahora a quién voto yo?”.

Foto: El 'simpecao' de Villamanrique de la Condesa, frente a la ermita del Rocío, en la romería de 2022. (EFE/Julián Pérez)
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Describir a cada elector es, pues, una tarea imposible, aunque la experiencia y la observación nos indican que pueden ubicarse en varios grupos o modelos que reúnen una serie de características comunes. Seguramente el lector podrá identificar a algunos conocidos en estos perfiles y si no se reconoce personalmente en ninguno, también puede aportar una nueva categoría.

El “hooligan”. Tiene su voto decidido antes de que se convocaran las elecciones, participa en todos los mítines y actos y luce en la pantalla de inicio del móvil un selfie con su candidato de cabecera. Es el primero en retuitear o comentar las publicaciones en las redes sociales y por supuesto no se conforma con elogiar las medidas de “los suyos”, sino que incluso le pone más ganas a echar por tierra y criticar las propuestas de “los otros”. Aunque en la víspera de la jornada electoral sorprendieran al líder de su partido con un alijo de droga ni se le pasaría por la cabeza cambiar de opinión, porque sería un invento de la prensa y, además, “seguro que los demás trafican con alijos mayores, pero claro, eso no interesa contarlo”.

Foto: Ilustración: EC Diseño.

El de “la fiesta de la democracia”. Vive la cita con las urnas con la misma ilusión que un niño la noche de Reyes. No se pierde un programa de Ferreras, se hace palomitas para verlo y uno de los mejores días de su vida fue cuando le llegó la carta para formar parte de una mesa electoral. Sermonea a sus amigos mientras se toman una cerveza con la obligación de votar y hacerlo de manera responsable, porque es un derecho, pero también una obligación y una responsabilidad. Remata siempre su charla con el clásico “pues si no votas, luego no te puedes quejar”. Por supuesto, madruga y va al colegio de los primeros, “porque luego hay mucha cola”, y pide pizza por la noche para seguir el recuento.

El indeciso. La pesadilla de Narciso Michavila. No sólo se pasa toda la campaña cambiando de opinión sobre quién merece su confianza, sino que el mismo día se encierra en la cabina y va mirando fija y alternativamente las diferentes papeletas como si alguna le fuera a revelar la verdad absoluta. Sopesa mil veces los pros y contras de cada una de las opciones e incluso valora los posibles pactos posteriores que pueden condicionar su elección. Ninguna le parece lo suficientemente buena para apostar por ella. Al final, acaba decidiéndose por el primer candidato en el que pensó.

Foto: José Luis Sanz, candidato del PP en Sevilla, conversa con un una mujer en el barrio de Alcosa, bastión socialista. (Cedida)

El pragmático. No tiene en cuenta a los partidos, ni siquiera a las personas, sólo se guía por qué puede conseguir si la Alcaldía recae en la persona a la que apoyó con su papeleta. No quiere saber nada de debates en clave nacional, extrapolaciones con las generales, Bildus, independentistas o leyes trans. Si pertenece a una familia numerosa, votará a quien prometa las mejores ayudas para ellas; si alguien lleva en su programa electoral arreglar el bache que hay en la esquina de su casa, confiará en esa candidatura. Ni se casa con nadie, ni quiere hacerlo. Es tan práctico que lleva la papeleta elegida y metida en el sobre desde casa para no perder tiempo.

El apolítico. No cree en los políticos, porque “son todos iguales y solo piensan en llenarse el bolsillo”. En algunas elecciones no vota, en otras, lo hace en blanco. Si se siente más rebelde mete en el sobre algún papel con una frase reivindicativa, como si así luchara contra el sistema. También acostumbra a hacer reproches en voz alta a la televisión cuando sale algún mitin. A veces, suelta algún insulto. En alguna ocasión, muy rara vez, ha visto alguien que le ha hecho abandonar su insumisión electoral porque ha pensado “parece diferente, no habla como los demás”. Spoiler: sale mal y se acaba decepcionando aún más.

A estas alturas de la campaña, hay a quien ya le puede el hartazgo de que se rifen su voto al mejor postor, como si estuviera en un mercadillo, y quien todavía tiene ganas de más y sueña con un nuevo debate en el que poder confrontar las propuestas de unos y otros. Quien ya ha votado por correo porque el domingo no quiere saber nada de nadie y estará en la playa o en El Rocío y quien aprovecha los ratos libres para bucear en los programas en busca de medidas estrella o contradicciones que le ayuden a escoger la mejor opción. El que apaga la tele cuando empiezan los espacios electorales y la que comenta en la pausa del café la penúltima ocurrencia del candidato de turno.

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