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Fernando Matres

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El marrón de la novena provincia

Obligar a Juan Espadas a ponerle su nombre y apellidos a la defensa del acuerdo con los independentistas es un error estratégico. O una crueldad infinita

Foto: El secretario del PSOE-A, Juan Espadas. (Francisco J. Olmo/Europa Press)
El secretario del PSOE-A, Juan Espadas. (Francisco J. Olmo/Europa Press)
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Las posturas pueden defenderse desde la fuerza de la convicción, la desesperación de la necesidad o la dejadez de la obligación. Quien ofrece sus argumentos porque cree en ellos emplea lógica y determinación. El que lo hace porque le va la vida en ello demostrará pasión y ganas. Pero si tu única razón para debatir es que así te lo han ordenado, existe el riesgo de que se note demasiado. Quien tiene que comerse el marrón, por decirlo en términos coloquiales, lo que espera es que todo pase lo más rápido posible y con los menores costes personales.

Eso es lo que anda rogando por las esquinas Juan Espadas, que se tragó el sapo de dar la cara en solitario en la Comisión de Comunidades Autónomas del Senado. Por más que tratara con cierto éxito de esquivar todos los charcos y ni siquiera verbalizara al enorme elefante que estaba en la sala en forma de amnistía, ser el único portavoz del PSOE y tener que responder a los reproches de catorce presidentes autonómicos del PP le pesó en el momento y le marca para el futuro.

Foto: Juan Espadas, en la tribuna del Parlamento andaluz. (EFE/Julio Muñoz) Opinión
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De entrada, le convierte en la némesis de Emiliano García-Page y le señala ante los andaluces como el valedor de las doctrinas de Pedro Sánchez, algo que acarrea unos daños internos considerables. Cierto es que su figura ya estaba vinculada a la del presidente del Gobierno desde que fuera el elegido para ejecutar la salida de Susana Díaz, pero ponerle su nombre y apellidos a las réplicas a los populares después de que Pere Aragonès hablara de amnistía y autodeterminación es un importante salto de pantalla.

La clave está en conocer el verdadero motivo por el que Sánchez decidió que Espadas se encargara de llevar a cabo este trabajo sucio y desagradecido. Si la razón fuera proporcionarle un escaparate nacional y contraponer su figura a la de destacados barones populares, entre ellos su rival natural, Juanma Moreno, sería una buena noticia para él. Pero los antecedentes nos dicen que el líder del PSOE acostumbra a utilizar a sus colaboradores y sacrificarlos sin rubor alguno cuando es necesario, que se lo pregunten si no a Iván Redondo, Carmen Calvo o José Luis Ábalos.

Foto: Juan Espadas, líder del PSOE andaluz, en el Senado. (EFE/Kiko Huesca)

Por eso, la hipótesis más plausible es que simplemente utilizó como portavoz a Espadas porque se ha caracterizado siempre por asumir como propios sus argumentarios, cambios radicales de opinión incluidos, y no le supone un desgaste al no tratarse de una primera figura. Y esto exime de coste a Pedro Sánchez, pero implica que da por amortizado a su líder andaluz. A priori no parece la mejor idea añadirle una mochila más para disputar la presidencia en un momento en el que ya tiene que luchar contra una abrumadora mayoría absoluta, un Juanma Moreno con un perfil nacional creciente y una labor de oposición errática e inofensiva.

Porque no se trataba de que hiciera el papel de Óscar Puente en la sesión de investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo, que lo representó con la eficacia y el gesto malencarado de un secundario de una película de Scorsese, sino de que legitimara con su presencia y su discurso unas concesiones al independentismo catalán que tanto sus compañeros como él habían descartado por inconstitucionales hasta hace un cuarto de hora. Concretamente, hasta que resultan determinantes para formar Gobierno.

Foto: El secretario general del PSOE de Valladolid, Óscar Puente, se dirige a la tribuna del Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)

Este ejercicio de malabarismo dialéctico, porque me niego a llamarlo político, esta suerte de trilerismo en la tribuna del Senado (la muevo, la escondo, derecha, izquierda o centro, ¿dónde está la amnistía?) no debe ser plato de gusto para nadie, aunque resultaría menos chocante en algún socialista catalán o vasco. Obligar a hacerlo al líder de los socialistas en Andalucía, una tierra que recibe con especial sensibilidad los agravios separatistas es un error estratégico o una crueldad infinita.

A buena parte de sus hipotéticos votantes le gustaría que Espadas hiciera en ocasiones como Emiliano García-Page, Javier Lambán, Ximo Puig, Luis Tudanca o incluso como el más diplomático Guillermo Fernández Vara, aunque ya están acostumbrados a que no alce la voz ni siquiera discrepe en alguna cuestión menor con la doctrina oficial de Pedro Sánchez. Pero entre estar callado y otorgar y convertirse en su portavoz hay una gran y peligrosa diferencia.

Foto: Javier Lambán, Emiliano García-Page, Ximo Puig y Guillermo Fernández Vara conversando. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Cataluña siempre ha sido denominada la novena provincia, debido a la elevada presencia migratoria en esa comunidad, donde casi un millón de andaluces fueron en busca de una vida mejor. Que un aspirante a ser su presidente defienda sin mover un músculo que no pasa nada por perdonar y olvidar que quienes quieren separarla de España incumplieron la ley y amenazan con volver a hacerlo no es desde luego la mejor carta de presentación. Sobre todo, cuando tampoco tiene demasiadas otras virtudes que incluir en ella.

Ya hay muchos socialistas que lamentan las consecuencias negativas que tuvo para ellos la influencia de Sánchez en los resultados de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, entre ellos el ex alcalde de Sevilla Antonio Muñoz, y esta identificación puede suponer para su antecesor en el Ayuntamiento, Juan Espadas, un obstáculo insalvable en una carrera para recuperar Andalucía para el PSOE, en la que por otra parte nunca ha ofrecido motivos para la esperanza. De la blanca y verde al marrón en el Senado.

Las posturas pueden defenderse desde la fuerza de la convicción, la desesperación de la necesidad o la dejadez de la obligación. Quien ofrece sus argumentos porque cree en ellos emplea lógica y determinación. El que lo hace porque le va la vida en ello demostrará pasión y ganas. Pero si tu única razón para debatir es que así te lo han ordenado, existe el riesgo de que se note demasiado. Quien tiene que comerse el marrón, por decirlo en términos coloquiales, lo que espera es que todo pase lo más rápido posible y con los menores costes personales.

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