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Fernando Matres

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Un pueblo mirándose a sí mismo

La Semana Santa no necesita de los visitantes, como dejó escrito Joseph Peyré, pero merece ser compartida, frente a los recelos de los cofrades más chovinistas

Foto: La hermandad de San Benito. (Joaquin Corchero/Europa Press)
La hermandad de San Benito. (Joaquin Corchero/Europa Press)
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Decía Arthur Miller que un buen periódico es una nación hablándose a sí misma y Andalucía, esta semana, es un pueblo mirándose a sí mismo. Por más que la Semana Santa atraiga a un millón de turistas y genere un impacto económico de 400 millones de euros en la comunidad, ni todos los visitantes llegan cautivados por la liturgia de las procesiones, sino por el clima u otros atractivos, ni se trata de un escaparate, sino más bien de un espejo que refleja lo más profundo de las vivencias de los andaluces.

En estos días se celebra una ceremonia que viene repitiéndose durante seis siglos, pero que tiene la capacidad de reescribirse cada año, evolucionando sin perder los anclajes en la férrea tradición heredada de padres a hijos y de abuelos a nietos. Y en ella, los espectadores no iniciados no sólo es que no sean los protagonistas, sino que a los más chovinistas incluso les molestan.

Lo reflejó con una asombrosa lucidez el escritor francés Joseph Peyré, seguramente el extranjero que con mayor precisión interiorizó las claves de la Semana Santa. "No está hecha para los visitantes. Ella no necesita de ellos. Sevilla se da a sí misma el espectáculo de la Pasión", dejó escrito en 1953 en su imprescindible libro La Pasión según Sevilla.

Foto: La imagen de Jesús del Gran Poder de Sevilla. (EFE/José Manuel Vidal)

Con idéntico acierto explicó esa curiosa manera que muchos cofrades tienen de vivir el proceso, como si la Semana Mayor fuera la Ítaca del poema de Kavafis: "Pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias". Esto es, disfrutar las vísperas más que la celebración. Los preparativos antes que los "días señalaítos". Del "esto ya está aquí" al "esto ya se está acabando" en cuanto pasa el Domingo de Ramos. Así lo plasmó Peyré. "¿Esperar un año la vuelta de la fiesta? Toco aquí uno de los secretos de la tristeza de Sevilla, que dura mucho más que la alegría, pero que la primera visión de la Semana Santa es suficiente para conjurar".

La explosión de devoción, fe, color, sonido y sentimientos ha cautivado a numerosos visitantes, no sólo a los conocidos como viajeros románticos, sino a todo quien se ha acercado a ella con el mismo respeto que curiosidad. Y la admiración que provoca en el extranjero genera orgullo en el andaluz más hospitalario y también rechazo en el más celoso de sus señas de identidad, en quien contempla como un delito de leso andalucismo no conocer los códigos internos de las cofradías. Que ya se sabe que "hay gente pa tó", como exclamó Rafael El Gallo cuando le explicaron que José Ortega y Gasset, al que le acababan de presentar, era filósofo.

Foto: Traslado del paso Nuestro Padre Jesús Cautivo y María Santísima de la Trinidad en Málaga (Álex Zea/Europa Press)

El impacto provocado en algunos de quienes observan por vez primera la escenificación de la Pasión en las calles del Sur bien podría recibir una denominación, a la manera del célebre "síndrome de Stendhal". Así, cuentan que el compositor Igor Stravinsky quedó impresionado cuando visitó Sevilla en 1921 y, escuchando los sones de la marcha "Soleá, dame la mano" interpretada a la Virgen del Refugio de San Bernardo, acertó a decir "estoy escuchando lo que veo y estoy viendo lo que escucho".

Aquí conviene aclarar las dos Semanas Santas que existen, la de quien va a mirarse por dentro y la de quien va a que le vean. Y no tiene nada que ver con el origen o las nacionalidades, sino con el carácter y las formas de afrontar la vida. Hay quien participa y quien quiere figurar. Se puede vivir la experiencia o contar que has estado. Existe la posibilidad de dejarse llevar o de preocuparse más de la forma que del fondo.

Foto: Imagen de archivo de la Semana Santa de Ávila. (EFE)

Y en esto último hay verdaderos especialistas. Guardianes de las esencias cofrades que determinan lo que se puede hacer o no. Que censuran más a quien aplauden por desconocimiento en un momento inapropiado que a quien mira por encima del hombro al que se deja llevar por la emoción. Que cuestionan si alguien lleva una vestimenta apropiada y no su devoción, ignorando las Sagradas Escrituras: "El hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira al corazón" (1 Samuel 16:7).

Porque hay una enorme diferencia entre no necesitar a los visitantes, como remarcaba Peyré, y menospreciarlos. "No hace falta que venga nadie de fuera a la Semana Santa", claman algunos cofrades rancios. "La Feria se llena de madrileños cuando hay puente", protestan siempre algunos. "Que no veraneen todos en nuestras playas que no hay quien se bañe", dicen recurrentemente algunos en las poblaciones costeras.

Foto: Juanma Moreno y María Jesús Montero. (Francisco J. Olmo/Europa Press) Opinión
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Y ya no se trata solo de obviar los beneficios socioeconómicos que aportan esas visitas a una comunidad cuya principal industria, más por desgracia que por suerte, es el turismo, sino también el contraste de esas actitudes cerriles con el espíritu abierto y acogedor que caracteriza al pueblo andaluz.

Porque la Semana Santa es, ante todo, reencuentro. Con uno mismo, con la persona que un día fue, con "estos días azules y este sol de la infancia" de Machado, pero también con quienes estuvieron y ya solo nos acompañan en el recuerdo. Reencuentro también con la Historia, con aquello que nos hace ser como somos y que moldeará también a nuestros hijos. Reencuentro, pues, con lo mejor de nosotros. Y eso, no cabe duda, merece la pena compartirlo.

Decía Arthur Miller que un buen periódico es una nación hablándose a sí misma y Andalucía, esta semana, es un pueblo mirándose a sí mismo. Por más que la Semana Santa atraiga a un millón de turistas y genere un impacto económico de 400 millones de euros en la comunidad, ni todos los visitantes llegan cautivados por la liturgia de las procesiones, sino por el clima u otros atractivos, ni se trata de un escaparate, sino más bien de un espejo que refleja lo más profundo de las vivencias de los andaluces.

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