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Fernando Matres

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Que nos gobierne la IA

Si nadie es capaz de moverse ni un milímetro de sus posiciones de partida, ya sea por cerrazón ideológica o por miedo a perjudicar los intereses electorales, ¿de qué nos sirve la política?

Foto: El alcalde de Sevilla, José Luis Sanz. (EFE/Jose Manuel Vidal)
El alcalde de Sevilla, José Luis Sanz. (EFE/Jose Manuel Vidal)
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Ya advertía el recordado Olof Palme que todos los gobiernos son siempre de coalición entre el titular de Hacienda y los demás. Y, ahora, para complicar su aprobación, a esta tradicional dificultad endógena para confeccionar unos presupuestos, le hemos sumado la circunstancia exógena de la cada vez más habitual fragilidad de las aritméticas parlamentarias. En un escenario en el que las mayorías absolutas casi son especies en vías de extinción, conseguir el aval al documento financiero que recoge los objetivos y aspiraciones de una Administración pública es una tarea ardua. Y, claro, se ven más prórrogas que en el Mundial de Brasil 2014.

La Generalitat catalana fue incapaz de sacar adelante sus cuentas, lo que motivó el adelanto electoral y la victoria de Salvador Illa. Precisamente esta convocatoria hizo que Pedro Sánchez desistiera de presentar las suyas, sabedor de que no iba a encontrar los apoyos necesarios en un clima de campaña. Y el alcalde de Sevilla, que también renunció en su momento por su débil mayoría, ha recurrido ahora al subterfugio previsto por la ley de presentar una moción de confianza para poder contar con un Presupuesto.

El popular José Luis Sanz se someterá a esta curiosa fórmula, que ya utilizaron en su día Ada Colau y Jaume Collboni en Barcelona. La endiablada configuración del Ayuntamiento de Sevilla, con el PP con 14 concejales, el PSOE con 12, Vox con 3 y Con Andalucía con 2, y la negativa del partido de ultraderecha a votar a favor de las cuentas municipales si no entra en el Gobierno, hacen imposible una mayoría.

Foto: El portavoz del PP, Borja Sémper, durante una rueda de prensa en Génova (Isabel Infantes  / Europa Press)

Presumiblemente, mañana verá rechazada esa confianza y se abrirá un mes de plazo para presentar una moción de censura, algo bastante improbable porque requeriría que los de Pedro Sánchez y los de Santiago Abascal se pusieran de acuerdo. Y, llámenme loco, no parece que vaya a pasar. Si no hay alternativa para gobernar en ese tiempo, el Presupuesto quedará aprobado automáticamente y podrá prorrogarse en 2025 para ahorrarse de nuevo este trago.

El resultado, pues, sería positivo para los intereses de los ciudadanos, pero el camino recorrido sería tan absurdo como preocupante. Y el caso de Sevilla nos ocupa por la actualidad y también por entrar dentro de la jurisdicción de estas páginas, aunque desgraciadamente no es excepcional ni una raya en el agua, sino más un ejemplo de la política de la hora.

"Vale que la crispación es el pan nuestro de cada día, pero ¿de verdad cuesta tanto trabajo ceder para ponerse de acuerdo?"

Vale que la crispación es el pan nuestro de cada día, que la polarización se filtra por todas las rendijas hasta hacer del conmigo o contra mí una rutina y que el hecho de vivir en una campaña permanente tampoco ayuda, pero ¿de verdad cuesta tanto trabajo ceder para ponerse de acuerdo? Siempre que hay unas elecciones se suelen repetir las mismas reacciones: que todo el mundo gana y nadie pierde, como en cada oleada del Estudio General de Medios, y que cualquiera recita ante un atril que “la sociedad ha hablado y hemos entendido su mensaje”. Pues bien, cuando los pactos no suman dos y dos, el mensaje que subyace es “hablen y lleguen a un entendimiento por el bien común”. Aunque eso nadie parece escucharlo.

Tengo la firme convicción, aunque pueda pecar de ingenuo, de que si el alcalde José Luis Sanz y el ex alcalde Antonio Muñoz se sentaran a hablar, sin urgencias ni injerencias de los argumentarios nacionales, desbloquearían la situación. El portavoz socialista ya ha demostrado responsabilidad apoyando las ordenanzas fiscales y modificaciones presupuestarias necesarias. También el PP hizo posible con su abstención en 2018 que el PSOE aprobara las cuentas del Ayuntamiento de Sevilla ante el voto en contra de Podemos e IU.

Foto: El alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz, durante su intervención en el foro 'España a examen' organizado por El Confidencial. (Jon Imanol Reino)

Si nadie es capaz de moverse ni un milímetro de sus posiciones de partida, ya sea por cerrazón ideológica o por miedo a perjudicar los intereses electorales, ¿de qué nos sirve la política? Si personas que teóricamente comparten responsabilidades, obligaciones y objetivos no pueden encontrar un punto medio en beneficio de quienes les han elegido para administrarles, ¿a qué se dedican? Para votar siempre lo que alguien dicte desde arriba, bien puede gobernarnos la inteligencia artificial.

Permítanme la indudable grosería de autocitarme, pero no se me ocurre una manera mejor de definir la situación que con unas palabras escritas en este mismo rincón hace quince días: “Por eso es descorazonador que a veces la virtud sea interpretada como debilidad. O que lo que dicta la conciencia sea retorcido por la utilidad. Que se orille lo importante por lo urgente. Que se aparquen los valores en beneficio del tacticismo”.

Qué lejano parece el tiempo de la Transición, en que unos y otros supieron ceder para avanzar. Qué ajena a esta época suena la reflexión de Adolfo Suárez en 1977: “Puedo, en fin, prometer, y prometo, que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos”.

De momento, la realidad es que el alcalde de Sevilla se somete hoy a una cuestión de confianza sabiendo que no la tiene para poder aprobar un Presupuesto sin el respaldo de nadie. Al fin y al cabo, ya lo dijo Ernest Hemingway, “la mejor forma de averiguar si puedes confiar en alguien es confiar en él”.

Ya advertía el recordado Olof Palme que todos los gobiernos son siempre de coalición entre el titular de Hacienda y los demás. Y, ahora, para complicar su aprobación, a esta tradicional dificultad endógena para confeccionar unos presupuestos, le hemos sumado la circunstancia exógena de la cada vez más habitual fragilidad de las aritméticas parlamentarias. En un escenario en el que las mayorías absolutas casi son especies en vías de extinción, conseguir el aval al documento financiero que recoge los objetivos y aspiraciones de una Administración pública es una tarea ardua. Y, claro, se ven más prórrogas que en el Mundial de Brasil 2014.

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