El Zaguán
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Dos no blanquean si uno no quiere
Si el Presidente del Gobierno te convoca a una reunión, vas. Y punto. Lo ha dicho Juanma Moreno, incluso con un determinante posesivo con tanta intención como poco complejo
Si te llama tu ex a las dos de la mañana, quizá lo más sensato sea no contestar. Si has hecho una travesura y tu madre pronuncia tu nombre desde la habitación de al lado, tal vez con la zapatilla en la mano, es prudente no acudir. Si estamos a fin de mes y el colega que siempre va justo y ya te ha pedido dinero varias veces te dice de ir a tomar un café, puede que lo mejor sea inventar una excusa y no quedar. Pero si te llama el presidente del Gobierno, vas. Donde sea, cuando sea y para lo que sea. Y con más motivo si ocupas un cargo institucional y representas a los ciudadanos de una comunidad autónoma. Luego, durante la reunión, podrás darle la razón en todo como si fueras un miembro del Comité Federal del PSOE y no te apellidaras García-Page o Lambán, discutirle con más o menos vehemencia cada uno de los puntos de la conversación o incluso saludarle sin ganas y mirando “a lo Laudrup”, a expensas de quedar de maleducado como Carvajal. Pero vas. Y punto.
Lo dijo con toda rotundidad Juanma Moreno en Lucena, con ese tono tan suyo que incita a estar de acuerdo con él, o por lo menos a no llevarle la contraria. “Por supuesto que si mi presidente me llama para hablar, allí estaré”, señaló, remarcando el determinante posesivo con tanta intención como poco complejo. El presidente del Gobierno de España convoca a una cita al presidente de una comunidad autónoma y este acude, le escucha y le traslada su opinión. Qué locura. Vivimos tiempos políticos tan extraños que este hecho tan lógico genera comentarios y despierta recelos, hasta el punto de provocar artículos como este. La lealtad institucional a estas alturas parece un animal mitológico y el sentido común, esa salud contagiosa, que escribió Alberto Moravia, es casi revolucionario.
Tampoco seamos inocentes, que (desgraciadamente) no hemos nacido ayer. Lo que persigue Pedro Sánchez con una ronda de entrevistas individuales con los presidentes autonómicos es buscar fisuras en la unidad de acción de los barones del PP, escenificar que no todos piensan igual y que, por lo tanto, el rechazo a la financiación singular de Cataluña se basa en buscar un beneficio político y no en criterios económicos o legales. Una interpretación muy curiosa, por cierto, porque los socialistas califican como grietas las distintas sensibilidades populares, mientras que sus propias desavenencias internas son tan solo debates lógicos propios de un partido tremendamente plural en el que la gente se expresa con total libertad, en palabras de Óscar Puente.
Y quienes abogan por hacer un plante y no acudir a esas convocatorias, teoría creada o al menos alentada por Isabel Díaz Ayuso, alegan que como su objetivo es ese, no hay que prestarse a esa maniobra porque supondría blanquear el acuerdo fiscal con ERC, ese que a día de hoy sabemos por el PSOE lo que no es, todavía no lo que es. Ya saben, que pacten… pero que no lo llamen concierto económico. Una decisión que encaja a la perfección en esa forma de hacer política que antepone la confrontación cotidiana, las palabras gruesas y los zascas sobre el diálogo, los discursos respetuosos y el debate.
En este panorama en el que la presidenta de la comunidad que alberga la capital de España propone ignorar una reunión con el presidente del país, como si fuera un pesado al que se le deja en visto en el whatsapp, y este mismo presidente presume de que va a gobernar “con o sin apoyo de la oposición, con o sin concurso del poder Legislativo”, son más necesarias que nunca actitudes sensatas como la de Juanma Moreno o Carlos Mazón, que también ha confirmado su asistencia a esa convocatoria si se produce.
Si las abuelas, con su sabiduría de mesa camilla, siempre advertían de que dos no se pelean si uno no quiere, tampoco dos blanquean si uno no lo desea. Resulta agotador, por obvio, tener que aclarar que reunirse con alguien, oírle y hablarle, no implica dar legitimidad a sus propósitos. Tan desesperante como verse obligado a advertir en la bio de la red antes conocida como Twitter que hacer un retuit no significa estar de acuerdo con el mensaje.
La incapacidad para llegar a consensos y alcanzar acuerdos es uno de los grandes males de la política actual, pero dar un paso más y deslegitimar directamente, no ya el entendimiento, sino incluso el mero diálogo, supone una deriva tan peligrosa como inquietante. Equivale además a olvidar, si no a pervertir, el sentido mismo de la democracia. No quedan para charlar porque se caigan bien, sino porque representan a quienes gobiernan, a todos y cada uno de ellos, no sólo a quienes les hayan votado, y como tal les deben un respeto. Que se den la mano cordialmente, se hagan una foto con el gesto que cada uno decida, hablen de los problemas de los ciudadanos, traten de buscar una solución y, si no es posible, que sea por no haberlo conseguido, no por ni siquiera haberlo intentado. Y, si descubren muy pronto que es imposible tender puentes en el tema en cuestión por la intransigencia de alguna de las posturas, o de las dos, que sigan hablando. De la vuelta al cole, la batalla de audiencias entre El Hormiguero y La Revuelta o el precio de la gasolina, pero que hablen. Que algunos somos de la opinión de que los políticos cobran poco, pero para dialogar ya les da. Y va en el sueldo.
Si te llama tu ex a las dos de la mañana, quizá lo más sensato sea no contestar. Si has hecho una travesura y tu madre pronuncia tu nombre desde la habitación de al lado, tal vez con la zapatilla en la mano, es prudente no acudir. Si estamos a fin de mes y el colega que siempre va justo y ya te ha pedido dinero varias veces te dice de ir a tomar un café, puede que lo mejor sea inventar una excusa y no quedar. Pero si te llama el presidente del Gobierno, vas. Donde sea, cuando sea y para lo que sea. Y con más motivo si ocupas un cargo institucional y representas a los ciudadanos de una comunidad autónoma. Luego, durante la reunión, podrás darle la razón en todo como si fueras un miembro del Comité Federal del PSOE y no te apellidaras García-Page o Lambán, discutirle con más o menos vehemencia cada uno de los puntos de la conversación o incluso saludarle sin ganas y mirando “a lo Laudrup”, a expensas de quedar de maleducado como Carvajal. Pero vas. Y punto.
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