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El Zaguán
Por
¿Qué dice? No sé, es un discurso
El tono didáctico de Juan Bravo sobre el decreto ómnibus sorprende cuando los políticos prefieren dar argumentos de defensa a los "suyos" que convencer a los "otros"
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El más sesudo editorial se convierte en irrelevante ante la reflexión y carga de profundidad que encierra una buena viñeta humorística. Ya decía Darío Fo que la sátira es el arma más eficaz contra el poder. Hermano Lobo, el “semanario de humor dentro de lo que cabe” que dejó páginas brillantes durante los últimos años del franquismo y la Transición, tiene innumerables ejemplos de ello en su hemeroteca. En estos días de reproches mutuos, excusas propias y vergüenza ajena acerca del decreto ómnibus, he recordado dos de sus célebres portadas. En una de ellas, obra del recordado Gila, se observa a un hombre gesticulando en un atril ante un grupo de personas, una de las cuales pregunta “¿Qué dice?”, mientras que otra le contesta “No sé, es un discurso”. En otra muy similar, firmada por Ramón, ante el mismo interrogante la contestación del interlocutor es “Nada, está prometiendo”.
Bastan un puñado de palabras, y la ironía genial de dos maestros del humor, para situar ante el espejo de su propia inconsistencia a los políticos que se manejan con frases vacías, argumentarios de manual y confrontación donde debería haber reflexiones, propuestas y diálogo. “Quien nos hace reír es un cómico. Quien nos hace pensar y luego reír es un humorista”, apuntó George Burns.
Lo hemos visto en este debate como antes lo hicimos en los intentos de no asumir responsabilidades por la DANA o en prácticamente todos los asuntos que marcan la agenda política. Lo habitual es denostar la postura del otro antes que defender la propia con razonamientos. Ya sea por estrategia, comodidad o incapacidad, la clase política prefiere reducirlo todo a una consigna, un titular o un zasca. Todo se limita a lemas como sacados de camisetas, desde “buscar votos debajo de las piedras” a “coaliciones negacionistas” por un lado, o “regalar palacetes al PNV” y “apoyar la inquiokupación” por el otro.
No paramos de oír a los unos reclamar a los otros que les aclaren a los pensionistas por qué han votado en contra o por qué no trocearon el decreto, según quién hable, que ya se sabe que los pretextos están de oferta y siempre es más cómodo exigir a los demás que a uno mismo. Prefieren parafrasear a Miguel de Unamuno -“que expliquen ellos”- antes que afanarse en hacer llegar sus razones a los españoles para que les apoyen por convencimiento, no por fanatismo.
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Como corren tiempos en los que parece más importante proveer de argumentos a los "suyos" para que puedan defendernos que convencer con razonamientos a los “otros”, ha llamado la atención el papel didáctico de Juan Bravo. El vicesecretario general de Economía del Partido Popular ha estado estos días de gira por los medios de comunicación explicando la postura de su formación como lo haría un profesor universitario, no un político. Con las formas de un divulgador, no de un activista. Con datos, hechos contrastados, referencias a artículos de leyes, tono relajado y respeto por el interlocutor. Luego, se podrá estar de acuerdo o no con su planteamiento, pero es una exposición coherente y argumentada, no un mitin desabrido que invita a desconectar. Le darán la razón o no, aunque difícilmente provocará rechazo en quien le escuche.
Ha acudido a dar la cara a medios con una línea editorial tanto afín como contraria a sus postulados, se ha sometido a preguntas amables y a interrogatorios vehementes de tertulianos formados e incisivos, en radio y en televisión. Sin levantar la voz, escuchando sin interrumpir las intervenciones de los demás. Y, como se dice en El gaucho Martín Fierro, ha sido toro en su rodeo y torazo en el ajeno.
Juan Bravo ha sido en los medios al decreto ómnibus lo que Óscar Puente fue en las redes sociales los días posteriores a la DANA. Alguien que, en medio de las críticas cruzadas y la bronca, se aleja del ruido e informa con pausa. Un portavoz que destaca por contraste, por hacer lo que debería ser normal. Alguien a quien se escucha porque su voz tranquila, irónicamente, resalta entre los gritos. Cuánto se echa de menos esa versión del Ministro de Transportes, cuando se limitaba a transmitir con diligencia y asepsia los avances en la reconstrucción de las infraestructuras afectadas por el temporal.
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En cambio, el perfil del dirigente popular siempre ha sido el mismo, de hecho se recuerdan los vídeos didácticos en su etapa como consejero de la Junta de Andalucía, en los que explicaba los Presupuestos o los beneficios de las rebajas fiscales ayudado por una pizarra en la que iba desglosando los números. Una imagen constructiva, amable, positiva, que llama la atención en momentos de crispación e insultos.
El camino recorrido por Juan Bravo, desde la Consejería de Hacienda andaluza hasta Madrid, es el mismo que en su día hizo alguien que ahora se ha sacado el billete de vuelta, María Jesús Montero. La elegida por el PSOE para disputarle la Presidencia a Juanma Moreno por el momento ha optado por un modelo de oposición que sigue la tendencia: tono mitinero, palabras gruesas, lemas y reproches sobre incumplimientos. Para desgastar a un Gobierno, es necesaria esta tarea. Y es lo que puede hacer por ahora. Para presentarse como una alternativa seria de confianza, muy pronto hará falta algo más, no solo destruir, sino también proponer, de manera clara, sencilla y realista.
Es decir, que a partir de ahora cuando Montero hable, y alguien pregunte “¿qué dice?”, la respuesta pase de “no sé, es un discurso” a “su programa para ser presidenta de Andalucía”.
El más sesudo editorial se convierte en irrelevante ante la reflexión y carga de profundidad que encierra una buena viñeta humorística. Ya decía Darío Fo que la sátira es el arma más eficaz contra el poder. Hermano Lobo, el “semanario de humor dentro de lo que cabe” que dejó páginas brillantes durante los últimos años del franquismo y la Transición, tiene innumerables ejemplos de ello en su hemeroteca. En estos días de reproches mutuos, excusas propias y vergüenza ajena acerca del decreto ómnibus, he recordado dos de sus célebres portadas. En una de ellas, obra del recordado Gila, se observa a un hombre gesticulando en un atril ante un grupo de personas, una de las cuales pregunta “¿Qué dice?”, mientras que otra le contesta “No sé, es un discurso”. En otra muy similar, firmada por Ramón, ante el mismo interrogante la contestación del interlocutor es “Nada, está prometiendo”.