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Pedro, Mohamed y las cosas del poder
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Pedro, Mohamed y las cosas del poder

El Real Alcázar de Sevilla y la Alhambra de Granada. Alabo el gusto y la altura de miras de quienes supieron reconocer lo bueno que había al otro lado de la frontera, dejándonos con ello un extraordinario legado patrimonial

Foto: Una pareja posa en el Real Alcázar de Sevilla. (Reuters)
Una pareja posa en el Real Alcázar de Sevilla. (Reuters)

¿Pasa el tiempo o pasamos nosotros? El tiempo se mide en algoritmos y en arrugas. De sábado a sábado cabe una guerra, una huelga de transporte que deja tiritando a los supermercados y un acuerdo político, cuanto menos, cuestionable. España, Marruecos, el Sáhara. No soy analista política, ni ganas, oiga. Que el tiempo ponga a cada uno en el lugar que le corresponde en la Historia. Pero, en este pacto entre reinos de distinta confesión religiosa (sí, España es un estado aconfesional, pero no podemos negar la larga tradición católica), me llamaba la atención que hubiera entre los actores un Pedro y un Mohamed. Irremediablemente, yo, que tengo un Delorean imaginario aparcado en la puerta de mi casa, me subí al buga dispuesta a viajar a la Península Ibérica del siglo XIV buscando a otro Pedro y otro Mohamed.

Era por entonces la Península un puzle de reinos cristianos que avanzaban a velocidad de crucero para conquistar gran parte de los últimos Taifas surgidos tras la derrota de los almohades.

placeholder Real Alcázar de Sevilla. (EFE/Raúl Caro)
Real Alcázar de Sevilla. (EFE/Raúl Caro)

En este contexto, y ya avanzado el siglo, aparecen dos figuras históricas paradigmáticas para entender las relaciones entre cristianos y musulmanes en la Península Ibérica medieval: Pedro I, rey de Castilla, y Muhammad V, rey nazarí de Granada. La coexistencia y la convivencia de dos mundos distintos a través de una frontera permeable a los enfrentamientos, pero también a las relaciones y las influencias mutuas.

Entre Pedro I y Muhammad V, un cristiano y un musulmán, surge una relación de conveniencia y alianza que deriva en una sincera amistad. Muestra de ello es que Pedro no dudara en acudir al auxilio de Muhammad cuando este es derrocado por Ismail II y Muhammad VI. Del mismo modo, el rey nazarí presta apoyo naval al rey cristiano en su enfrentamiento con la Corona de Aragón.

Esta relación a medio camino entre el vasallaje, la alianza y la amistad, tendrá un reflejo extraordinario en la cultura. Pedro era un profundo admirador de los saberes de la corte granadina nazarí. En cuanto a su afición por los palacios de inspiración islámica, debemos entenderla como la búsqueda de una arquitectura que realzara el poder unipersonal y centralista de un Pedro I cuyos diecinueve años de gobierno se le pasaron en continuas movidas bélicas. “Y en mi alcoba”, podría apuntarnos doña María de Padilla, su amante y amor verdadero, desde su palacio en la villa palentina de Astudillo.

Pero si hay dos lugares que pueden hablarnos de esta relación de compadres necesarios, permítanme la licencia, son Sevilla y Granada. El Real Alcázar y La Alhambra. Patrimonio de la Humanidad made in Andalucía.

placeholder Vista del Patio de los Leones de la Alhambra. (EFE/Miguel Ángel Molina)
Vista del Patio de los Leones de la Alhambra. (EFE/Miguel Ángel Molina)

Los palacios nazaríes guardaban el simbolismo y significado de un modelo de centralismo político en torno al sultán. Justo lo que buscaba Pedro I para su causa. Y así, como quien tiene un catálogo de interiorismo a la mano, adaptó a sus palacios la Qubba, una estancia cuadrada (el cuadrado es lo terrenal) cubierta con una cúpula redonda (el círculo es la bóveda celestial). Ninguna otra estancia realzaba más la figura del rey. La importancia de la imagen. La foto de perfil de un Pedro I instagramer. Una qubba extraordinaria es el Salón de Embajadores del alcázar sevillano que, siglo y medio después, albergaría la boda del monarca más poderoso de la Europa moderna.

De esta admiración por la corte nazarí de Granada y su esplendor artístico, se deriva un flujo de mano de obra árabe en Castilla con arquitectos granadinos que diseñaron en planta los palacios de Pedro I. Muhammad V le ofrece a los mejores arquitectos de Granada que, junto a yeseros y otros alarifes de Sevilla y Toledo, recrean una fantasía mudéjar en el alcázar del rey.

Para corresponder el detalle del envío de los maestros alarifes granadinos para el Real Alcázar, Pedro I le regala al nazarí unas extraordinarias pinturas para la Sala de los Reyes del Palacio de los Leones de La Alhambra. Felizmente recuperadas en 2018 tras diez años de trabajo, estas pinturas suponen una muestra valiosísima tanto por su técnica (pintura sobre yeso en bóvedas de madera y cuero) como por la representación figurativa. En este sentido, los reyes de Granada se saltaban a la torera los mensajes de iconoclastia en sus recintos privados. Por ello son unas piezas únicas en el arte islámico. Menudo regalazo. Algunas teorías apuntan a que debieron ser pintores de la Escuela de Toledo, conocedores del mundo cristiano y musulmán, quienes realizaran en la segunda mitad del siglo XIV las tres escenas pictóricas.

placeholder Vista del Alcázar del Rey Don Pedro. (Alamy/Craig Jack Photographic)
Vista del Alcázar del Rey Don Pedro. (Alamy/Craig Jack Photographic)

De vuelta al Delorean, quiero terminar este viaje a través del tiempo, en la comarca sevillana de los alcores, en el último reducto y refugio de Pedro I, en el alcázar que mandó construir en Carmona. Allí enviaría a sus hijos y a su amada María cuando el cerco de las huestes de su hermanastro Enrique II de Trastámara se estrechaba peligrosamente en torno a ellos.

Pedro se dejará la vida en la batalla de Montiel, en 1369. Carmona le resistirá fiel hasta mayo de 1371.

Dolido por la muerte del aliado y conocedor de las consecuencias para Granada, quiso Muhammad V vengar la muerte de Pedro I enfrentándose al Trastámara y recuperando las tierras al sur del reino. Después, el vasallaje se reanudaría, entrando el reino nazarí en una decadencia que terminaría, un siglo después, con Boabdil entregando Granada a Isabel y Fernando.

Desde la atalaya del alcázar de la milenaria Carmona, alabo el gusto y la altura de miras de quienes, por amistad y conveniencia política, supieron reconocer lo bueno que había al otro lado de la frontera, dejándonos con ello un extraordinario legado patrimonial a través del tiempo, ese que se mide en algoritmos y arrugas.

¿Pasa el tiempo o pasamos nosotros? El tiempo se mide en algoritmos y en arrugas. De sábado a sábado cabe una guerra, una huelga de transporte que deja tiritando a los supermercados y un acuerdo político, cuanto menos, cuestionable. España, Marruecos, el Sáhara. No soy analista política, ni ganas, oiga. Que el tiempo ponga a cada uno en el lugar que le corresponde en la Historia. Pero, en este pacto entre reinos de distinta confesión religiosa (sí, España es un estado aconfesional, pero no podemos negar la larga tradición católica), me llamaba la atención que hubiera entre los actores un Pedro y un Mohamed. Irremediablemente, yo, que tengo un Delorean imaginario aparcado en la puerta de mi casa, me subí al buga dispuesta a viajar a la Península Ibérica del siglo XIV buscando a otro Pedro y otro Mohamed.

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