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Un 'déjà vu' de bofetadas
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María José Caldero

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Un 'déjà vu' de bofetadas

Vamos a recopilar hojas del calendario hasta situarnos en 1400 a las puertas del Monasterio de Santa María de las Cuevas, en Sevilla

Foto: Vista del Monasterio de Santa María de las Cuevas. (EFE/José Manuel Vidal)
Vista del Monasterio de Santa María de las Cuevas. (EFE/José Manuel Vidal)

Cuando escribo estas líneas aún tengo en las retinas la bofetada a mano abierta que le endosa Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Oscars de la madrugada del pasado domingo. Un numerito, que diríamos en el sentido andaluz del término.

Inmediatamente hice repaso mental de fotogramas históricos almacenados en mi maltrecha memoria y encontré la historia que hoy vengo a contarles. Dos hombres y un destino, aunque me temo que sin los encantos de Redford y Newman, guapos y dionisíacos ellos. Ay. Pero no voy a empezar por el final.

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El viaje que les propongo hoy nos va a llevar a un lugar en el que hoy confluyen el arte contemporáneo y un imponente patrimonio histórico-artístico. Vamos a recopilar hojas del calendario hasta situarnos en 1400 a las puertas del Monasterio de Santa María de las Cuevas, en Sevilla.

Como si de actores extras se tratara, vamos a meternos en el papel de los monjes cartujos que, buscando un lugar de paz y remanso alejado del jaleo de la ciudad, fueron a dar con sus hábitos a la actual Isla de la Cartuja, muy cerquita del río.

La tradición cuenta que en este lugar apareció una imagen de la Virgen entre las cuevas donde se extraía la arcilla para la realización de cerámica y ladrillo. De ahí la dedicación del monasterio.

placeholder Fachada principal de acceso al Monasterio de la Cartuja. (M. J. C.)
Fachada principal de acceso al Monasterio de la Cartuja. (M. J. C.)

Siempre estuvo vinculado este lugar a importantes linajes nobiliarios lo que, junto a la buena salud económica de la orden, hizo que entre sus muros se guardaran obras de arte de primerísimo nivel. El portentoso Cristo de la Clemencia de Martínez Montañés, hoy en la Catedral de Sevilla, o las pinturas que realizó Zurbarán para la sacristía y que hoy podemos contemplar en la Sala X del Museo de Bellas Artes hispalense.

Atravesar la fachada principal de ingreso al monasterio, obra de Ambrosio de Figueroa, es haber dejado en consigna la mochila de la cotidianidad revestida de prisas, tareas por terminar y listas de la compra.

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Entre hilos y telas de colores de la exposición ‘Textiles instalativos’, los muros pétreos de este lugar parecen gritarnos historias de siglos, de monjes cartujos e ilustres personajes que aquí encontraron paz para su último descanso. Uno de ellos, Per Afán de Ribera, se hizo en 1407 con el patronazgo de la Cartuja y se aseguró para su familia un panteón digno de reyes por obra y gracia de los escultores Antonio María Aprile da Carona y Pace Gazzini. Sobrecoge la muerte en mármol bajo la bóveda de crucería.

Otro ilustre cuyos huesos mundanos encontraron reposo durante algunos años en tierra cartujana fue Cristóbal Colón. Aquí había pasado algunas temporadas preparando sus viajes americanos y había arraigado un especial cariño. Para recordarlo, la marquesa de Pickman, ya en el siglo XIX, mandó colocar una estatua del Almirante. Junto a él, un hermoso ombú o zapote, un árbol originario de América cuyas semillas cuenta la tradición que fueron donadas al monasterio por su hijo Hernando. Un cartel indica la prohibición de subirse a sus ramas. La emoción debe paralizar cualquier intento de vandalismo o eso quiero pensar.

placeholder El zapote del Monasterio de la Cartuja. (M. J. C.)
El zapote del Monasterio de la Cartuja. (M. J. C.)

En el claustro mudéjar, las estatuas sepulcrales de Catalina Cortés y Juana Cortés de Zúñiga nos hablan de Hernán Cortés. Conquistador, marido y padre.

Tal riqueza e importancia adquiere el monasterio, que en 1635 queda bajo dominio del conde-duque de Olivares. Carlos V, Felipe II, Felipe IV, Santa Teresa de Jesús, todos ellos visitaron este recinto. Algo tiene el agua cuando la bendicen.

Pero tras el esplendor, las dificultades.

Con la invasión francesa, y como ocurrió con otros edificios religiosos, el monasterio se convierte en cuartel de las tropas francesas. En el cementerio del mismo construyeron una cocina. En el menú, omelette a la cartujana.

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Se expulsó a los franceses, volvieron los cartujos, llegó el Trienio Liberal y el monasterio fue exclaustrado para, posteriormente, volver de nuevo sus legítimos moradores, hasta que en 1836 es desamortizado por Mendizábal. En este convulso siglo XIX pierde el monasterio gran parte de las obras de arte que atesoraba.

En 1840, habiendo sido durante algunos años anteriores un centro penitenciario, empieza a funcionar como fábrica de loza tras ser adquirida por Charles de Pickman, procedente de Liverpool. Obteniendo gran prestigio y beneficios, se convierte en la primera fábrica de España en realizar loza decorada por el sistema de la estampación. Vajillas de reyes y de cenas de Navidad.

placeholder Vista de una de las edificaciones del Monasterio de la Cartuja. (M. J. C.)
Vista de una de las edificaciones del Monasterio de la Cartuja. (M. J. C.)

Y aquí, estrenando el siglo XX, llegan los protagonistas de un triángulo amoroso con una historia de guión hollywoodiense. Ella es María de las Cuevas, hija ilegítima, posteriormente reconocida, del Marqués de Pickman y una obrera de la Cartuja. Ellos, Rafael de León y Primo de Rivera, casado con María, y Vicente Paredes, amigo y capitán cordobés de la Guardia Civil.

Rafael, con su título consorte de Marqués de Pickman, era más aficionado al ocio que al negocio y para sufragar sus desmanes le pidió un préstamo a su amigo Vicente. Dicen las crónicas de la época, que el capitán, en público y de maneras chulescas, se pavoneó de querer cobrarse el préstamo con favores sexuales de la marquesa. El marido le respondió con una bofetada a mano abierta en el Teatro Cervantes de Sevilla. Está todo inventado, Will.

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Aquello terminó en un duelo en la Hacienda del Rosario, el último duelo a pistola registrado en Sevilla, del que saldría el Marqués de Pickman con los pies por delante.

Monjes, conquistadores, nobles, plebeyos, reyes, santas y profanas, todos tejiendo la historia de un lugar que no cabe en ningún estudio de Hollywood.

Cuando escribo estas líneas aún tengo en las retinas la bofetada a mano abierta que le endosa Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Oscars de la madrugada del pasado domingo. Un numerito, que diríamos en el sentido andaluz del término.

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