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¡Al cielo con ellos!
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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¡Al cielo con ellos!

En la madera hecha carne santificada de los talleres de imaginería andaluza, se escriben con letras de oro páginas de la mejor escultura española del barroco

Foto: Traslado del Jesús del Gran Poder. (EFE/Raúl Caro)
Traslado del Jesús del Gran Poder. (EFE/Raúl Caro)

Cuando lean estas líneas estaremos a 24 horas del comienzo de una Semana Santa como las de antes de la pandemia o, al menos, completamente distinta a las de los dos años anteriores. Con más o menos normalidad se han ido cumpliendo todos los ritos que anuncian la llegada de una fiesta enraizada en la identidad andaluza. El bajo de la túnica que hay que sacar. El capirote de cartón o de rejilla. La torrija, exquisita e hipercalórica.

De raíz innegablemente religiosa, la Semana Santa en Andalucía es, en mayor o menor medida según la zona, una celebración poliédrica que se puede abordar desde distintas perspectivas: religiosa, artística, histórica, antropológica, sociológica, etc. La semana que viene se contarán por decenas de miles las personas que se echarán a la calle a disfrutar de las procesiones porque, a pesar de lo que les digan desde ciertos sectores, en esta semana cabemos todos y el éxito de esta celebración radica en lo multidimensional, en la miscelánea, en la diversidad, en un extraordinario collage barroco.

Mientras escribo, en una redifusión de la televisión local de Sevilla, el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de Los Estudiantes pasa por la Campana. Cátedra de imaginería de Juan de Mesa y Velasco. Con la Buena Muerte gubiada por el cordobés, quiero subirme a un atril improvisado desde el que hacer una defensa de la imaginería como disciplina artística de primera línea. Frente a dictámenes de supina ignorancia, la réplica de los maestros de las escuelas de escultura barroca de Granada y Sevilla.

placeholder Cristo de la Misericordia de José de Mora. (Universidad de Granada)
Cristo de la Misericordia de José de Mora. (Universidad de Granada)

En Granada, de las manos de José de Mora (1642-1724) nace el imponente Cristo de la Misericordia. Formado en el taller de su padre junto a Pedro de Mena y Alonso Cano, volcó en sus obras la melancolía que invadió su vida tras la muerte de su esposa. El dolor de la pérdida transmutado en madera de pino.

En Cádiz, una gubia anónima talló otra Buena Muerte portentosa hacia 1648. Atribuido por su extraordinaria ejecución a nombres como Montañés, Alonso Cano, José de Arce o Alonso Martínez, el cielo del Viernes Santo gaditano es marco para un Crucificado de manual de Historia del Arte.

placeholder Virgen de la Soledad de Luisa Roldán. (Wikipedia)
Virgen de la Soledad de Luisa Roldán. (Wikipedia)

En Puerto Real, Luisa Roldán (1652-1706), la independiente, la emprendedora, la sensible, la artista reconocida y posteriormente olvidada, nos dejó la única dolorosa cuya autoría no puede arrebatársele por haber documentos que confirman que la bellísima Virgen de la Soledad nació de sus manos primorosas. Bendita la rama que al tronco sale. Los perfiles roldanescos de su padre y maestro, Pedro Roldán (1624-1699), se revelan en Sevilla en el Nazareno de La O y en el Cristo del Descendimiento de la Quinta Angustia en una escena que firmaría el mismísimo Rembrandt.

Esta carrera oficial que les hago hoy pasa, necesariamente, por Priego de Córdoba, donde el maestro Pablo de Rojas (1549-1611) presenta sus credenciales en el Siglo de Oro con la majestuosa imagen del Nazareno y su extraordinaria serie de Crucificados granadinos que avalan sobradamente su maestría. Pablo de Rojas era de Alcalá la Real como su discípulo Juan Martínez Montañés. Orgullo alcalaíno.

placeholder El Nazareno de Pablo de Rojas. (YouTube/Canal Sur)
El Nazareno de Pablo de Rojas. (YouTube/Canal Sur)

Montañés (1568-1649) es piedra angular de la imaginería de la escuela sevillana. Desde un pedestal en la Plaza del Salvador, su mirada broncínea busca el perfil clásico del Nazareno de Pasión. Las leyendas son maquillaje de la Historia. Dicen que Montañés se asombraba al ver su obra hasta el punto de exclamar que le faltaba hablar.

Si Montañés es la madera inefable, Juan de Mesa (1583-1627) es la carne y la sangre. Te abre el pecho y te registra, si le robo la letra a Robe Iniesta. “Y si te paras a mirarme, castigo”. No cabe más pasión doliente en el Cristo del Amor, no hay barniz desafortunado que inhiba lo sobrecogedor. El “Laocoonte cristiano”, como lo llamó el profesor Hernández Díaz, desencadena escalofríos que, como ecos, se repiten en San Lorenzo al contemplar la zancada imposible del Gran Poder. Trescientos años borraron el nombre del alumno aventajado, oculto bajo la sombra alargadísima del maestro. Historia y justicia llegaron para el imaginero del repeluco.

placeholder Cristo del Amor de Juan de Mesa. (Wikipedia)
Cristo del Amor de Juan de Mesa. (Wikipedia)

En la curva manierista y miguelangelesca del Cristo de la Expiración de la Hermandad del Museo de Sevilla, de Marcos Cabrera; en los hermosísimos ojos almendrados del Ecce Homo de Córdoba, de La Roldana; en el ritmo equilibrado del Cristo de la Victoria de la Catedral de Málaga, tallado por Alonso Mena; en los perfiles elegantes y clásicos del barroco antológico de la Inmaculada del facistol, gloria de Alonso Cano; en definitiva, en la madera hecha carne santificada de los talleres de imaginería andaluza, se escriben con letras de oro páginas de la mejor escultura española del barroco. Procesionando o al amparo de naves catedraliceas. Dictando lecciones de Historia del Arte a través de los siglos.

Si deciden tirar la casa por la ventana y llenar el depósito del coche para buscar atardeceres de salitre, disfruten. Si se animan a desgastar la suela de zapatos de estreno en calles de adoquín y cera, háganlo haciendo una protestación de amor por los artistas e imagineros andaluces.

¡Al cielo con ellos!

Cuando lean estas líneas estaremos a 24 horas del comienzo de una Semana Santa como las de antes de la pandemia o, al menos, completamente distinta a las de los dos años anteriores. Con más o menos normalidad se han ido cumpliendo todos los ritos que anuncian la llegada de una fiesta enraizada en la identidad andaluza. El bajo de la túnica que hay que sacar. El capirote de cartón o de rejilla. La torrija, exquisita e hipercalórica.

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