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1992: el año que fuimos artistas
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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1992: el año que fuimos artistas

Al espíritu aventurero y emprendedor de mis diecisiete años, aquella ocasión le pareció perfecta para dar rienda suelta al amor rendido que había empezado a forjar por la ciudad que me vio nacer y me apunté como voluntaria de la Expo

Foto: Se cumplen 30 años de la Expo'92. (Getty/Sygma/Thierry Orban)
Se cumplen 30 años de la Expo'92. (Getty/Sygma/Thierry Orban)

Aquel veinte de abril de 1992 teníamos clase de Antropología en el instituto. El profesor, modernito con chupa de cuero que no alcanzaba la treintena, nos hablaba de lo que supondría culturalmente para la ciudad un evento como la Exposición Universal. Nosotros ya lo habíamos advertido en lo urbanístico en nuestro entorno. Se habían abierto grandes avenidas, se había soterrado el paso a nivel que marcaba la frontera de nuestro barrio, se habían derruido viejas construcciones y levantado nuevos edificios. Éramos más de esta nueva Sevilla y menos del barrio antiguo.

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Al espíritu aventurero y emprendedor de mis diecisiete años, aquella ocasión le pareció perfecta para dar rienda suelta al amor rendido que había empezado a forjar por la ciudad que me vio nacer y me apunté como voluntaria de la Expo.

Cicerone de Sevilla.

Carné, camiseta, gorra, un puesto de información turística en la Campana y un grupo de chavales y chavalas dispuestos a contarle al que venía de fuera lo bonita que era Sevilla. Molaba muchísimo y se ligaba más aún. Sin teléfonos móviles ni redes sociales. Pico y pala.

placeholder Pabellón de España donde se alojaron las exposiciones. (Cedida)
Pabellón de España donde se alojaron las exposiciones. (Cedida)

Entonces no fui muy consciente del grandísimo jaleo cultural formado en la ciudad. Porque lo que se organizó aquí en seis meses fue algo muy gordo y difícilmente repetible. Ahora lo contemplo con mis ojos de señora de mediana edad, siendo benevolente en lo de mediana, y me da vértigo.

Tres veces en semana acudo a un curso de posgrado en el Monasterio de Santa María de las Cuevas. En este recinto, donde Colón preparó algunos de sus viajes a las Indias, se celebró una de las exposiciones más importantes de las que se programaron aquel año mágico: ‘Arte y cultura en torno a 1492’. Obras de Miguel Ángel, Leonardo, Botticelli, Berruguete, junto a otras piezas de valor extraordinario como la conocida como tienda de campaña del emperador Carlos V, las ropas de Boabdil o los espectaculares braseros de cerámica mexicana, ofrecía una visión sincrónica de la cultura en la Era de los Descubrimientos a partir de cuatro grandes áreas geográficas: Europa, el mundo islámico, el Extremo Oriente y la América precolombina. Pintura, escultura, cerámica, artes suntuarias, libros ilustrados, etc. Un muestrario excepcional para una exposición antológica.

placeholder 'La maja desnuda' de Goya. (EFE)
'La maja desnuda' de Goya. (EFE)

De las paredes del Museo del Prado se descolgaron ‘La maja desnuda’ de Goya, el ‘Conde Duque de Olivares a caballo’ de Velázquez y ‘La Sagrada Familia del Pajarito’ de Murillo para participar en la exposición ‘Los Tesoros del Arte Español’ celebrada en el Pabellón de España, el inconfundible cubo blanco de cal y mármol. Allí se concentró otra exposición que aseguraba un Síndrome de Stendhal de grado 3. Cuarenta obras maestras para mostrar la riqueza del arte español del último milenio. Goya, Velázquez y Murillo, junto a los Berruguete, Alonso Cano, Dalí, Mariano Fortuny, Julio González, El Greco, Pablo Gargallo, Juan Gris, Picasso, Miró, Joaquín Sorolla, Zurbarán, Ribera y sigue la lista. Mil años de historia del arte español. ¿No podríamos rebuscar en la Historia una efeméride y celebrarla de nuevo? Ay.

También se llenó el pabellón español con el arte patrio más contemporáneo en la exposición ‘Pasajes’. Miquel Barceló, Pepe Espaliú, Eduardo Chillida, nuestra añorada Carmen Laffon, Luis Gordillo, Antonio López, Guillermo Pérez Villalta, Antoni Tàpies, Cristina Iglesias, y un largo etcétera de artistas renovadores de las artes plásticas de finales de siglo. Un lujo que bien merecía la espera de las interminables colas.

placeholder Una mujer, ante la obra 'Autorretrato con mono', de Frida Kahlo. (EFE)
Una mujer, ante la obra 'Autorretrato con mono', de Frida Kahlo. (EFE)

En la estación de Plaza de Armas organizó el MOMA de Nueva York la mayor muestra de arte latinoamericano de las que se habían celebrado hasta la fecha. El ‘Autorretrato con mono’ de Frida Kahlo, ilustraba el cartel anunciador de una exposición que contaba con obras de los grandes muralistas mexicanos: Diego Rivera, José Clemente Orozco o Rufino Tamayo, entre otros; obras de la propia Frida, Fernando Botero, el surrealista Roberto Matta, Antonio Seguí, etc. Cuatrocientas obras que abarcaban desde el modernismo a las últimas tendencias artísticas. Qué buen ojo se tuvo entonces para ver las posibilidades museísticas de un recinto tan atractivo como la estación de Plaza de Armas, hoy languideciendo en un presente gris.

En la Real Maestranza se expuso ‘La Suite Vollard’ de Picasso, una de las obras más importantes del grabado contemporáneo. En el Real Alcázar se exhibió el Tesoro del Carambolo. En el Pabellón de Aragón se trajeron todo lo bueno de Goya. En Murcia, Salzillo. El Greco repartido por todo el recinto, porque la sombra de Doménikos es muy alargada.

placeholder 'Minotauro atacando a una amazona' que forma parte de la exposición de grabados de la colección 'Suite Vollard' de Picasso. (EFE)
'Minotauro atacando a una amazona' que forma parte de la exposición de grabados de la colección 'Suite Vollard' de Picasso. (EFE)

Al Hospital de los Venerables se llevaron las obras maestras del Museo de Bellas Artes de Sevilla de los siglos XV al XVIII. Un Hospital de los Venerables del que no deben salir la ‘Santa Catalina’ y el ‘San Pedro penitente’ de Murillo. Abro paréntesis en el asunto de hoy para reivindicar la permanencia de estas obras en el lugar que les corresponde. Sevilla. No debemos permitir un segundo expolio.

A la Catedral se la puso bocabajo con la exposición ‘Magna Hispalensis’. Tal fue el éxito de esta muestra que tuvo que prorrogarse hasta finales de año. Creo que ni la propia jerarquía eclesiástica era consciente de los tesoros artísticos que atesoraba la seo hispalense. Títulos y bulas concedidas a la iglesia de Sevilla, obras de Murillo, Montañés, Duque Cornejo, las ‘Santas Justa y Rufina’ de Goya. Del Palacio de San Telmo se trajeron a la hermosísima Virgen del Buen Aire y de la parroquia de Santa Ana a la Virgen de la Victoria, aquella ante la que Fernando de Magallanes prestó juramento de lealtad al monarca español Carlos I y a la que se encomendó antes de partir con la nao Victoria. La catedral convertida en un museo grandioso.

placeholder Monasterio de La Cartuja, centro neurálgico de la Expo 92. (Reuters/Marcelo del Pozo)
Monasterio de La Cartuja, centro neurálgico de la Expo 92. (Reuters/Marcelo del Pozo)

‘Los Esplendores de Sevilla’, la exposición que mostraba el vastísimo patrimonio artístico de las hermandades de la ciudad, congregó a un millón de visitantes.

Cifras de récord. Pasacalles y música. Conciertos y colas. Curro y latas de refrescos a 300 pesetas.

Seis meses de doctorado en modernidad.

Fuimos tan modernos y artistas como el antropólogo que, al día siguiente de la inauguración de la Expo, vino sin dormir a clase y con manchas de carmín en el cuello de la camisa a explicarnos el materialismo cultural de Marvin Harris.

Cuánto aprendimos el año de los sueños posibles…

Aquel veinte de abril de 1992 teníamos clase de Antropología en el instituto. El profesor, modernito con chupa de cuero que no alcanzaba la treintena, nos hablaba de lo que supondría culturalmente para la ciudad un evento como la Exposición Universal. Nosotros ya lo habíamos advertido en lo urbanístico en nuestro entorno. Se habían abierto grandes avenidas, se había soterrado el paso a nivel que marcaba la frontera de nuestro barrio, se habían derruido viejas construcciones y levantado nuevos edificios. Éramos más de esta nueva Sevilla y menos del barrio antiguo.

Museo del Prado Sevilla