Los lirios de Astarté
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De museos y distancias cortas
El 18 de mayo, el próximo miércoles que usted vea amanecer, se celebra el Día Internacional de los templos del arte
“No hay como el calor del amor en un bar” cantaba Jaime Urrutia pregonando el arrimo al calor de una barra de bar. En la Galería Belvedere de Viena, una pareja se arrima ante ‘El beso’ de Klimt, quedando inmortalizados por la artista Karin Jurick.
Bares y museos. Templos del amor y de las distancias cortas.
El 18 de mayo, el próximo miércoles que usted vea amanecer, se celebra el Día Internacional de los Museos.
Decían los futuristas italianos, encabezados por el poeta Marinetti con su incendiario ‘Manifiesto Futurista’ publicado en ‘Le Figaro’ en 1909, que había que quemar, metafóricamente, los museos porque lo antiguo ya estaba muerto. Eran muy modernitos ellos.
Afortunadamente, no pasó de una mera provocación y los museos siguen abiertos al mundo. Continentes y contenido. Icónicos unos, históricos otros. Antiguos, modernos, contemporáneos. Mediáticos, desconocidos, supervivientes.
El 1 de julio del, extremadamente vulnerable, 2020, volvía a abrir sus puertas el Museo de Bellas Artes de Sevilla tras el confinamiento que nos amputó aquella primavera. Lo he visitado decenas de veces, pero ninguna experiencia fue similar a la de aquella calurosa mañana de verano en la que el miedo se hacía tangible en la soledad de las calles. Entendí aquel día el valor terapéutico de un museo convertido en refugio.
Vivo a golpe de escalofríos cuando de Arte se trata.
Escalofríos a los pies de la escalinata que lleva ante la Niké de Samotracia en el Louvre, mirando a los ojos de Rembrandt en la National Gallery de Londres o escuchando el lamento de los hijos del Laocoonte en el Museo Vaticano.
Poco puede compararse al vuelco del corazón delante del San Jerónimo de Pietro Torrigiano del Bellas Artes de Sevilla. Me sorprende que no respire de tan real. Torrigiano le había roto la nariz a Miguel Ángel siendo unos prometedores muchachos artistas bajo el mecenazgo de los Medici, allá en Florencia, y, tras mucho deambular, se vino a Sevilla, que nosotros somos muy de recoger ovejas descarriadas. No es que aquí consiguiera redimir sus pecados y dominar su carácter de huracán, pero nos dejó una obra impactante, que fue referente en su época y que está muy arriba en el top de esculturas extraordinarias en museos españoles. Vayan a verla, no podrán olvidar ni la obra ni al artista.
¿Cuántas historias podemos conocer, adivinar o imaginar en un museo? A poco que dejemos en la puerta prisas y rutina, muchas.
Visitarlos es como tener una cita. Me voy a tomar la licencia de incitarles a acudir a esa cita.
Si están en Jaén, acudan al Museo que alberga la colección de Bellas Artes y Arqueología. Allí encontrarán al ‘Guerrero de doble armadura’ procedente del importante yacimiento de Cerrillo Blanco, en Porcuna. Un guerrero aristócrata joven, con armadura y casco, con ojos rasgados y una leve sonrisa, le llevará al Jaén íbero del siglo V a.C. Si les apetece coger carretera y manta, una ligerita, que parece que el verano viene asomando ya por la A-4, vayan a Quesada y visiten el Museo Zabaleta dedicado a la obra del pintor Rafael Zabaleta, uno de los máximos exponentes del realismo expresionista español.
Si la invitación que les lanzo les alcanza en Málaga, vayan al Museo Picasso y déjense llevar por los caminos que conducen al universo picassiano. A Picasso hay que arrimarse en blanco. Los colores los pondrá él.
Vayan a Baelo Claudia. Una cita con la historia en el Estrecho, en un entorno natural que es un regalo para los sentidos. La visita al museo y al yacimiento les va a trasladar al importante centro económico en que se convierte Baelo Claudia a través de la industria de la pesca, el salazón y el garum, la salsa gaditana famosa en todo el Imperio Romano que debía estar de toma pan y moja.
Si, afortunadamente, están a orillas del Mediterráneo, vayan al Museo de Almería porque tienen allí una cita con la extraordinaria cultura de Los Millares, con más de 3000 años de antigüedad, y El Argar, una de las sociedades más importantes de la Edad del Bronce europeo.
En Córdoba, la cita es en el extraordinario Palacio de los Páez de Castillejo, un edificio renacentista del siglo XVI asentado sobre las ruinas del antiguo teatro romano de la ciudad y que es la sede del Museo Arqueológico y Etnológico. Arrímense a la Córdoba turdetana, romana, visigoda y andalusí. ¿Quién da más?
La Huelva tartésica le está esperando en la sección de Arqueología del museo onubense. Y la obra del extraordinario pintor de Nerva, Daniel Vázquez Díaz, autor de los murales colombinos de La Rábida, en la sección de Bellas Artes del mismo edificio.
Vayan a citarse con Sánchez-Cotán y Alonso Cano en el Museo de Bellas Artes de Granada, en ese edificio de Pedro Machuca, único, por extraordinario e incomprendido, que es el Palacio de Carlos V. Un cardo y un puñado de zanahorias en un bodegón magistral de Sánchez-Cotán, justifican sobradamente la cita que tienen en la ciudad de la fortaleza roja.
¿Saben lo bueno de estas citas? Que no tienen que ser puntuales, que siempre les van a estar esperando con las puertas abiertas, que pueden arrimarse al Arte y a la Historia siempre que quieran, sin más distancia de seguridad que la que marcan la emoción y el respeto.
Mi cita comienza en una plaza que domina un Murillo broncíneo. Frente a él, un antiguo convento mercedario con patios y claustros donde el silencio es una obra de arte más.
Cita de escalofríos con el San Jerónimo de Torrigiano, con el blanco cartujano de Zurbarán, con los celestes inmaculados de Murillo, con los verdes fauvistas de Bacarisas, con las luces cigarreras de Gonzalo Bilbao y, como siempre, como cada vez, castaño y blanco, mi cita con el poeta de los rizos imposibles.
Acudan a la cita. Arrímense, que no hay como el calor del amor en un bar. O en un museo.
“No hay como el calor del amor en un bar” cantaba Jaime Urrutia pregonando el arrimo al calor de una barra de bar. En la Galería Belvedere de Viena, una pareja se arrima ante ‘El beso’ de Klimt, quedando inmortalizados por la artista Karin Jurick.