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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Mi destino está escrito en las suelas de los zapatos que gasto a ras de suelo. Acrofóbica por castigo, les invito a disfrutar de un paseo por las nubes y el vértigo no sea más que una cita de sábado con James Stewart y Kim Novak

Foto: Vista de la Giralda y la catedral de Sevilla. (Reuters/Marcelo del Pozo)
Vista de la Giralda y la catedral de Sevilla. (Reuters/Marcelo del Pozo)

Mareo. Sudor frío. Palpitaciones. Temblor. Bloqueo. Pánico.

Acrofobia.

La primera vez me ocurrió al subir al elevador de Santa Justa, en Lisboa. Ansiaba contemplar la ciudad derramada por sus siete colinas, pero me quedé inmovilizada por el pánico de sentir el abismo bajo los pies.

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La segunda vez me asaltó recorriendo las galerías de la Catedral nueva de Salamanca. Sentí precipitarme bajo las bóvedas de terceletes que cubren la portentosa catedral salmantina.

En París me quedé a los pies de los trescientos treinta metros de la torre que Eiffel levantó con hierro pudelado, un hierro casi puro que proporcionaba al ingeniero francés más confianza que el acero.

Asumo que estoy condenada a vivir la vida a ras de suelo y a mirar desde la distancia la belleza que se encuentra por encima de mis ciento setenta centímetros de estatura.

placeholder El Giraldillo corona la Giralda. (EFE/José Manuel Vidal)
El Giraldillo corona la Giralda. (EFE/José Manuel Vidal)

A ciento cuatro metros de altura se colocaba hace cuatro siglos y medio el Giraldillo, la imagen de la Fe Victoriosa que corona la Giralda. Mis respetos y admiración para quienes debieron subir a afianzar sobre la base la colosal imagen que pasaría por ser la escultura de bronce más grande del Renacimiento con sus casi tres metros y medio de altura. Varios padres tiene la veleta, funciona como tal, entre diseñadores, escultores y maestros artilleros. Se atribuye el diseño al pintor sevillano Luis de Vargas, el modelo en bulto redondo en barro al escultor Juan Bautista Vázquez ‘el Viejo’ y la fundición en bronce al maestro artillero y fundidor de metales Bartolomé Morel, a quien el cabildo catedralicio sacó de la cárcel pagando las deudas que le habían llevado a la célebre prisión por la que pasarían otros reconocidos artistas endeudados y donde dicen que Cervantes empezó a escribir su cumbre literaria.

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Las mismas dimensiones de la Giralda tienen los muros que arrancan del arco central del Puente Nuevo de Ronda. Un puente de mediados del siglo XVIII que es una obra de ingeniería icónica y que tiene un antecedente trágico. Décadas antes, un primer puente se había derrumbado llevándose la vida de cincuenta personas. En tiempos donde los avances en ingeniería se conseguían a base de prueba y error, muchas veces con costes de vidas humanas, piensen en la responsabilidad descomunal de quienes afrontaban el reto. Y la desconfianza y el miedo de los rondeños. Martín de Aldehuela fue el arquitecto elegido. Este segundo puente se construyó con la piedra procedente del propio Tajo consiguiendo así una conjunción extraordinaria entre la obra y un entorno que es Monumento Natural de Andalucía desde 2019.

placeholder Vista del Puente Nuevo de Ronda. (Reuters/Jon Nazca)
Vista del Puente Nuevo de Ronda. (Reuters/Jon Nazca)

Si en Sevilla el Giraldillo es la Fe Victoriosa, en Huelva es Colón la Fe Descubridora en la colosal estatua del Almirante que se levanta en la Punta del Sebo, el lugar donde confluyen el Tinto y el Odiel y por donde las tres naves debieron pasar en el inicio de la aventura colombina. El Monumento a Colón, así debe llamarse, se levanta hasta los treinta y siete metros de altura y lleva la firma de la escultora estadounidense Gertrude Vanderbilt Whitney, en adelante Miss Whitney. Con piedras de una cantera de Niebla, Colón se levanta firme, abrazado a una cruz de la que su cabeza es el extremo del stipes. Una cabeza esculpida en bloques de piedra con una clara inspiración egipcia en los volúmenes y en la configuración de la cámara interior, concebida al modo de las que ocultaban las pirámides. Sus treinta y siete metros se quedan lejos de los casi cien de la Estatua de la Libertad neoyorkina, pero Miss Whitney concibió la obra emplazada en la Punta del Sebo con el mismo sentido escenográfico. Contando, además, con el extra de un atardecer de cielos de acuarela.

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En Antequera, hace 5.500 años, se construyó una obra cumbre del megalitismo europeo: el Dolmen de Menga. Patrimonio Mundial por su configuración y monumentalidad, tiene la particular y extraña condición de no estar orientado a la salida del sol, como suele ocurrir en el contexto cultural en el que se sitúa. Es más especial. Lo hace hacia un lugar mágico: la Peña de los Enamorados. Ochocientos setenta y cuatro metros de altura, recortando en el horizonte de la vega antequerana el perfil de una mujer que mira al cielo. En su barbilla se sitúa el abrigo de Matacabras, lugar donde restos de pinturas rupestres evidencian la importancia que se le otorgaba. En el pico de la peña, una estatua rinde homenaje a la princesa musulmana y el prisionero cristiano que, enamorados perdidamente, decidieron acabar con sus vidas lanzándose al vacío, juntos, sabiéndose acorralados por la intolerancia y las huestes del rey musulmán. Ochocientos setenta y cuatro metros de altura precipitaron el final de un amor de leyenda.

placeholder Una pareja se hace una foto junto al Dolmen de Menga.(Reuters/Jon Nazca)
Una pareja se hace una foto junto al Dolmen de Menga.(Reuters/Jon Nazca)

Quisiera ser tan alta como la luna. Ay.

Sí. Mi destino está escrito en las suelas de los zapatos que gasto a ras de suelo. Acrofóbica por castigo, les invito a disfrutar de un paseo por las nubes y el vértigo no sea más que una cita de sábado con James Stewart y Kim Novak.

Mareo. Sudor frío. Palpitaciones. Temblor. Bloqueo. Pánico.

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