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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Elogio de la emoción

Cuando parece que la historia ya no puede sorprendernos con nuevos descubrimientos, llega la noticia de un hallazgo extraordinario en un yacimiento extremeño que vuelve a poner el foco en Tarteso, uno de los grandes retos de la arqueología

Foto: Las piezas descubiertas en Badajoz. (EFE/Samuel Sánchez Vaquero)
Las piezas descubiertas en Badajoz. (EFE/Samuel Sánchez Vaquero)

Una canción, un poema, una película, un cuadro, un libro, una fotografía, un beso, un gol, un abrazo. Conservar la capacidad de emocionarnos es la mejor forma de dar las gracias por la vida.

¿Puede emocionar la Historia? Hombre, pues depende quién la cuente. Siempre ha cargado mi amada Clío con la injusta etiqueta de aburrida, pero solo ella es capaz de seguir teniendo secretos que desvelar.

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Cuando parece que la historia ya no puede sorprendernos con nuevos descubrimientos, llega la noticia de un hallazgo extraordinario en un yacimiento extremeño que vuelve a poner el foco en Tarteso, uno de los grandes retos de la arqueología.

Va a empezar la rueda de prensa. Esther Rodríguez González, del proyecto Construyendo Tarteso y una integrante del equipo, descubren las cajas que esconden el singular hallazgo. Dos hermosos rostros femeninos con una sonrisa pétrea nos llevan de viaje al pasado. Me da un vuelco el corazón al contemplar la escena y doy las gracias por seguir mirando al pasado con estos ojos de niña curiosa.

placeholder El equipo que presentó el hallazgo de Badajoz. (EFE/Samuel Sánchez Vaquero)
El equipo que presentó el hallazgo de Badajoz. (EFE/Samuel Sánchez Vaquero)

Tiene una importancia sobresaliente lo que se ha encontrado en el yacimiento de Casas del Turuñuelo (Badajoz) porque se trata de las primeras representaciones de seres humanos de la cultura tartésica, una cultura que la historiografía ha ubicado tradicionalmente en el suroeste peninsular. Andaluces, extremeños y portugueses, primos hermanos tartésicos.

Unos pocos años atrás, ya se había localizado en el mismo lugar un altar tartésico con forma de piel de toro, casualmente la misma forma que los dos pectorales de oro de veinticuatro kilates de nuestro esquivo Tesoro del Carambolo, que duerme arropado en la caja fuerte de una entidad bancaria.

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¿Qué es Tarteso? ¿Y tú me lo preguntas? Tarteso eres tú. O tú. O nadie.

A estas alturas de la película, aún no se ha publicado ningún estudio concluyente sobre la existencia o no de una civilización indígena gobernada por un mítico rey, Argantonio, cuya riqueza procedía del oro, la plata, el estaño y el mercurio de sus minas.

placeholder El tesoro de El Carambolo. (EFE/José Manuel Vidal)
El tesoro de El Carambolo. (EFE/José Manuel Vidal)

El extraordinario hallazgo del Turuñuelo supone un capítulo más en la apasionante historia de la civilización más antigua de occidente (entre el año 1.000 y el 500 a.C.) envuelta en el mito y la leyenda, pero con vestigios tangibles repartidos en distintos yacimientos que salpican todo el suroeste peninsular: La Joya, Cerro Macareno, Cerro de San Juan, Tejada la Vieja, Mesas de Asta, Cortijo de Ébora, La Mata de Campanario, etc. Huelva, Cádiz, Sevilla, Badajoz, el Algarve, Córdoba y otras localidades guardan indicios de la existencia de una cultura nacida, ojo que ahí va mi intrascendente y nada revolucionaria hipótesis, de la hibridación entre una base indígena y las aportaciones de fenicios y griegos.

Varias son las líneas de investigación que han intentado reescribir la historia de Tarteso. Que si un Tarteso griego, que si fenicio, que si autóctono. Lo cierto es que hubo de darse una etapa histórica en la que confluyeron distintos actores para dar lugar a una cultura rica, más avanzada respecto al resto de pueblos autóctonos de esta Península prerromana y para que, a lo largo de los siglos, el misterio que la envuelve haya cautivado a quienes hicieron de su búsqueda el leitmotiv de sus vidas.

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Uno de estos aventureros se lió la manta a la cabeza desde su Alemania natal para venirse a Doñana en busca de la mítica capital del reino tartésico. Adolf Schulten quería encontrar su particular Troya, tal como había hecho su compatriota Heinrich Schliemann. Ambos alemanes, ambos apasionados de la historia antigua y ambos con una curiosa tendencia a las mentirijillas. Schliemann sí obtuvo su recompensa y no se estudia la historia de Grecia sin citar el nombre de un señor que puso un anuncio en la prensa para encontrar una esposa que compartiera con él la pasión por la Antigüedad. Y la encontró. Ya saben, cuando el amor llega así de esa manera…

No encontró Schulten su amor, la mítica ciudad de Tarteso, pero sí un anillo de cobre del siglo VI a.C. y un casco que él mismo calificó como pruebas que evidenciaban su existencia. Los arqueólogos españoles le afeaban su inercia a inventarse historias y él replicaba llamándolos “españolitos envidiosos”. Un España vs Alemania del Mundial de Arqueología.

placeholder Flamencos volando sobre Doñana. (WWF)
Flamencos volando sobre Doñana. (WWF)

Pero no quedó la tesis de Schulten en el olvido. Desde principios de este siglo, distintas expediciones arqueológicas han intentado buscar vestigios tartésicos en los alrededores del Parque Natural de Doñana, de este Doñana que se muere de sed y que hace siete mil años alternó inundaciones, tsunamis y sedimentaciones que pudieron permitir algún asentamiento humano.

Les hablaba al principio de la capacidad de emocionarnos a través de distintos estímulos y me servía de entrada para contarles un hallazgo extraordinario que entronca con una historia de fascinación y misterio que tiene como protagonista a nuestra tierra.

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Conservar la mirada de niños, la capacidad de asombro y la inquietud por aprender, rejuvenece. No le quitarán las patas de gallos, pero sí algunas arrugas del alma para seguir soñando con la búsqueda de su particular Tarteso.

Una canción, un poema, una película, un cuadro, un libro, una fotografía, un beso, un gol, un abrazo. Conservar la capacidad de emocionarnos es la mejor forma de dar las gracias por la vida.

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