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Un collar de macarrones
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Un collar de macarrones

El Arte es deudor de la maternidad, que sirvió de inspiración a los artistas de todas las épocas y disciplinas. Buenas, severas, influyentes, malas, tóxicas, preocupadas, sufridoras, biológicas, adoptivas, mortales o divinas

Foto: 'Las tres edades de la mujer' de Klimt. (Wikipedia)
'Las tres edades de la mujer' de Klimt. (Wikipedia)

Era un caluroso jueves de Feria de abril de Sevilla de hace nueve años cuando me convertí en madre por primera y única vez. Una cicatriz convertida en esbozo me recuerda el momento en el que fui dadora de vida a otro ser. Algo natural y, a la vez, rozando lo milagroso. Pasados los días de visitas, enhorabuenas y flores, tocaría bajarse de la nube del misticismo de la maternidad vendido en anuncios que no hablan de las noches encadenadas sin dormir, de la dictadura de las hormonas, de la preocupación permanente por el bienestar de un pequeño individuo heliocéntrico.

Mañana, primer domingo de mayo, celebramos el Día de la Madre. Los frigoríficos de algunas amigas que fueron madres antes que yo están adornados por tarjetas de felicitación con deliciosas faltas ortográficas que sus niños y niñas traían orgullosos del colegio. Yo no tengo ninguna. Las reformas educativas de este país de políticos con una afición insana a controlar la educación con fines partidistas me han privado de tener mi collar de macarrones del Día de la Madre.

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De un collar, no de sémola de trigo, sino de plata tibetana, cuelga un camafeo con la imagen de una de las representaciones más universales de la maternidad en la historia del arte. Una hermosa joven de cabellos anaranjados sostiene en el regazo a su hija, que duerme plácidamente con la cabeza recostada en el pecho de su madre, quizá acunada por los latidos del corazón. Klimt, maestro del simbolismo y de la Secesión Vienesa, concibió Las tres edades de la mujer como la representación gráfica y alegórica de las etapas de vida estrenada de la niñez, plenitud de la madurez y decadencia de la senectud, de tres mujeres que nos recuerdan que el paso del tiempo es inexorable.

El collar pende colgado en perpendicular sobre una lámina que reproduce la Adoración de los Reyes Magos de Velázquez. Inicialmente fue una obra realizada por el genio para ese relicario del barroco andaluz que es el noviciado jesuita de San Luis de los Franceses en Sevilla y actualmente puede contemplarse en el Museo del Prado. Hacia 1619 va a pintar Diego una de las obras cumbres de su etapa sevillana y en la que va a utilizar la escena religiosa para retratar a su familia. Juana Pacheco, esposa, madre y artista, encarna la imagen de la Virgen María con un tipo popular que la vuelve muy cercana a la devoción de los fieles. Juana, María, muestra la concentración expresiva tan característica de los retratos velazqueños. Viste una túnica rosa que, junto a los azules y rojos, rompe la gama cromática de ocres y negros que abundan en la obra. Sus manos maternales sujetan el pequeño cuerpo del Niño que se sienta sobre sus piernas, encarnado por su hija Francisca, nacida en fechas próximas a la ejecución de la obra. La pequeña, convertida en Mesías, mira curiosa y despierta al señor arrodillado que no es otro que su padre, representado como rey mago, un Gaspar de veinte años que es la edad que tenía Velázquez al pintar el lienzo.

placeholder 'Adoración de los Reyes Magos' de Velázquez. (Wikipedia)
'Adoración de los Reyes Magos' de Velázquez. (Wikipedia)

Cinco años menos, quince, tenía el otro genio incontestable andaluz cuando retrata a su madre, María. Con trazos prodigiosos, el jovencísimo Pablo Picasso utiliza el pastel para plasmar el perfil de su madre, una matrona andaluza de pecho acogedor envuelto en las texturas vaporosas de una blusa blanca. Solía retratar Picasso a su madre leyendo o cosiendo, casi siempre de perfil, el pelo recogido dejando desnuda la nuca y el aura de madre por encima de cualquier otra consideración. Fue la maternidad un tema muy recurrente en las distintas etapas de la carrera de Picasso. De las tristes y deprimentes madres de la etapa azul, a la tierna y melancólica Maternidad de la etapa rosa, en la que una mujer de rasgos afilados y estilizados, abraza con una dulzura infinita al bebé al que amamanta envuelto en un hermosísimo mantón rosa.

Sin mantón, con el rostro ensimismado apoyado en las manos y la mirada perdida más allá de los límites del cuadro, se nos muestra doña Rosario de Torres Delgado retratada por su hijo Julio, maestro del Simbolismo y deudor de las mujeres en todas sus facetas.

placeholder Una de las maternidades de Picasso. (EFE/Raúl Caro)
Una de las maternidades de Picasso. (EFE/Raúl Caro)

Deudor es el Arte de la maternidad de mujeres que sirvieron de inspiración a los artistas de todas las épocas y disciplinas. Buenas, severas, influyentes, malas, tóxicas, preocupadas, sufridoras, biológicas, adoptivas, mortales o divinas.

La Gran Madre nos recibe en su capilla de la Catedral. En un brazo porta al Niño y en la otra mano sostiene una rosa. Le explico a Marco, mi hijo, que ante esta Virgen de la Antigua rezaron los dieciocho supervivientes de la primera circunnavegación de la Tierra. Discutimos porque él defiende que la llegada del hombre a la luna es más importante que la primera vuelta al mundo. Estoy tentada de hablarle de los inicios de la globalización, pero entiendo que nueve años es la edad perfecta para preferir viajes al espacio.

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“¿Me regalas un collar hecho con pasta?”, me mira, nos reímos, y en su risa descubro que, en realidad, los dos somos más de echarle tomate a los macarrones que de ensartarlos en una tanza que no es más fuerte que este amor de madre irrompible.

Era un caluroso jueves de Feria de abril de Sevilla de hace nueve años cuando me convertí en madre por primera y única vez. Una cicatriz convertida en esbozo me recuerda el momento en el que fui dadora de vida a otro ser. Algo natural y, a la vez, rozando lo milagroso. Pasados los días de visitas, enhorabuenas y flores, tocaría bajarse de la nube del misticismo de la maternidad vendido en anuncios que no hablan de las noches encadenadas sin dormir, de la dictadura de las hormonas, de la preocupación permanente por el bienestar de un pequeño individuo heliocéntrico.

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