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La niña de sus ojos
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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La niña de sus ojos

A Luisa Roldán le tocó vivir y trabajar en unos tiempos en los que nacer bajo el signo de Venus ya te hacía partir con desventaja en el desarrollo de la carrera vital. Su carácter indómito o su talento artístico incontestable la llevaron al éxito

Foto: 'El arcángel san Miguel venciendo al demonio' de Luisa Roldán. (EFE/Fernando Villar)
'El arcángel san Miguel venciendo al demonio' de Luisa Roldán. (EFE/Fernando Villar)

La boca, pequeña y carnosa, se entreabre exhalando un suspiro ahogado. Los ojos, del color del inframundo, miran a su opresor buscando la compasión que él nunca concede cuando castiga, ahora le toca estar en el bando perdedor. Con el cuerpo desnudo y castigado ya no parece tan temible. El relieve que marcan las venas en la piel fina de sus brazos delata la tensión del momento. Las manos, crispadas, se someten al dictado de los grilletes en sus muñecas. La presión en el costado derecho le impide respirar con facilidad. Un pie con la fuerza de toda la corte de arcángeles celestiales encima, le oprime las costillas. Un pie calzado con unas sandalias azules, unas sandalias con tarjeta de presentación en forma de T invertida: "E. Camara. Luisa Roldán Sevilla".

Con que eras tú, Luisa. En marzo de este año, Patrimonio Nacional presentaba la extraordinaria restauración de El arcángel san Miguel venciendo al demonio, la imponente obra de la artista sevillana que puede verse desde este verano en la Galería de las Colecciones Reales del Palacio Real de Madrid. La obra que le valió a Luisa Roldán su nombramiento en 1692 como Escultora de Cámara en la Corte de Carlos II, ilustra la portada de Cara de ángel (El Paseo Editorial, 2023), la novela biográfica que le dedica el historiador del arte, profesor y escritor Manuel Jesús Roldán y que viene a sumarse a la amplia bibliografía que ilustra la vida y la obra de la mejor escultora del Barroco en España. Así, sin medias tintas ni relatividades de ningún tipo. La mejor.

placeholder Luisa Roldán.
Luisa Roldán.

A Luisa le tocó vivir y trabajar en unos tiempos en los que nacer bajo el signo de Venus ya te hacía partir con desventaja en el desarrollo de la carrera vital. Su carácter indómito, su talento artístico incontestable, su capacidad de trabajo y unas condiciones familiares excepcionales, la llevaron por el camino del éxito y el reconocimiento, aunque eso no se tradujera en un bienestar económico solvente ni en una vida personal especialmente feliz o armoniosa.

Luisa había nacido en el verano de 1652. Lo había hecho en el caluroso agosto, porque lo imagino igual de insufrible hace cuatro siglos, de una Sevilla castigada por una de sus riadas recurrentes y por un año de malas cosechas, circunstancias estas que se sumaban a la gravísima crisis demográfica provocada por la terrible epidemia de peste de 1649 que se había llevado por delante la vida de, prácticamente, la mitad de la población de la capital comercial del Imperio español. Entre las más de cincuentas mil almas que sucumbieron a los estragos de la peste bubónica, está la de Martínez Montañés, la sombra alargada del maestro de Alcalá la Real que había sobrevivido a casi todos sus discípulos.

placeholder Detalle de 'El arcángel san Miguel venciendo al demonio'. (Patrimonio Nacional)
Detalle de 'El arcángel san Miguel venciendo al demonio'. (Patrimonio Nacional)

La desaparición del gran referente, y muertos ya Juan de Mesa, Francisco de Ocampo o Felipe de Ribas, propició que el padre de Luisa, don Pedro Roldán, se erigiría en el gran maestro de la escultura barroca de la Baja Andalucía en la segunda mitad del siglo XVII. Luisa echó los dientes en el taller paterno, donde el olor a madera impregnaba paredes y voluntades. Luisa, María y Francisca, las tres niñas del maestro que habían nacido con aptitudes para el arte, contaban con la ventaja de poder acceder a la formación artística en un ámbito privado sin tener que romper las estrictas normas sociales que lastraban a aquellas coetáneas que querían dedicarse al oficio artístico.

Luisa, la niña de don Pedro, tenía el duende en las manos, el pecho y la cabeza. Antonio Palomino, nuestro cronista de artistas, la reconoce como una escultora tan importante como su padre. Yo voy más allá. Luisa superará a su padre. De la relación padre e hija se ha escrito y mitificado mucho, haciéndolo siempre desde el presentismo que siempre resta objetividad en el análisis. Cierto es que el patriarca de la saga se opuso a la boda de Luisa con Luis Antonio de los Arcos, escultor sevillano con muy mala literatura encima, pero es que también se opuso a los noviazgos de sus otras hijas.

placeholder Detalles de inscripciones de 'El arcángel San Miguel venciendo al demonio'. (Patrimonio Nacional)
Detalles de inscripciones de 'El arcángel San Miguel venciendo al demonio'. (Patrimonio Nacional)

Nuestra artista tenía 19 años cuando le planta genio a su padre y se casa con quien quiere, con intervención judicial por medio. Un numerito en el sentido andaluz del término. Tras el rocambolesco episodio casamentero, Luisa se independiza profesionalmente de su padre y monta su propio taller. Mujer capaz, formada e independiente que, por las leyes de la época, no puede firmar los contratos de sus obras, algo que dificulta en mucho la catalogación de su producción.

Luisa salió del taller paterno con el aprendizaje de las formas dinámicas y escenográficas de Pedro, pero superó al maestro en el manejo de la gubia que creaba amplios pliegues repletos de dinamismo, pero también formas delicadas, deliciosas, virtuosas, que la acercaban al rococó. Sevilla, Cádiz y Madrid conforman el triángulo escaleno que marcó el devenir profesional y personal de una artista única.

En Sevilla, aún con el serrín del taller de su padre adherido en el alma y los dedos, dejó su huella en los portentosos ángeles pasionarios que hizo para la Hermandad de La Exaltación y, muy posiblemente, en los magníficos Dimas y Gestas del paso procesional de la misma corporación cofrade.

placeholder Ecce Homo de la Catedral de Cádiz. (Wikipedia/Daniel Villafruela)
Ecce Homo de la Catedral de Cádiz. (Wikipedia/Daniel Villafruela)

En Cádiz, en la catedral que es más faro atlántico que templo, dejó Luisa su primer golpe en la mesa de artista grande, de las de perpetuar su nombre en la historia. El Ecce Homo de Cádiz es una declaración de intenciones y muestra el camino hacia una madurez artística brillante, el mismo que conduce a las imágenes de los santos patronos gaditanos, San Servando y San Germán, que pueden contemplarse en la misma catedral.

Un camino de ida con destino a la cumbre y el reconocimiento como la primera mujer escultora de Cámara de un monarca en España, un reconocimiento que no se tradujo en un deseable bienestar económico ni en una vida familiar feliz o armoniosa. La producción de pequeños, y extremadamente bellos, grupos de terracota aseguraban algunos ingresos financieros, pero los retrasos en el pago de los encargos de la Corte asfixiaban la economía familiar.

placeholder Ángeles pasionarios de la Hermandad de La Exaltación. (Hermandad de la Exaltación)
Ángeles pasionarios de la Hermandad de La Exaltación. (Hermandad de la Exaltación)

Y entre encargos y mudanzas, los embarazos y los duelos. A Luisa le nacían y se les morían sus niños. Sólo dos hijos, de los siete que tuvo el matrimonio, sobrevivieron a la artista, sólo dos conocieron la grandeza y la lucha de su madre.

Todo aquel que se haya acercado a la figura de Luisa Roldán conoce la declaración de pobreza firmada pocos días antes de su muerte, lo que quizás pocos saben, es que el mismo día de su muerte, la prestigiosa Accademia di San Luca en Roma la nombraba “accademica di merito”, convirtiéndose en la primera mujer artista española en conseguirlo. La fama y la asfixia, la cumbre y el fango, los títulos y el dolor de una mujer, una esposa, una madre y una artista que sí firmó con su nombre un contrato con la eternidad.

La boca, pequeña y carnosa, se entreabre exhalando un suspiro ahogado. Los ojos, del color del inframundo, miran a su opresor buscando la compasión que él nunca concede cuando castiga, ahora le toca estar en el bando perdedor. Con el cuerpo desnudo y castigado ya no parece tan temible. El relieve que marcan las venas en la piel fina de sus brazos delata la tensión del momento. Las manos, crispadas, se someten al dictado de los grilletes en sus muñecas. La presión en el costado derecho le impide respirar con facilidad. Un pie con la fuerza de toda la corte de arcángeles celestiales encima, le oprime las costillas. Un pie calzado con unas sandalias azules, unas sandalias con tarjeta de presentación en forma de T invertida: "E. Camara. Luisa Roldán Sevilla".

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