Los ojos del pasado

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?

Son preguntas existenciales que se hace el ser humano desde el principio de los tiempos, en la era en que las fuerzas de la naturaleza se revelaban como dioses, unas veces generosos en sus dones y otras veces terribles desatando tempestades y poniendo a prueba la supervivencia del género humano. Esa inquietud trascendental que busca desde entonces respuestas al enigma del sentido de la vida, llevó a las primeras sociedades ágrafas a expresar sus sentimientos místicos a través del arte en distintos soportes y espacios físicos relacionados con prácticas religiosas y rituales funerarios en los que se abría una puerta al destino esperado tras la muerte.

Algunos de estos enclaves mágicos tan espectaculares los tenemos en Andalucía, desde Almería hasta Huelva, y muestra de ello es la exposición que, desde el pasado lunes 11 de diciembre, se puede contemplar en el Museo de Huelva: Ídolos. Miradas milenarias desde el extremo suroccidental de Europa. Una exposición internacional enmarcada dentro del programa de actividades organizadas por el cincuenta aniversario del museo onubense y que recoge el pasado prehistórico de la provincia onubense y sus conexiones con Portugal. La muestra revela ese pasado compartido a través de doscientas piezas, la mitad de fondos propios del museo y el resto, de siete colecciones procedentes de importantes museos portugueses.

Una exposición para observar y ser observado por los ídolos oculados, esas pequeñas figuras esquemáticas que nos miran de forma incisiva a través de unos enormes ojos que guardan la memoria de nuestro pasado más remoto.

Opinión

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Es difícil tener una interpretación exacta del significado de estos útiles a los ojos del raciocinio de nuestra era, pero sí podemos plantear que se trata de manifestaciones materiales relacionadas con el mundo de las ideas y creencias de las primeras comunidades campesinas metalúrgicas que habitaron el suroeste peninsular hacia el tercer milenio a. C. Estas comunidades las formaban familias que compartían vivienda y eran descendientes de un antepasado común convirtiéndolas en una sociedad de linajes.

Óculo, del latín oculus, que significa "ojo". Oculados, ídolos de mirada enigmática enmarcada por cejas, decorados en todo su contorno, con incisiones que recrean tatuajes o pinturas faciales y cabellos en zig zag, además de motivos geométricos que parecen evocar la indumentaria sobre un cuerpo esquemático que, a veces, detalla las extremidades y el sexo.

Esta es la descripción tipo de estas figuras que se pintan o graban sobre placas o soportes cilíndricos de piedra, falanges y huesos largos, madera, cerámica y en las paredes de abrigos rocosos o en el interior de los monumentos megalíticos.

Ídolos que todo lo ven, triángulo de la feminidad inciso, diosa de los ojos a través de los que nos asomamos para participar en el culto a la diosa madre, desde Los Millares hasta el Conquero, para que no falte el alimento ni la fertilidad de la tierra. Con ese sentido chamánico debieron vivirlo los andaluces en el Cabezo de los Vientos (Jabugo), en El Pozuelo (Zalamea la Real) o en Los Gabrieles (Valverde del Camino), entre otros asentamientos onubenses. Todo ello nos habla de la importancia de Huelva y el suroeste peninsular en el conocimiento de las formas de vida, las creencias y la organización de las sociedades prehistóricas de finales del Neolítico y el Calcolítico y así se recoge en la exposición de visita verdaderamente recomendable para quienes gustamos de viajar al pasado, meternos en la piel de nuestros antepasados y trasladarnos a una Andalucía virgen y hermosa en su naturaleza plena.

Fue en la década de los años 20 cuando el albañil Manuel Guijarro, natural de Lucena del Puerto, encontró unas piedras "enormes y muy raras"

Sin salir del museo onubense, y siguiendo con los fastos de celebración, vamos a encontrarnos con una segunda muestra que celebra los cien años del descubrimiento de uno de los monumentos megalíticos más espectaculares de Europa: el Dolmen de Soto, en Trigueros. Con una antigüedad de seis mil años, este monumental dolmen aún encierra misterios y enigmas entre la grandiosidad de sus piedras, todas talladas, grabadas o pintadas, algo que lo convierte en una muestra excepcional del megalitismo europeo.

Fue en la década de los años 20 cuando el albañil Manuel Guijarro, natural de Lucena del Puerto, encontró unas piedras “enormes y muy raras” mientras realizaba unas obras en la finca ‘La Lobita’, en el paraje del Zancarrón. Tras comunicarlo al marqués Armando de Soto, dueño de la finca, este ordenó una excavación en la zona el 1 de enero de 1923. Lo que se encontró debió enmudecer y sobrecoger a los allí presentes, un dolmen bajo un túmulo de sesenta metros de diámetro con más de sesenta grabados de figuras con hachas, báculos y puñales. Tal fue el eco y el impacto del descubrimiento que el dolmen fue declarado Monumento Nacional en 1931 gracias, en gran parte, a las investigaciones del paleontólogo alemán y padre de la Prehistoria en España, Hugo Obermaier.

Orientado hacia el este, recibe los primeros rayos de sol en los amaneceres de los equinoccios, una luz que recorre la galería y acaricia las enormes piedras de este Stonehenge andaluz que cumple cien años de su descubrimiento a ojos del mundo.

Ojos que descubren, ojos que observan, ojos que vigilan y abren una ventana a nuestro pasado más remoto, a la grandiosidad de un dolmen seis veces milenario y a la protección de la diosa madre.

Ojos maternales de la tierra andaluza.