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Las cuentas pagadas del 2023
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Las cuentas pagadas del 2023

Apuramos las últimas horas de diciembre siguiendo la estela de los ánsares planeando sobre la marisma entre las brumas que cubren el paisaje de un amanecer azulado en Doñana, para terminar volviendo a Andalucía

Foto: Imagen del Coto de Doñana este noviembre. (EuropaPress/Francisco J. Olmo)
Imagen del Coto de Doñana este noviembre. (EuropaPress/Francisco J. Olmo)
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Está el 2023 pidiendo la cuenta en la barra. Invita él, qué menos después del viajecito de curvas, repechos y descensos vertiginosos que nos ha brindado en 12 meses. Aún nos estamos recolocando el pelo y la ropa y sacudiendo el polvo de las suelas de los zapatos cuando toca vestirse de gala en la noche que ha ido envejeciendo al compás del minutero del reloj.

De un armario pintado por Nuria Barrera, pinceles luminosos de mujer valiente, descolgamos el terno elegido para la ocasión. Pequeños destellos de luz salpican los delicados bordados artesanales salidos del taller ecijano de Jesús Rosado. Luz que se derrama sobre el patio de esta casa del siglo XVIII, donde manos primorosas son depositarias de un arte empeñado en seguir resistiendo en la era de la inteligencia artificiosa, más que artificial.

Con el traje ceñido, los ojos negros ahumados como la "Fuensanta" de Romero de Torres y la fragancia de la jara y el eucalipto de la comarca del Andévalo que embriaga a la mismísima casa Chanel, nos sentamos en un improvisado patio de butacas, al modo de la inolvidable escena final de Cinema Paradiso, y proyectamos los fotogramas que han formado parte del album de este año.

placeholder Imagen del niño protagonista de la película 'Cinema Paradiso' (Filmin)
Imagen del niño protagonista de la película 'Cinema Paradiso' (Filmin)

Los cincuenta años de la muerte de Picasso nos sirvieron para confirmar que un niño de cinco años no puede pintar como aquel que nació de “un padre blanco y de un pequeño vaso de agua de vida andaluza” para tambalear los cimientos de la historia del arte desde el instinto primario de un artista al que solo le puso límites la muerte. Una muerte grabada a buril sobre planchas de plomo en las tablillas de maldición que descubrimos en el mes de enero repartidas por la geografía andaluza, de Córdoba a Casabermeja, de Mengíbar a Peñaflor, de Écija a Itálica.

En febrero buscamos azúcar para una herida en las cocinas de un convento sevillano del siglo XV, refugio materno a la sombra de una portada paradigmática desde la que nos embarcamos en una travesía por el Río de la plata, cronista líquido de la historia de Andalucía, capital flotante del primer mundo globalizado, alfa y omega de una gesta que dibujó mapas para un nuevo mundo.

Un nuevo mundo captado por los objetivos fotográficos de las guardianas de la memoria andaluza a las que en marzo rendimos homenaje. Un marzo vestido de primavera en los jardines de un palacio que guarda los recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero de Antonio Machado, el de La Saeta que cruza el cielo en una semana hecha de cera virgen, plata repujada y madera de cedro en los talleres-santuarios del trabajo hecho a mano.

placeholder Un precioso patio andaluz. (iStock)
Un precioso patio andaluz. (iStock)

En abril, la emoción por el hallazgo en Casas del Turuñuelo de dos hermosos rostros femeninos tartésicos, nos llevó a seguir las huellas de la civilización más antigua de Occidente, un pueblo que en mayo tuvo una cita con las urnas en los comicios municipales y que nos sirvió para pasear acompañando a don Antonio por delante del Palacio del Corregidor de Baeza, en el itinerario marcado por casas consistoriales con historia.

En junio recordamos la lección de la utilidad de lo inútil tras la marcha de Nuccio Ordine, a quien imaginamos siendo retratado por Velázquez con la honestidad de los pinceles del pintor de la verdad. Con el ejemplar de Ordine en la maleta, nos marchamos de vacaciones a la Costa de la Luz en régimen de todo incluido, desde el Castillo de Luna en Rota hasta el de Guzmán el Bueno en ese apéndice de mar y viento que es Tarifa, para terminar envueltos en la luz ambarina de un atardecer en Sanlúcar de Barrameda. Luces iridiscentes sobre el Atlántico y luces atrapadas en los colores metálicos de los lienzos de Miguel Pérez Aguilera, el niño predestinado para ser pintor y maestro de pintores, pero fundamentalmente, pintor.

placeholder Palacio del Corregidor de Baeza. (Cedida)
Palacio del Corregidor de Baeza. (Cedida)

Nos ponía a prueba este verano de olas de calor encadenadas, mientras buscábamos el frescor de los baños andalusíes en Granada, bajo la espectacular bóveda del Bañuelo, en los monumentales baños en los sótanos del Palacio de Villardompardo o entre los refinados mármoles y pinturas murales de los del Alcázar Califal de la Córdoba omeya.

Agua y mar en el alma de las Atarazanas de Sevilla, imponente catedral de ingeniería naval que nos llevó un sábado de agosto a redescubrir los ocho siglos de historia de un lugar que sigue buscando reencontrarse con su destino. Un destino quizás escrito en las Perseidas que surcaron los cielos de agosto sobre el Torcal de Antequera o en la luz de un lienzo de Francisco Herrera el Mozo, irrumpiendo con su barroco pleno en una España de imperio decadente. Sin decadencia y embelleciendo el skyline de la capital jiennense, terminamos agosto en la Catedral de Jaén, bajo las bóvedas vaídas proyectadas por Vandelvira, padre del Renacimiento andaluz.

El fotograma de un septiembre de vuelta a las aulas nos recordaba la importancia de sembrar en nuestros hijos la curiosidad por todo aquello que nos identifica como pueblo y el amor al legado cultural que recibimos como un tesoro que hay que cuidar para las generaciones venideras. Un legado como las obras de Luisa Roldán, la escultora más importante del barroco europeo, una mujer libre y valiente que tiene su nombre en el parnaso de los más grandes del arte patrio. Parnaso compartido con otro nombre andaluz que sublima la belleza con su gubia en los perfiles delicados de sus imágenes fieramente barrocas, fieramente Mena.

placeholder Semana Santa en Jaén. (EFE/José Pedrosa)
Semana Santa en Jaén. (EFE/José Pedrosa)

El otoño llegaba con roturas suturadas en las salas de un museo donde depositar el corazón en el pecho de una Virgen-abridera de Roque Balduque. Refugio de corazones solitarios rezando a los dioses bajo el cielo de Elia Augusta Itálica en un noviembre con ecos de música latina tejiendo lazos históricos entre Andalucía y América.

Apuramos las últimas horas de diciembre siguiendo la estela de los ánsares planeando sobre la marisma entre las brumas que cubren el paisaje de un amanecer azulado en Doñana, para terminar volviendo al principio de los tiempos de una Andalucía que miraba a través de los ídolos a los ojos de la Tierra Madre. Fin de la proyección. La sala se queda a oscuras, pero queda en nuestras retinas todo lo visto este año.

Fuera empieza la fiesta de despedida de un año que se va con la cuenta pagada. No guarden muy al fondo del armario la ropa de batalleo, porque el calendario nos vuelve a recordar que en la vida todo es empezar.

Está el 2023 pidiendo la cuenta en la barra. Invita él, qué menos después del viajecito de curvas, repechos y descensos vertiginosos que nos ha brindado en 12 meses. Aún nos estamos recolocando el pelo y la ropa y sacudiendo el polvo de las suelas de los zapatos cuando toca vestirse de gala en la noche que ha ido envejeciendo al compás del minutero del reloj.

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