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Segundo golpe: la Muerte
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Segundo golpe: la Muerte

Otro capítulo de esta Cuaresma con genética andaluza. Un impacto que devuelve ecos de Muerte tras la Pasión de un Cristo de Roldán que imploraba al Padre con las rodillas descarnadas clavadas en la tierra del Gólgota

Foto: El Cristo de la Buena Muerte, tallado por Juan de Mesa (1620), a su paso por el centro histórico de Sevilla en una imagen de archivo. (EFE/Julio Muñoz)
El Cristo de la Buena Muerte, tallado por Juan de Mesa (1620), a su paso por el centro histórico de Sevilla en una imagen de archivo. (EFE/Julio Muñoz)
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Nos estamos ajustando el traje de marzo aún con mañanas de doble manga bajo la chaqueta y lluvias intermitentes que calman a pequeños sorbos la sed de nuestros campos. Ya han parido azahares los naranjos y limoneros, se repone el pan de torrijas en los estantes de los supermercados y se acumulan los exámenes de la segunda evaluación en colegios e institutos.

Y con este panorama, vengo hoy a dar el segundo golpe de esta Cuaresma de genética andaluza. Un golpe que devuelve ecos de Muerte tras la Pasión de un Cristo de Roldán que imploraba al Padre con las rodillas descarnadas clavadas en la tierra del Gólgota. El stipes y el patibulum ya marcan la cruz de su destino. Los clavos desgarran músculos y nervios en las muñecas y los tobillos y la cruz se eleva.

Rubens no era andaluz, pero como figura fundamental del barroco lo traigo a estas líneas para que nos preste su Elevación de la Cruz de la Catedral de Amberes, obra maestra de un barroco desbordante, con una marcada y teatral composición diagonal y un prodigioso uso de la luz como un elemento escenográfico más que modela cuerpos de musculaturas exuberantes y resalta, triunfante y heroico incluso en la muerte cercana, la figura de Cristo. De un flamenco a un alemán que nos lleva al Calvario.

Foto: Prendimiento de Cristo, del taller de Luis de Vargas. (Museo de Bellas Artes de Sevilla) Opinión
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Lucas Cranach se codea con Torrigiano, Roque Balduque, El Greco o Alejo Fernández en la segunda sala del Museo de Bellas Artes de Sevilla. Este Calvario, aún de pequeñas dimensiones, es una magnífica obra de madurez de su autor. Sobre una superficie pulida y brillante, se recortan de forma definida las cuatro figuras que componen la escena. Sobre un fondo degradado que va de la luz del horizonte a las tinieblas de un cielo que amenaza romperse, se yerguen las tres cruces, central la de Cristo y oblicuas las de Dimas y Gestas.

Cristo expira entre los ladrones, pero el último soplo de vida le da para alzar la mirada y exclamar “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, frase que Cranach, al modo de estas representaciones en la pintura centroeuropea, incluye escrita en la obra en su lengua vernácula. Cristo expira y el viento agita violentamente el largo sudario mientras el cielo se torna un telón negro.

El centurión, vestido a la moda germana renacentista, reconoce en ese momento la divinidad del hombre que acaba de morir: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Lucas pintó a este Cristo austero, expirante, cuando sus pinceles estaban más acostumbrados a las formas atrevidas de mujeres sacras y paganas.

placeholder El Cristo del Perdón de la iglesia de Santa María Coronada de Medina Sidonia se expuso junto a otras obras en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. (EFE/Raúl Caro)
El Cristo del Perdón de la iglesia de Santa María Coronada de Medina Sidonia se expuso junto a otras obras en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. (EFE/Raúl Caro)

Ni sacra ni pagana, pero artista, es la mujer que talló un Cristo que desde dos mil seis expira por las calles de Jódar. De José de Mora a los Roldán, padre e hija, de Salzillo a Gregorio Fernández, Lourdes Hernández toma referencias de los grandes maestros, ya sean de las escuelas andaluzas, castellana o levantina, para conseguir a estas alturas de su carrera un estilo de marcada personalidad.

Y el Santo Cristo de la Expiración de Jódar es un bellísimo ejemplo de cómo se puede beber de las fuentes clásicas mientras se traza un camino con firma propia. Sin firma y de manos anónimas le llega la Buena Muerte a Cristo en Cádiz, que no es mal sitio para entregar la hoja de servicios si le obligan a uno. Todo está consumado. La cabeza, de melena con bucles que serpentean, ya recae hacia la derecha. El rostro con ojos cerrados, pómulos angulosos y mandíbula relajada con la boca menuda y entreabierta, denota la paz del fin del castigo.

Muerto pero no vencido

El cuerpo es un alarde de perfección anatómica, corpulento y heroico. Muerto pero no vencido. Poderoso, emergiendo de una pared con desconchones y ecos carnavalescos en jirones de papel, se lo regaló Dani Franca a los gaditanos para el cartel de la Semana Santa del año pasado. Buena Muerte de un Cristo que han desenclavado de la Cruz en Jerez de la Frontera y están descendiendo por obra y gracia del sanroqueño Luis Ortega Bru. La escena puede dividirse en dos planos y de ellos, el grupo que conforman Nicodemo, José de Arimatea y el propio Cristo puede estar entre lo mejor de la imaginería del siglo XX.

Hacia 1957, Ortega Bru está trabajando en los Talleres de Arte S.A. de Madrid cuando recibe el encargo de la hermandad de la Soledad. Está alejado de la estética tradicional barroca de las escuelas andaluzas y gira hacia los tintes lívidos, sobrios y enjutos de la imaginería castellana. La hermandad lo dejó todo en manos del escultor y este les devolvió una obra de arte que me apuesto a asegurar es desconocida para muchos, tanto como la verdadera dimensión artística del maestro de San Roque, fundamental en el arte contemporáneo andaluz como iniciador de los caminos de la abstracción andaluza y de nuevas formas de llegar a la belleza a través del expresionismo.

placeholder Llanto sobre Cristo Muerto. (Pedro Millán)
Llanto sobre Cristo Muerto. (Pedro Millán)

Del expresionismo de Ortega Bru al realismo expresionista y descarnado de Ressendi que le ha puesto una Piedad fantasmagórica a este cuadro de Cuaresma. Porque la muerte, en todas sus dimensiones, es dolor y oscuridad. La Piedad de Ressendi no es la poesía en mármol de Miguel Ángel, no es una foto de recuerdo de un viaje de fin de curso, no es el suspiro arrebatado de admiración ante una belleza inefable. A esta obra se la está tragando la oscuridad de un cielo tenebroso.

María es una sombra consumida por el dolor, un cuerpo que parece desvanecerse bajo el manto negro de un momento a otro. Pareciera que es ella a la que se lleva la muerte y no a su hijo, iluminado con esa luz de ocres anaranjados tan característica de Ressendi, sobre el blanco de una sábana que rompe la oscuridad de la muerte. La muerte y la soledad son dos caras de una misma moneda.

La soledad de María

Este segundo golpe termina con la soledad de una mujer a la que le han arrebatado al hijo de sus entrañas. La imaginó el pintor e historiador del arte Manuel Gómez-Moreno González, el mejor artista granadino del siglo XIX, sentada sobre el suelo pedregoso del Gólgota, María se apoya sobre la cruz en la que ha muerto su hijo. Entrelaza sus manos, no aparta la mirada, baja y de infinita tristeza, de los clavos y la corona de espinas que le llevan al recuerdo del reciente martirio. Sola.

No hay una mano que apriete en el hombro, no hay un abrazo que sostenga, no hay una palabra de compasión. Es la soledad de quien ha perdido lo más preciado. Sola y derrumbada en una de las salas del museo de Bellas Artes de Granada, no sabe aún esta Soledad que al tercer golpe llegará la luz.

Nos estamos ajustando el traje de marzo aún con mañanas de doble manga bajo la chaqueta y lluvias intermitentes que calman a pequeños sorbos la sed de nuestros campos. Ya han parido azahares los naranjos y limoneros, se repone el pan de torrijas en los estantes de los supermercados y se acumulan los exámenes de la segunda evaluación en colegios e institutos.

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