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Tercer golpe: la Luz
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Tercer golpe: la Luz

Ya trasladaron el cuerpo del Hijo y le dieron sepultura en el sobresaliente grupo escultórico del Entierro de Cristo de Jacopo Torni. Pero la vida siempre gana. Y en Andalucía, siempre un poquito más

Foto: La 'Dolorosa' de Murillo. (Museo de Bellas Artes de Sevilla)
La 'Dolorosa' de Murillo. (Museo de Bellas Artes de Sevilla)
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María consigue reunir fuerzas para levantarse y sentarse en un banco corrido apenas perceptible en la oscuridad en la que está sumida. Sola la dejamos cerrando el segundo golpe de esta trilogía de Cuaresma con la conmovedora Soledad del granadino Manuel Gómez-Moreno y sola sigue la Dolorosa de Murillo en la sala VII del Bellas Artes hispalense.

María abre los brazos en una marcada diagonal de composición barroca. Un fuerte foco de luz la ilumina para hacerla emerger de la oscuridad que la envuelve. Alza la mirada, sus grandes ojos se pierden en algún punto que traspasa el marco del lienzo. Quizás pida explicaciones como madre a su sufrimiento. La obra, de profundo dramatismo, es una clara muestra del extraordinario dominio del color de Murillo, quien proyecta un triángulo escaleno formado por ambas manos y la cabeza de la imagen que son receptoras de la luz mística que atrae irremediablemente la mirada del espectador. Un rostro y unas manos de un profundo realismo que nos llevan de la compasión a la admiración por el virtuosismo técnico del artista.

Ya trasladaron el cuerpo del Hijo y le dieron sepultura en el sobresaliente grupo escultórico del Entierro de Cristo de Jacopo Torni, el Indaco, artista florentino llegado en 1520 a Granada, atraído como otros muchos por la febril actividad artística que el emperador Carlos V promueve y patrocina en la ciudad del Darro. Jacopo había sido discípulo de Ghirlandaio y había trabajado con Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

placeholder 'El entierro de Cristo' de Jacopo Torni. (Museo de Bellas Artes de Granada)
'El entierro de Cristo' de Jacopo Torni. (Museo de Bellas Artes de Granada)

Había vivido in situ el descubrimiento del Laocoonte en Roma en 1506, un acontecimiento que dejó profunda huella en quienes contemplaron el rostro de extremo dolor y angustia del sacerdote que había sido castigado junto a sus hijos por denunciar la trama griega del Caballo de Troya. Muestra definitiva del “pathos” griego que Jacopo Torni traslada al conjunto escultórico procedente del Monasterio de San Jerónimo de Granada donde, posiblemente, presidiera la capilla que el emperador había cedido para ubicar el sepulcro de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.

En los rostros de José de Arimatea y San Juan pueden apreciarse esas claras reminiscencias laocontianas. El dolor es más contenido en María que abre sus brazos maternales como queriendo volver a acunar en su regazo al hijo perdido, muerte lánguida en su cuerpo enjuto y en el dolor mesurado de su rostro. Junto a Nicodemo, una enigmática María Magdalena sujeta su frasco de ungüentos y se mesa los hermosos cabellos dorados mirando ensimismada a Cristo muerto. Quizás esa mirada, distinta al resto, delata un final de la historia que el resto aún no sabe.

"¡Se lo han llevado!"

La Magdalena áurea de Torni, entregada en el amor a Cristo, ya se despojó de las ricas vestiduras de las que se había ido desprendiendo en el lienzo de Valdés Leal que perteneció a los duques de Montpensier. Conocida en Sevilla como “la Moña” por el vistoso lazo de cintas rojas y blancas que adorna sus cabellos rubios, María Magdalena va depositando en una silla de rico respaldo, sedas, brocados y joyas que son los hilos que aún la atan a un mundo material superfluo y vacuo, mientras su rostro, vuelto en un escorzo que pone a prueba las vértebras cervicales, se enciende con una luz mística que le está mostrando el camino correcto. Ese camino la llevará a convertirse en “Apostola Apostolorum”, apóstola de los apóstoles.

placeholder 'La Magdalena arrepentida' de Juan de Valdés. (Wikimedia)
'La Magdalena arrepentida' de Juan de Valdés. (Wikimedia)

Ha salido muy de amanecida, la noche aún se resiste a dejarse conquistar por la luz de la mañana y el frío es compañero de camino hacia el sepulcro. Lleva en sus manos su inseparable tarro de ungüentos para embalsamar el castigado cuerpo del Maestro. Al llegar, la sorpresa y la incertidumbre, la gran piedra que cerraba la entrada al sepulcro está desplazada. Dentro, solo los lienzos y el sudario delatan que allí estuvo el cuerpo de Cristo. “¡Se lo han llevado!”, se lamenta María Magdalena hecha un mar de lágrimas, arrodillada junto a un huerto.

¡María!”, la voz que la llamaba, cálida y conocida, pero a la vez distinta, transformó su pena en alborozo y quiso sujetarlo para no volver a perderlo en el lienzo de Alonso Cano Noli me tangere. Debía visitar aún al Padre y depositó en la Magdalena, aquella figura utilizada por la Iglesia en el Arte como instrumento de evangelización y ejemplo de arrepentimiento, la tarea de anunciar a los apóstoles la Resurrección. Apostola Apostolorum.

El día ha vencido a la noche, la luz a la oscuridad, la esperanza a la desesperación. Cristo resucita en el lienzo que pintó Murillo para el convento de la Merced Calzada de Sevilla y del que sufrimos un doble expolio, el del infame mariscal Soult y el de Madrid, que se lo quedó en la Academia de San Fernando tras la devolución francesa. Pelillos a la mar.

placeholder 'Resurrección del Señor' de Murillo. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)
'Resurrección del Señor' de Murillo. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)

Cristo resucita en la obra de Murillo envuelto en un intenso resplandor que rompe bruscamente la oscuridad, la penumbra en la que aún permanecen los soldados dormidos en valientes escorzos que aportan una extraordinaria profundidad a la escena. Una diagonal ascendente marca la composición a través del cuerpo de Cristo, que el profesor Valdivieso, querido profesor, define como una de las mejores representaciones de cuerpo masculino en el arte sevillano. Blanco el sudario que se agita y roja la bandera que proclama que ha ganado la vida a la muerte.

Rojo de vida, rojo de Resurrección, rojo de victoria. Cristo resucita sobre un tondo rojo de Salustiano García. Provocadoramente bello y vivo. ¿Qué entienden por “modernidad” aquellos que se rasgan las vestiduras ante una obra que nos arrastra al clasicismo más depurado? Rojo para anunciar, para vencer, para vivir. Y un círculo, el del eterno retorno, el de la existencia como realidad cíclica en la que la muerte no es inexorable, sino un paso más hacia la siguiente vida. Pasó la oscuridad de la Pasión que comenzó en el Prendimiento de noche malva de Luis de Vargas y siguió con la negrura absoluta tras los ojos del Cristo de la Buena Muerte de Cádiz para terminar siendo vencida por la luz del tercer golpe que nos anuncia que la vida siempre gana. En Andalucía, siempre un poquito más.

María consigue reunir fuerzas para levantarse y sentarse en un banco corrido apenas perceptible en la oscuridad en la que está sumida. Sola la dejamos cerrando el segundo golpe de esta trilogía de Cuaresma con la conmovedora Soledad del granadino Manuel Gómez-Moreno y sola sigue la Dolorosa de Murillo en la sala VII del Bellas Artes hispalense.

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