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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Un universo vidriado

La azulejería forma parte de nuestro paisaje visual cotidiano y, quizás por ello, no valoramos en su justa medida la importancia de un elemento que hunde sus raíces en nuestra tierra desde hace siglos

Foto: La Alhambra de Granada. (EFE/Miguel Ángel Molina)
La Alhambra de Granada. (EFE/Miguel Ángel Molina)
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El Patio de las Doncellas del Real Alcázar de Sevilla es una entreplanta de la torre de Babel. Turistas nacionales, europeos y asiáticos se entremezclan en una amalgama humana que apenas deja un hueco libre entre los intercolumnios del bellísimo patio mudéjar. Con la mochila a la espalda, un visitante se apoya en un paño de azulejos para hacer una foto. Un guía le llama la atención y el visitante se disculpa sin entender demasiado la imprudencia cometida.

En el Palacio de las Dueñas de Sevilla soy yo la que llama la atención sobre el cuidado a la hora de entrar en la pequeña capilla del palacio para no recostarse sobre el zócalo de azulejos del siglo XVI.

La azulejería forma parte de nuestro paisaje visual cotidiano y, quizás por ello, no valoramos en su justa medida la importancia de un elemento que hunde sus raíces en nuestra tierra desde hace siglos.

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La azulejería y la cerámica vidriada son dos caras de una moneda que se acuña en Andalucía, pero que tiene sus orígenes en la cuna de la civilización occidental, en Mesopotamia, y en el antiguo Egipto, lugares donde se realizan los primeros ladrillos vidriados conocidos, con ejemplos extraordinarios como las placas de loza vidriada del Palacio de Ramsés III en Madinet Habu con más de tres mil años de antigüedad. Esta cerámica vidriada vivirá un impulso definitivo de la mano de la cultura islámica, cuando se desarrollen nuevas técnicas que den como resultado piezas más trabajadas y estéticas.

Hablamos de Mesopotamia, Egipto, cultura islámica, pero, ¿cuándo llega esta artesanía de la cerámica vidriada a Andalucía? Con la llegada de los musulmanes a la Península se inicia la historia de la tradición cerámica en nuestra tierra.

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En el hermoso horizonte que dibuja el Valle del Andarax en Almería, en el paraje de los Llanos de Benítez, encontramos el yacimiento arqueológico de Bayyana, en la localidad de Pechina. Bayyana, por su privilegiada posición estratégica, se convierte en los siglos IX y X en una de las ciudades comerciales más importantes de Al-Andalus, un pujante centro comercial y religioso que, además, se va a convertir en un gran centro artesanal donde se instala el primer taller de cerámica vidriada andalusí. Las excavaciones arqueológicas sacaron a la luz útiles de alfarero, un horno de vidrio y un gran alfar que nos lleva a pensar en una producción bastante importante de esta cerámica vidriada que tendrá su máximo apogeo en el periodo nazarí, ya en los siglos XIII y XV.

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Azulejo. Siempre me ha parecido una palabra con una sonoridad preciosa, un término que procede de la voz coloquial en árabe al-zulaij que significa "mosaico de cerámica, loseta ornamental" y que tiene en La Alhambra granadina el más extraordinario y completo espacio expositivo. Un mundo de fantasía vidriada configurado a través de una gran variedad de alicatados que revisten los muros de los Palacios Nazaríes en los que las formas geométricas y las estrellas de ocho puntas dominan los espacios del Mexuar, el Salón de Comares y el Palacio de los Leones. Azules, verdes, negro y melado, del color de la miel, conforman patrones de una belleza hipnótica.

Reflejos metálicos de lozas doradas nos llevan a Málaga, principal centro de producción de este tipo de azulejo metálico que alcanzó tal fama que encontró clientela tanto en el mundo árabe como en el mundo cristiano.

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El nivel de refinamiento de la corte nazarí alcanzó cotas altísimas, al alcance de muy pocas civilizaciones a lo largo de la historia. Ese refinamiento también era seña de identidad en los alfares andalusíes, tanto es así, que monarcas cristianos coetáneos de, por ejemplo, Muhammad V, como Pedro I, traslada a Sevilla, a su imponente Palacio Gótico-Mudéjar de los Reales Alcázares, ese universo de azulejería vidriada. Serán artesanos musulmanes los que trabajen para el rey cristiano, mudéjares por permitírseles quedarse en tierra cristiana, creando uno de los conjuntos de alicatados más sobresalientes del arte mudéjar. En uno de sus muros se apoyaba, imprudentemente, el turista de la mochila. Los patrones de los alicatados del Palacio de Pedro I remiten, de forma inconfundible, a los de los Palacios Nazaríes. Es una muestra artesanal, además, de las relaciones y alianzas entre ambas cortes, permeables a las influencias artísticas de uno y otro lado.

Pero no será este conjunto de alicatados del Real Alcázar de Sevilla el único lugar donde resplandece ese legado de la azulejería mudéjar.

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Córdoba. Una estudiante de Historia del Arte entra en la Capilla de San Bartolomé antes de las clases en el edificio anexo de la Facultad de Filosofía y Letras, el antiguo Hospital del Cardenal Salazar. La Capilla de San Bartolomé, a pesar de su reducido tamaño y de estar inconclusa, es uno de los tesoros del patrimonio gótico-mudéjar de la capital cordobesa. Fundada a finales del siglo XIV, muestra un bellísimo conjunto de alicatados en forma de estrella con esa combinación cromática que, como una firma, identifica los azules, turquesas, negro, melados y blancos, con los orígenes de la azulejería andalusí.

Durante los trabajos de restauración en la primera mitad del siglo XX, se encontraron treinta y cinco azulejos nazaríes traídos por el fundador de la capilla, Diego Fernández Abencaçin, que, tras su hallazgo, se llevaron al Museo Arqueológico de Córdoba. Son azulejos que irradian el reflejo dorado de los alfares malagueños y en los que podemos ver enmarcados en una estrella de ocho puntas distintos personajes en escenas cortesanas, de caza, música y danza, palomas y otras aves.

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La tradición de la cerámica vidriada en Andalucía no termina en la fantasía geométrica de esta capilla cordobesa.

Caerá el reino de Granada en 1492 y una nueva estética de raíces góticas, mudéjares y renacentistas al servicio de comitentes cristianos, abrirá un nuevo camino en el arte y en el universo de la cerámica vidriada andaluza.

Pero eso se lo cuento otro sábado.

El Patio de las Doncellas del Real Alcázar de Sevilla es una entreplanta de la torre de Babel. Turistas nacionales, europeos y asiáticos se entremezclan en una amalgama humana que apenas deja un hueco libre entre los intercolumnios del bellísimo patio mudéjar. Con la mochila a la espalda, un visitante se apoya en un paño de azulejos para hacer una foto. Un guía le llama la atención y el visitante se disculpa sin entender demasiado la imprudencia cometida.

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