Los lirios de Astarté
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Destinos atemporales: Niebla
Huyendo de las retenciones de la autovía, llegamos a la hermosa Ilipla romana por la A-472. Atravesamos el puente romano que salva las aguas del río Tinto y se descubre ante nuestros ojos el perfil dentado de almenas y merlones de la muralla
Llega el tiempo en que los días se tornan eternos bajo la dictadura del sol de verano. Las agendas se despejan, algunas alarmas se posponen y la vida parece ponerse en chanclas hasta septiembre. En las playas se doran los desnudos cuerpos juveniles del poema de Luis Cernuda, desde Cabo de Gata hasta Ayamonte, dejando el interior de Andalucía con la persiana echada hasta la vuelta.
Y en la quietud de la ausencia, en el silencio del éxodo veraniego, se encuentra la ocasión perfecta para levantar esa persiana y asomarse a descubrir la riqueza histórica y patrimonial de lugares que son destinos atemporales, no sujetos a modas ni a rankings. Niebla es uno de ellos.
Huyendo de las retenciones de la autovía, llegamos a la hermosa Ilipla romana por la A-472. Atravesamos el puente romano que salva las aguas del río Tinto y se descubre ante nuestros ojos el perfil dentado de almenas y merlones de la muralla, recortándose, imponente y preciso, sobre el azul del cielo iliplense.
Capital de la taifa de Niebla y capital del Condado otorgado por Enrique II de Trastámara a don Juan Alonso de Guzmán, de la casa de Medina Sidonia, por su apoyo durante la guerra civil castellana, los orígenes de la población se remontan al Neolítico. Desde entonces, distintas civilizaciones se suceden en la historia de Niebla, convirtiéndola en un lugar clave para entender la historia de Huelva.
Una se sabe presente en un enclave verdaderamente histórico ante la monumental muralla con dos kilómetros de longitud, 48 torres, cinco puertas y dos torres octogonales que conforman uno de los recintos fortificados mejor conservados de Andalucía y que debe su aspecto actual al periodo almorávide. Dentro nos espera el Castillo de Niebla o de los Guzmanes, de origen romano y resultado de las distintas transformaciones de todos aquellos que lo ocuparon: visigodos, árabes y cristianos.
Cuando la ciudad es conquistada por Muza en el año 713, empieza una época de prestigio bajo dominación islámica en la que la Elepla visigoda, que había llegado a ser una de las once sedes episcopales de la Bética, pasa a convertirse en Lebla Al-Hamra, el castillo pasa a ser Alcázar y se enriquece con revestimientos de azulejos, yeserías y cerámica. Poco queda de lo que debió ser la decoración de un fastuoso palacio árabe.
Las huellas de ese pasado islámico las encontramos de forma más rotunda en la configuración de la bellísima Puerta del Buey, aquella por la que cuenta la leyenda que, viéndose la ciudad sitiada duramente por las tropas de Alfonso X, el último rey de Niebla, Aben-Mafot, hizo salir un buey cebado por esta puerta para hacer creer a las huestes cristianas que la ciudad aún tenía provisiones de alimentos y podría resistir más tiempo el asedio.
Sabemos que la legendaria argucia no dio sus frutos porque la ciudad fue tomada por Alfonso X en 1262, poniéndose fin a un periodo de 544 años bajo dominio islámico. Se tiene por aceptado que en la conquista de Niebla se utilizó por primera vez la pólvora en España.
De las mazmorras a las atalayas
En un estado de conservación más que aceptable, pese a las vicisitudes históricas y desastres naturales, podemos recorrer la vida de la fortaleza desde la inquietante penumbra de las mazmorras hasta la atalaya de sus torres, desde su patio de armas hasta la magnífica noria hidráulica recreada con rigor histórico o, simplemente, sabiendo escuchar lo que cuentan sus piedras milenarias.
Pero la riqueza patrimonial de Niebla no se reduce a su excepcional muralla y al soberbio castillo, Cuando se echa a andar por sus calles, se sigue tomando conciencia de su importancia. Así lo hicieron quienes la declararon Conjunto Monumental Histórico-Artístico en 1982.
Buscar, encontrar y sorprenderse. Eso ocurre cuando se va al encuentro de la Iglesia de San Martín, un templo que en su origen sería la mezquita menor de la Niebla andalusí. Una mezquita que Alfonso X cede a los judíos para su uso como sinagoga y sobre la que, posteriormente, los cristianos edificarían el templo cristiano de San Martín.
Abandono, ignorancia e intereses personales. Esto también encontramos tras el deterioro de un lugar que hoy se nos muestra mutilado y del que solo quedan en pie como vestigios de su grandeza, el imponente y sobrio ábside gótico, la torre con sus dos campanarios levantados en épocas distintas, la Capilla del Señor de la Columna, que sigue el modelo de las qubbas islámicas, y la portada mudéjar. Esquilmada y expoliada, el resto de la iglesia fue derribada en 1921. Y, a pesar del maltrato, una no puede dejar de asombrarse ante la belleza de la supervivencia arquitectónica de San Martín.
Y de la mezquita menor en San Martín, a la mezquita aljama en Santa María de la Granada que se levanta señorial y espléndida en la plaza que lleva su nombre. Un manual de historia del arte se encierra entre los muros que guardan restos de la mezquita que fue, en el silencio del antiguo sahn, piezas visigodas como la tabla ornamental y la silla episcopal de piedra, columnas romanas reutilizadas, y la fábrica arquitectónica del templo gótico-mudéjar. Frente al abandono de San Martín, Santa María de la Granada siempre fue protegida, cuidada y conservada y así podemos contemplarla para deleite de los sentidos.
A la misma plaza se abre otro edificio de rica historia como el antiguo Hospital de Nuestra Señora de los Àngeles, actual Casa de la Cultura, fundado a principios del siglo XIV por unos caballeros residentes en Niebla y cuya finalidad era curar a enfermos, hospedar peregrinos y acoger a niños expósitos.
Niebla, que había conocido épocas de vino y rosas como capital de la taifa y del Condado, decae irremediablemente a partir del siglo XVI, sufriendo, además, las consecuencias del devastador terremoto de Lisboa de 1755 y la ocupación de las tropas francesas en 1812. Luces y sombras de una ciudad de historia y leyenda, un destino atemporal en un verano de atardeceres que se tiñen de rojo tinto sobre la muralla que guarda un tesoro único.
Llega el tiempo en que los días se tornan eternos bajo la dictadura del sol de verano. Las agendas se despejan, algunas alarmas se posponen y la vida parece ponerse en chanclas hasta septiembre. En las playas se doran los desnudos cuerpos juveniles del poema de Luis Cernuda, desde Cabo de Gata hasta Ayamonte, dejando el interior de Andalucía con la persiana echada hasta la vuelta.
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