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Los lirios de Astarté
Por
Invocadas, deseadas, veneradas y temidas
154 piezas procedentes del British Museum, junto a una selección de obras de artistas contemporáneos, se distribuyen por cinco espacios que recogen las distintas facetas o perfiles del poder femenino
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El termómetro del coche marcaba 47 centígrados que invitaban a la huida desesperada buscando el amparo del invento de Willis Carrier, bendito sea por siempre. Y si hay un lugar donde pedir asilo térmico para escapar de la dictadura de la siesta veraniega, ese es el museo.
Un museo, una galería, un espacio expositivo. Esta vez el destino era CaixaForum, uno de los mejores contenedores culturales de Sevilla, un espacio en su mayor parte destinado a aparcamiento subterráneo y que Vázquez Consuegra, venerado por unos y temido por otros, adaptándose a las limitaciones de la estructura arquitectónica existente, convirtió en un extraordinario y completo espacio expositivo en el que destaca, por su belleza e integración en el entorno, la marquesina que se recorta, afilada y rotunda, sobre el cielo vestido de infierno de la tarde del julio sevillano.
Veneradas y temidas. El poder femenino en el arte y las creencias es el sugerente título de la exposición, que desde el pasado 17 de julio puede contemplarse en una de las dos salas de CaixaForum. Un recorrido por cinco mil años de veneración y temor al poder de lo femenino que trasciende y se coloca en un plano espiritual y divino para convertirse en madre, proveedora y mediadora, pero también en oscuro objeto de deseo, en chivo expiatorio y en embajadoras del inframundo.
Ciento cincuenta y cuatro piezas procedentes del British Museum, junto a una selección de obras de artistas contemporáneos, se distribuyen por cinco espacios que recogen las distintas facetas o perfiles del poder femenino.
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En el primero de ellos, Creación y Naturaleza nos sumergimos en un mundo en el que la mujer es considerada Madre Tierra, dadora de vida, proveedora de riquezas, pero también encarnación de desastres naturales, furia de la tierra maltratada.
En el centro de la sala nos da la bienvenida la representación escultórica de Démeter, diosa de la agricultura y la fertilidad de la tierra. Porta una antorcha en la mano mientras busca con desesperación a su hija Perséfone, raptada por Hades y llevada al inframundo. Su dolor es causa de lo inhóspito de los campos en invierno, un vacío que solo tiene remedio cuando Perséfone regresa con su madre durante la primavera, volviendo la vida a la tierra. Bellísimas ánforas de cerámica griega acompañan a la diosa.
Démeter comparte espacio en la sala con Sedna, la señora inuit del mar, aquella que envuelve a las criaturas marinas con su pelo si se las maltrata y a la que hay que peinar primorosamente para calmar su furia. Oshun, Pele, Nut: el orisha yoruba africana del agua dulce y la fertilidad, la diosa hawaiana de los volcanes y la antigua diosa egipcia del cielo. Otros nombres en otros confines para una misma Naturaleza.
Los veintipocos grados que debe marcar el potentísimo sistema climatizador hacen mella en la piel erizada de quien observa en la siguiente sala las curvas sinuosas de Venus para llevarnos al mundo de la pasión y el deseo, el erotismo, el éxtasis y el amor, pero también los bajos instintos, fuerzas impulsoras encarnadas por deidades sugerentes y sensuales como la propia Afrodita griega y la Astarté fenicia, o seductoras e inductoras del pecado como la Eva del Edén o China Supay, encarnación demoníaca de la lujuria en Bolivia, presente a través de máscaras que, les confieso, da su poquito de repeluco mirar.
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Las magas y hechiceras nos esperan en la siguiente dimensión. "Mujeres que viven en los límites de la sociedad", así las describe el texto impreso en el muro. Mujeres con historias personales trágicas, marcadas por el sufrimiento que las lleva a buscar venganza y a rebelarse contra un sistema que impone la alienación como norma.
La seductora y peligrosa Circe, la hechicera experta en pócimas y hierbas variadas, aparece en un grabado de Benedetto Castiglione. Cerca de ella, Escila, el monstruo marino capaz de devorar a los marineros temerarios que navegaban cerca de su cueva, y Hécate, la diosa griega de la brujería a la que se invocaba en tiempos inciertos por ser portadora de la luz en la oscuridad. Presente de forma muy destacada, Medusa, cómo no estarlo con sus serpientes de cabellera y la mirada fulminante. También Lilit, primera mujer de Adán y figura reivindicativa de la sexualidad femenina, o la terrorífica Lamashtu mesopotámica, asesina de niños.
Con el corazón sobrecogido me apresuro a entrar en la sala de la Justicia y la Defensa, donde se invocan a las diosas femeninas buscando capacidad de liderazgo y fuerza. Divinidades a las que no se rechista ni se cuestiona la autoridad porque algunas asustan tanto como la sanguinaria Sekhmet egipcia, aunque siempre se puede buscar el favor de la amable y hermosa Hathor o la sabia y protectora Isis. Basalto, cornalina, esmalte y bronce, materia para los espíritus.
En un hueco en el muro, rotunda y categórica, Minerva, sabiduría y fuerza en un busto romano de mármol del siglo II d. C. Deudora de la Atenea griega, nacida de la cabeza de Zeus, el rostro de Minerva se grababa en las medallas que honraban a gobernantes de ambos sexos como Isabel I de Inglaterra o Napoleón y que pueden contemplarse en esta sala.
"Fuera arden las calles, me paro bajo la marquesina de Vázquez Consuegra y confío en que Nut consuma pronto el sol"
Como si se tratara de un ritual iniciático, este discurrir por el poder de las diosas, magas y espíritus femeninos nos lleva a la última dimensión, la de la Compasión y la Salvación. El frío climatizado me ha hecho suya y busco calor espiritual al amparo de la Odighitria, "la que muestra el camino hacia la salvación" en un bellísimo icono ruso del siglo XVI. Los caminos de la misericordia los marca en China la diosa Guanyin, aquella que puede oír los lamentos de quienes sufren para acudir en su auxilio, ¿acaso puede haber misión divina más hermosa y necesaria?
Mi propio camino iniciático termina ante Tara, madre de todos los budas. Exquisita en su belleza física, acicalada y revestida con sedas y joyas, a ella me encomiendo buscando su compasión y sabiduría.
Veneradas y temidas. Una exposición de las de repetir y recordar.
Fuera arden las calles, me paro bajo la marquesina de Vázquez Consuegra y confío en que Nut consuma pronto el sol que sigue mirando insolente desde el oeste.
El termómetro del coche marcaba 47 centígrados que invitaban a la huida desesperada buscando el amparo del invento de Willis Carrier, bendito sea por siempre. Y si hay un lugar donde pedir asilo térmico para escapar de la dictadura de la siesta veraniega, ese es el museo.