Los lirios de Astarté
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Arcos para una asunción al cielo
Si cuando escribí de Niebla lo hice catalogándolo como destino atemporal, Arcos de la Frontera es otro de esos destinos que no entienden de dictaduras del calendario
Cuando se ha visitado Arcos de la Frontera por primera vez, se tiene la certeza de que, tarde o temprano, uno va a volver a perderse por el entramado de sus calles medievales que, como si de un portal de física cuántica se tratara, te trasladará a un pasado histórico de extraordinaria importancia. Porque hay amores a primera vista que son para toda la vida, flechazos en forma de peña cortada que provocan taquicardias al asomarse al tajo que desciende vertiginosamente hasta el curso del río Guadalete.
La leyenda, que como saben, siempre digo que es el maquillaje de la historia, cuenta que cuatrocientos años después del diluvio universal, el nieto de Noé, el rey Brigo, llegó a este enclave a medio camino entre la campiña y la serranía y fundó Arcobrigam, una leyenda que se recoge en el antiguo escudo de armas de la ciudad. Realmente, la fundación histórica de Arcos se debe a los romanos, que van a llamarla Arx-Arcis (“fortaleza en las alturas”), uno de esos lugares que, por su especial condición orográfica, se convierte en un enclave estratégico de vital importancia para todas las civilizaciones que se han asentado en ella.
Si cuando escribí de Niebla lo hice catalogándolo como destino atemporal, Arcos es otro de esos destinos que no entienden de dictaduras del calendario. Siempre hay un buen momento para entregarse a ella y dejarse seducir por su centro declarado Monumento Histórico-Artístico.
No pretendo con estas líneas hacer un compendio de la riqueza patrimonial de la localidad arcense, me faltarían varios miles de caracteres, pero habiéndonos adentrado en el mes de agosto, mes en el que la iglesia católica celebra la Asunción de la Virgen, es de obligado cumplimiento hacer una breve reseña del extraordinario edificio que guarda la devoción al misterio de la subida de María a los cielos, que en Arcos se acortan las distancias cuando de subir a la gloria se trata.
La Basílica Menor de Santa María de la Asunción, ubicada en la Plaza del Cabildo, se levanta imponente con una torre campanario, inacabada, que se recorta inconfundible en el skyline de la ciudad. Vista desde la distancia, rivalizando en el horizonte, la iglesia de San Pedro, marcando una dualidad característica en muchos de nuestros pueblos y ciudades.
Los distintos caminos que llegan a Santa María están salpicados de vestigios de la grandeza de la ciudad, ducado y después condado, vinculada a los Ponce de León, anteriormente, enclave decisivo en la línea fronteriza entre dos mundos que en 1250 pasa a estar bajo dominio de Fernando III, que decide cambiar su nombre por el de Arcos.
Al llegar a los pies de la monumental Puerta del Bautismo de la basílica, los ojos se fijan primero en el conocido como Círculo Mágico, un misterioso dibujo geométrico que se forma en el pavimento con piezas de distintos colores y formas con una posible simbología relacionada con la filosofía sufí, ya que el edificio cristiano se levanta sobre los restos de una anterior mezquita.
"Los distintos caminos que llegan a Santa María están salpicados de vestigios de la grandeza de la ciudad"
Más allá de significados ocultos y esotéricos, sin duda es la imponente puerta de acceso a la basílica la que nos deja sin aliento. Fechada hacia 1520, se trata de un bellísimo ejemplo de la evolución del gótico final hasta un incipiente renacimiento. La iglesia, al pertenecer en su época a la Archidiócesis de Sevilla, sigue las mismas características de los templos sevillanos desde la Baja Edad Media hasta finales de la Edad Media, suponiendo un espejo del esplendor de la escuela sevillana en este marco cronológico, tal como sostiene el profesor Pablo Javier Pomar Rodil en la monografía dedicada al templo arcense.
Pero la historia de Santa María es una historia de idas y venidas, un templo con pasado mudéjar y una estructura en la que conviven el gótico con el renacimiento y una peculiar reinterpretación manierista ya a mediados del siglo XVIII. Al exterior, ya en la Plaza del Cabildo, destaca la inconclusa torre campanario que hubo de levantarse tras los estragos causados por el devastador terremoto de Lisboa de 1755.
El encargo del nuevo campanario se adjudicó al arquitecto Vicente Catalán Bengoechea que se inspiró de forma evidente en la Giralda de Sevilla, repitiendo en el cuerpo de campanas las trazas manieristas que el cordobés Hernán Ruiz II concibió para la icónica torre sevillana. Otro de los elementos exteriores que aportan una marcada personalidad a la iglesia, son los arbotantes que sobrevuelan el Callejón de las Monjas, convirtiéndolo en uno de los puntos más emblemáticos del urbanismo de Arcos.
Al entrar en el interior de la basílica, uno parece hacerlo en un bosque pétreo donde destacan los altísimos pilares fasciculados cuyos baquetones al alcanzar su máxima altura, configuran unas hermosas y profusas bóvedas, formando terceletes y complejas y diversas formas geométricas. Esta magnífica combinación le aporta al templo una esbeltez y monumentalidad que envuelve a todo el que se encuentra bajo el amparo de Santa María.
Hablábamos del mes de la Asunción y frente a la nave central, el espectacular retablo ubicado en el ábside que, originalmente, estaba presidido por pinturas murales y que pertenecían a la primera construcción gótica del templo. Estas pinturas fueron trasladadas desde el ábside a otra de las naves del templo y se toma la decisión, dada la época (siglo XVI) y la enorme influencia de los templos del Arzobispado hispalense, de encargar un fastuoso retablo de madera tallada, dorada y policromada, un retablo que es, sin duda, la gran joya que atesora Santa María, Un retablo encargado en 1585 a Jerónimo Hernández y Juan Bautista Vázquez, quienes, el primero por su repentina muerte, y el segundo, por su traslado a Granada, no pudieron completar el encargo.
Arte y gastronomía
Tras sucederse en la dirección de las obras varios artistas, es el jiennense Andrés de Ocampo, con su taller, a quien se le puede atribuir la mayor parte de la obra. En el repertorio escultórico puede apreciarse la mano directa del maestro Ocampo y la de sus discípulos y aprendices. En el cuerpo central, el principal motivo iconográfico que no es otro que la Asunción de la Virgen, dividido en tres planos. El resto del programa iconográfico lo conforman escenas de la infancia de Cristo con la presencia perenne de su Madre. Mención aparte merecen los bellísimos estofados y encarnadas, los fulminantes dorados y la atrevida y colorida policromía, es decir, todo aquello que infunde vida a la madera.
El conjunto, a pesar de su accidentada historia ejecutora, es de una belleza arrebatadora, realmente le eleva a uno para unirse como testigo al milagro asuncionista. Al salir de Santa María, casi por inercia, los pasos llevan hasta el vertiginoso balcón sobre el Guadalete, allí donde uno siente que no podría estar en un lugar mejor. La visita da para olvidarse de citas y prisas, porque a Arcos de la Frontera se llega desde la certeza del amor y el amor no entiende de tiempo medido.
Cuando se ha visitado Arcos de la Frontera por primera vez, se tiene la certeza de que, tarde o temprano, uno va a volver a perderse por el entramado de sus calles medievales que, como si de un portal de física cuántica se tratara, te trasladará a un pasado histórico de extraordinaria importancia. Porque hay amores a primera vista que son para toda la vida, flechazos en forma de peña cortada que provocan taquicardias al asomarse al tajo que desciende vertiginosamente hasta el curso del río Guadalete.
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