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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Desconocidamente nuestros

Aprovecho estas breves líneas para apenas esbozar ocho tesoros nuestros, al alcance de un paseo, cuyo conocimiento no debemos postergar en el tiempo por justicia y orgullo propio de la tierra

Foto: 'La muerte del torero' de Daniel Vázquez Díaz. (Museo Reina Sofía)
'La muerte del torero' de Daniel Vázquez Díaz. (Museo Reina Sofía)
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Están las redes sociales llenas de fotos de puertas de embarque de aeropuertos, de paneles con destinos lejanos, de enclaves que prometen una experiencia inolvidable por desconocida y nos proporcionan un book de fotos para recordar que una vez estuvimos allí. Además, reconozcamos que también son un estímulo para nuestra vanidad. Volvemos y le contamos al vecino que hemos subido a esta famosa torre, que hemos comido en este famoso restaurante o que hemos estado en este extraordinario templo, todo debidamente documentado gráficamente. Y, sin embargo, muchos de los que nos reconocemos en estas situaciones, quizás pecamos de algo bastante frecuente: olvidarnos en nuestro afán de descubrir nuevos tesoros fotografiables, de lo que tenemos en nuestra propia casa.

Para los que en algún momento nos hemos dedicado a realizar rutas o visitas guiadas por nuestras ciudades, nos es muy familiar la frase "no tenía ni idea de que tuviéramos esta joya aquí tan cerca" o "conocemos antes lo de fuera que lo propio" y ambas responden a una realidad palpable.

Por ello, aprovecho estas breves líneas para apenas esbozar ocho tesoros nuestros, al alcance de un paseo, cuyo conocimiento no debemos postergar en el tiempo por justicia y orgullo propio de la tierra. Tesoros que encierran misterios milenarios como el prisma de cristal de cuarzo que podemos ver en el Museo de Cádiz (magnífica su estrategia de comunicación en redes) hallado en el Dolmen de Alberite de Villamartín y que nuevas investigaciones datan en tiempos neolíticos. Un objeto raro, un elemento de prestigio con una simbología de muerte y regeneración, y un medio de conexión con los ancestros de aquellos andaluces pretéritos.

placeholder Obras de Carmen Laffón de la colección permaente del CAAC, en Sevilla. (Europa Press/Francisco J. Olmo)
Obras de Carmen Laffón de la colección permaente del CAAC, en Sevilla. (Europa Press/Francisco J. Olmo)

Del cuarzo mágico gaditano al óleo sobre lienzo portentoso en el que el pintor de Nerva, Daniel Vázquez Díaz, retrata La muerte de un torero, un prodigio de composición y plasticidad con una deuda absolutamente reconocible con El entierro del Conde de Orgaz del Greco, tan inspirador y tan incomprendido. Un lienzo de Vázquez Díaz para contemplarlo con deleite en el Museo de Huelva.

De la muerte de un torero con ecos manieristas a la fecundidad de la tierra, a la naturaleza proveedora de bienes en las Espuertas cargadas de uvas de mi siempre admirada e inolvidable Carmen Laffón y que podemos contemplar en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo en Sevilla. Recreación del paraíso cercano de la Jara, su Ítaca particular en ese trozo de cielo en la Tierra que es Sanlúcar de Barrameda, en la que está presente la esencia del Mediterráneo de la vid y el lagar, que son promesa de vida y deleite, todo ello en una instalación que se puede contemplar junto al extraordinario conjunto de Estudios de cielos donde nos vemos envueltos en la atmósfera evanescente y sugestiva inconfundible de la obra de Carmen.

A otro cielo distinto vuelve el rostro el dios Mitra del imponente grupo escultórico de Mithras Tauroktonos del Museo Arqueológico de Córdoba. Mármol blanco, pulido, para representar al dios solar de Persia, joven vigoroso que somete al toro y lo sacrifica vertiendo su sangre purificadora sobre la tierra, sangre de la que bebe el perro, guardián del alma y fiel amigo de Mitra. La serpiente que hace crecer las plantas y el alacrán que devora los testículos del toro, completan la compleja simbología del único conjunto de este tipo fechado en el siglo II d. C. que se conserva completo y en bulto redondo en la Península Ibérica.

Foto: Iglesia de San Martín. (Cedida/Antonio Arenillas) Opinión
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También único en este país nuestro, de rica y denostada historia, es el legado de la desconocida por muchos sociedad argárica almeriense, aunque extendida por otras zonas del Levante, aunque su propio nombre deriva directamente del yacimiento de El Algar, en la localidad de Antas. En la segunda planta del Museo de Almería, en un acertado recorrido en rampa y zigzag, emulando la estratificación de la sociedad del Argar, tenemos la oportunidad de descubrir la riqueza de estas comunidades de la Edad del Bronce, por ejemplo, en la espectacular y suntuosa conocida Tumba 111 de Fuente Álamo, último lugar de descanso de una joven, cuyo cuerpo se descubrió cubierto por brazaletes, perlas y alhajas de plata y bronce.

Solo pararse a imaginar su vida y destino, la historia personal de una chica almeriense de hace cuatro mil años resulta un ejercicio apasionante, el mismo que puede hacerse contemplando a la joven que reposa sobre la mesa de una morgue ante la mirada del médico forense que ha examinado su inerte corazón en el lienzo de Enrique Simonet Anatomía del corazón (1890) que es la joya del Museo de Málaga. Resulta curioso observar cómo ciertas obras de arte generan en los espectadores la necesidad de tejer en torno a ellas un aura de leyenda, de historias trágicas, épicas, novelescas, peliculeras.

placeholder 'Anatomía del corazón' de Enrique Simonet.
'Anatomía del corazón' de Enrique Simonet.

Simonet, pensionado con una beca en Roma, hizo alarde en su excepcional obra de una técnica virtuosa, un magnífico tratamiento lumínico y un extraordinario realismo, influenciado por la corriente cientifista del siglo XIX, pero en la Ciudad Eterna se hablaba de una chica encontrada muerta flotando en el Tíber, melena larga de fuego, carne de deseos ajenos. Al llegar a Málaga, la obra fue rebautizada como ¡Y tenía corazón!, convirtiéndola en una lección de moral. La proveedora de placeres prohibidos tenía corazón. Qué cosa.

Corazón debía tener también la Dama que junto al Príncipe, el Héroe y la Diosa, conforman el núcleo principal de la colección, que ya ha empezado a ampliarse, del que debe ser, por justicia y derecho, el museo de referencia del arte íbero en España porque está ubicado en la capital mundial de un arte único procedente de más de quinientos yacimientos arqueológicos que no son más que el vestigio de la riqueza de las tierras del Alto Guadalquivir y las minas de Sierra Morena. Visitar este museo único en el mundo, nos permite contemplar piezas como el Guerrero de doble armadura, el jiennense de Porcuna de la mitad del siglo V a. C. que con su magnífico porte nos traslada a una época de príncipes guerreros que luchan entre sí por el dominio de territorios estratégicos. No lo olviden, un museo único que debe ser tratado como tal.

Foto: El pintor sevillano, José Luis Mauri, en el Espacio Santa Clara. (@joseluismauririvero) Opinión
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Para terminar esta personalísima selección de tesoros, hemos de irnos a Granada, al Museo de Bellas Artes con Alonso Cano. Vaya, ¿queda algún tesoro por descubrir del genio? Me gusta pensar que hasta los más grandes siempre tienen algún as en la manga. Entre la grandiosa y casi inabarcable obra de Cano, hay una, discreta, pequeña por dimensiones, pero que se me antoja que encierra en su sencillez, que no simpleza, todo el talento del maestro. Sobrecoge la mirada de San Juan de Dios del museo granadino, una mirada de profundidades vertiginosas que revelan un mundo interior conectado con la mismísima divinidad. El retrato es un prodigio de técnica en el modelado, en la policromía y en la captación psicológica del personaje.

Quedarnos absortos en esta mirada santificada por Alonso Cano que honra la escultura, es la última página de este pequeño catálogo de tesoros desconocidamente nuestros.

Están las redes sociales llenas de fotos de puertas de embarque de aeropuertos, de paneles con destinos lejanos, de enclaves que prometen una experiencia inolvidable por desconocida y nos proporcionan un book de fotos para recordar que una vez estuvimos allí. Además, reconozcamos que también son un estímulo para nuestra vanidad. Volvemos y le contamos al vecino que hemos subido a esta famosa torre, que hemos comido en este famoso restaurante o que hemos estado en este extraordinario templo, todo debidamente documentado gráficamente. Y, sin embargo, muchos de los que nos reconocemos en estas situaciones, quizás pecamos de algo bastante frecuente: olvidarnos en nuestro afán de descubrir nuevos tesoros fotografiables, de lo que tenemos en nuestra propia casa.

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