Los lirios de Astarté
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Una catedral en la ciudad de las cuevas
Contemplar el paisaje de la comarca de Guadix, a unos 40 kilómetros de la capital y a 1.000 metros de altitud, es un regalo para la vista, un enclave que solo puede dejarte fascinado por el poder de la naturaleza como creadora de belleza
Sin atisbos de ningún tipo de nacionalismo, no me meto en fregados de esta naturaleza, podemos afirmar que Andalucía es un país, un territorio diverso desde múltiples puntos de vista, una tierra poliédrica con mil caras y matices, de norte a sur, de este a oste. Pensaba en la temática a elegir para este artículo mirando al horizonte desde la fecha del Rompido, en Huelva, un paraje único en el litoral andaluz. Pensé en la diversidad y riqueza paisajística de Andalucía y, perdida en ese pensamiento, por algún motivo me vino a la memoria un fotograma, una imagen de las que se quedan grabadas en la retina. Había ocurrido en el puente de diciembre pasado.
Atravesaba la autovía A-92 desde Sevilla para enlazar con la del Mediterráneo haciendo parada obligada (y placentera) en Granada, cayendo de nuevo rendida al hechizo nocturno de la fortaleza roja. Al día siguiente, emprendí de nuevo el camino que debía llevarme a mi destino final en el levante. La A-92 desde la salida de Granada y hasta rondar la provincia de Almería, se me antoja una ruta 66 a lo andaluz. Un camino recto con un paisaje a ambos lados que empieza a devenir en un espectáculo geográfico y etnográfico extraordinario.
Contemplar el paisaje de la comarca de Guadix, a unos 40 kilómetros de la capital y a 1.000 metros de altitud, es un regalo para la vista, un enclave que solo puede dejarte fascinado por el poder de la naturaleza como creadora de belleza. Las badlands y cárcavas configuran un marco incomparable con un magnetismo escenográfico que ha hecho posible la grabación de más de 300 producciones cinematográficas.
Guadix. Purullena, Beas, magia a golpe de agua y de viento.
Aquel día, esa estampa quedó grabada para siempre en mis ojos, pero recordé que Guadix, con su monumental alcazaba del siglo XI emergiendo poderosa en el skyline accitano, además de la imponente belleza geográfica de su entorno, es una ciudad con un legado patrimonial que no es más, ni menos, que la memoria tangible de una historia que hunde sus raíces en la Prehistoria. Los primeros testimonios fiables hablan de un asentamiento argárico de la Edad del Bronce, hace unos tres mil años, aproximadamente.
Ya en tiempos de fenicios y cartagineses empieza a ser conocida como Acci, nombre del que deriva el gentilicio de sus vecinos, que mudará a colonia Julia Gemella Acci en época romana y a Wadi Ash durante el período zirí, para transformarse en la Guadix cristiana tras la entrega de la ciudad por el rey Zagal a los Reyes Católicos en 1489. Y en esta ciudad cristianizada e incorporada ya al reino, va a ser donde se levante una catedral que será el resultado de la fusión de varios estilos artísticos que, lejos de desafinar, configuran un conjunto de singular belleza.
Puesta bajo la advocación de la Encarnación, por devoción personal de Isabel la Católica, el templo catedralicio ostenta el título de apostólico y no es cosa baladí, ya que la accitana está considerada la primera diócesis de todo el territorio de la Península Ibérica. Será San Torcuato, uno de los primeros varones apostólicos, según la tradición del apóstol Santiago, el que funde en el siglo I d. C. en Guadix el primer episcopado del país, por lo que la catedral se denomina Prima Sedes Hispaniae. Y acorde a tal privilegio, tal obra arquitectónica.
Maestros arquitectos
Como en tantos otros procesos constructivos tras la conquista cristiana, en un primer momento se reaprovechó el edificio de la mezquita aljama que se levantaba en aquel mismo lugar, hasta que en el trascendental año 1492 se decide levantar un templo de nueva factura, cuya ejecución en el tiempo se alargará hasta el siglo XVIII. Son varios los maestros arquitectos que están detrás de la conformación de tan singular edificio: desde Diego Siloé en el siglo XVI, hasta Vicente Acero ya en el XVIII, pasando por Gaspar Cayón o Hurtado Izquierdo.
No fue fácil. Eran tiempos de epidemias, hambre, pocos ingresos, guerras y la empresa a llevar a cabo no era poca cosa. Habrá que esperar a la llegada de la nueva dinastía borbónica, con Felipe V a la cabeza, para que las obras tomen el impulso definitivo. Tan decisiva es la intervención real, que las iniciales del matrimonio (F – Y), Felipe e Isabel, están labradas en la piedra de la monumental fachada de la Encarnación, sobre los ojos de buey de las calles laterales de una portada concebida como un retablo. Se suele atribuir esta portada principal de la Catedral a Vicente Acero (aunque muere antes del comienzo de su ejecución), maestro mayor de las obras que irá alternando con su trabajo en la Catedral de Cádiz, relevándole Gaspar Cayón, que también se alternará con él en la dirección de obras del templo gaditano.
Acero traza una fachada con un ritmo marcado por los volúmenes de los contrafuertes con columnas adosadas, que crean un efecto de claroscuro que va cambiando con la incidencia de la luz del sol. A Monet se le escapó aquí una oportunidad única para buscarse un balcón y completar una serie al modo de la Catedral de Rouen, pero con la luz accitana bañando la portada de Acero.
Al arquitecto cántabro también se le atribuye el diseño de la bellísima portada de Santiago, concebida a modo de arco de triunfo, en la que destaca el juego armonioso de todos los elementos que la componen. El diseño de la tercera portada, la de San Torcuato, se debe a Gaspar Cayón, que proyecta una portada de carácter más palaciego que catedralicio.
En las trazas del interior vemos la evolución artística del templo, los primeros añadidos góticos sobre la antigua mezquita, las ampliaciones posteriores con elementos renacentistas y barrocos en una catedral que, sumando un nuevo elemento curioso por interesante, tiene girola, algo propio de las iglesias de peregrinación. A destacar, el hermosísimo coro, obra maestra de Torcuato Ruiz del Peral quien supo jugar de forma magistral con la luz que atravesaban las vidrieras y su efecto sobre el color de la madera, creando un efecto más propio de la pintura que de la escultura.
Desgraciadamente, la obra original de Ruiz del Peral fue prácticamente destruida durante el saqueo de la Catedral en la Guerra Civil, pero el cabildo catedralicio inició un ambicioso proyecto de recuperación del coro encargando al escultor Ángel Asenjo Fenoy la reposición de las obras perdidas, un proyecto terminado en 2018 y que nos permite hoy día disfrutar de la contemplación de uno de los más bellos coros de catedrales españolas.
Sin dejar atrás la capilla de San Torcuato que proyecta Siloé, sale uno a la calle aún envuelto en la magia del coro y vuelve a perderse en los contraluces de la fachada de la Encarnación, quedándose prendido para siempre de la Catedral de la ciudad de las cuevas.
Sin atisbos de ningún tipo de nacionalismo, no me meto en fregados de esta naturaleza, podemos afirmar que Andalucía es un país, un territorio diverso desde múltiples puntos de vista, una tierra poliédrica con mil caras y matices, de norte a sur, de este a oste. Pensaba en la temática a elegir para este artículo mirando al horizonte desde la fecha del Rompido, en Huelva, un paraje único en el litoral andaluz. Pensé en la diversidad y riqueza paisajística de Andalucía y, perdida en ese pensamiento, por algún motivo me vino a la memoria un fotograma, una imagen de las que se quedan grabadas en la retina. Había ocurrido en el puente de diciembre pasado.
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