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Hernán Ruiz II: arquitectura y desafíos
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María José Caldero

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Hernán Ruiz II: arquitectura y desafíos

Conocer la Sevilla del quinientos, una ciudad rica y cosmopolita, con obras en construcción por doquier, alimentó la ambición del joven que utilizará todos los recursos a su alcance

Foto: El maestro realizó trabajos iniciales en la mezquita-catedral de Córdoba. (EFE/Salas)
El maestro realizó trabajos iniciales en la mezquita-catedral de Córdoba. (EFE/Salas)
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Siempre el mismo escalofrío recorriendo la espalda.

Sé a dónde me lleva el pasillo curvo, he repetido el mismo trayecto en numerosas ocasiones, conozco lo que me espera al final, pero saberlo no evita que el corazón se dispare sintiendo cerca el reencuentro con un lugar único.

La mente pensante y creadora de este pasillo hitchcockiano supo muy bien lo que hacía, estudió el espacio y el efecto de la luz sobre el mismo y sobre los capitulares que en el siglo XVI debían recorrerlo para llegar a la gran sala. El arquitecto, desafiante e inteligente, tuvo que lidiar con la negativa del mayordomo de la catedral, quizás el hombre sufriera de claustrofobia o, simplemente, no entendiera la forma en que Hernán Ruiz Jiménez concebía el espacio, las formas, la luz.

El pasillo, la tensión del encuentro en niveles máximos, termina abruptamente al llegar a la puerta de acceso a la, vertiginosamente bella, Sala Capitular de la Catedral de Sevilla.

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Una vez dentro, el asombro, la admiración, la emoción, la pequeñez del ser humano, el sentirse en una dimensión distinta a la terrenal entre el cielo de la imponente cúpula elíptica y el suelo de fantasía matemática y mármoles. Tiene un aura cinematográfica este espacio, pienso en Paolo Sorrentino y en que habría elegido, sin dudarlo, este lugar para sentar a Jude Law en el magnífico sitial que lo preside.

La acústica es perfecta, si había algún chismorreo de los capitulares sentados en el banco corrido, llegaría con precisión a oídos del rector del primer templo hispalense.

¿Quién traza y diseña en el siglo XVI un lugar que deja sin aliento a quien lo visita en el siglo XXI? Uno de esos artistas, contados, que nacen mirando siempre un poco más allá que el resto de los mortales, llegando a sitios donde otros no llegaban, arriesgando, experimentando y confiando en sí mismo.

Hernán Ruiz "el Joven" había nacido hacia 1514 en Córdoba, en el seno de una familia dedicada a la construcción. Imagino al pequeño Hernán, hijo de un segundo matrimonio de su padre, Hernán Ruiz "el Viejo", descubriendo en el taller paterno dibujos, trazas con líneas rectas, curvas, configurando distintos espacios, fachadas, pórticos, todo un mundo que él empezaría a proyectar de forma muy precoz en una mente clarividente.

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Los primeros trabajos, apenas siendo un adolescente, serán en la Catedral de Córdoba bajo la supervisión de su padre, Hernán Ruiz "el Viejo", a la sazón, maestro mayor de la Mezquita-Catedral. Allí, junto a su padre en el tajo, aprendiendo, observando, desarrolló tales maneras de arquitecto grande que, con tan solo dieciséis años, el consistorio cordobés ya lo consideró maestro. Tal era su prisa por seguir creciendo e independizarse del taller paterno, que con dieciocho años lo tenemos en Baena trabajando en la capilla mayor de la iglesia del convento dominico a las órdenes de Diego de Siloé. Del aprendizaje junto al gran maestro burgalés extrajo el conocimiento de unas técnicas arquitectónicas más modernas y avanzadas que las de su padre.

Un viaje a Sevilla en 1535 será trascendental para la carrera profesional del joven arquitecto. Había muerto Diego de Riaño, maestro mayor, y el ayuntamiento hispalense había convocado a los maestros mayores de las catedrales de Córdoba y Cádiz para emitir un informe sobre el estado de las obras que habían quedado pendientes de terminar por Riaño. Su padre, apoyo incondicional durante toda la vida, vio en este viaje una oportunidad magnífica para "colocar" al niño.

Conocer la Sevilla del quinientos, una ciudad rica y cosmopolita, con obras en construcción por doquier, alimentó la ambición del joven que utilizará todos los recursos a su alcance, algunos, incluso ilegales, para convertirse en la piedra angular de la arquitectura sevillana del XVI, dejando muestras de su absoluto dominio de la disciplina en obras paradigmáticas que nadie después replicará al mismo nivel.

"La inteligencia le alcanzaba para organizar el trabajo de tal forma que podía llevar adelante varias obras en distintos puntos de la geografía"

Pero, más allá del virtuosismo técnico, la inteligencia le alcanzaba para organizar el trabajo de tal forma que podía llevar adelante varias obras en distintos puntos de la geografía, una capacidad organizativa que trasladó a su vida privada (con pareja e hijos fuera del matrimonio canónico, porque los genios también sucumben a las tentaciones).

Un reguero de obras jalonan su producción, fundamentalmente religiosa, pero también civil, como el bellísimo Palacio de los Villalones, en su Córdoba natal, levantado en 1560, en el que aplica las soluciones manieristas que había utilizado en las obras sevillanas. Las trazas arquitectónicas nunca están desnudas con Hernán, la decoración forma parte siempre del juego: grutescos, relieves, guirnaldas y sus características ondas. El último cuerpo de la fachada, con una galería de arcos a modo de mirador, supone el remate armónico y perfectamente ensamblado de una fachada magistral.

Entre obra y obra, tuvo tiempo el maestro de pasar por la cárcel, previa fuga a Portugal, por deudas con un mercader de tejidos. Bien detallado lo cuenta el profesor Alfredo J. Morales en su imprescindible monografía sobre el genio cordobés.

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De su ambición desmesurada nos habla el intento de soborno a uno de los miembros del jurado que debía elegir al director de obras del imponente Hospital de la Sangre, hoy Parlamento de Andalucía. La artimaña fue en vano porque el elegido fue Martín de Gaínza, en cualquier caso, el destino le puso en el camino del proceso constructivo del edificio tras la muerte de Gaínza. Hernán Ruiz se pone al frente de las obras, ya comenzadas, en 1558, trabajando en el proyecto hasta su muerte, interviniendo en la construcción de la iglesia hasta convertirla en una de las obras maestras del manierismo español. El mármol rojizo de su portada principal, concebida a modo de arco de triunfo, acentúa la fantasía de su diseño, en el que el maestro repite la ornamentación geométrica y polícroma que había utilizado en otras obras suyas como el Patio del Cabildo o el Antecabildo en la catedral hispalense. Es puro amor por la arquitectura.

Y quien ama lo que hace, acaba inoculando ese amor en los demás a través de sus obras. Puedo sentirlo cada día que me paro frente a la Giralda, el viejo alminar almohade de la mezquita aljama de Sevilla que transformó Hernán Ruiz, convirtiéndolo, sin saberlo, en el icono universal de la ciudad. Los cinco cuerpos de su bellísimo campanario y todo su repertorio ornamental (utilizando de forma exquisita piezas de azulejería), tendrán una influencia sobresaliente en obras posteriores en el área de influencia de la capital.

Cincuenta y cinco años contaba Hernán cuando le sobrevino la muerte, un cuerpo castigado por una carga de trabajo desmesurada y puesto al servicio de una ambición que le llevó a lo más alto.

Aquí, a la sombra de la Turris Fortissima, renuevo mi voto de amor al maestro.

Andaluz, cordobés, uno de los mejores, uno de los nuestros

Siempre el mismo escalofrío recorriendo la espalda.

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