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Los lirios de Astarté
Por
El niño de Úbeda
Investigadores atribuyen la obra a Miguel Ángel, tratándose en ese caso de la única imagen del genio italiano en España. El profesor ubetense Arsenio Mendoza, experto en la obra en cuestión, apuntaba siempre a la prudencia a la hora de atribuírsela
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El 26 de julio de 1936, el fuego del odio y la intolerancia se cebaba con la Sacra Capilla del Salvador del Mundo de Úbeda, el suntuoso panteón funerario de Francisco López de los Cobos que Diego de Siloé y, posteriormente, Andrés de Vandelvira, habían convertido en una obra paradigmática del renacimiento andaluz.
Como otras capillas, templos o conventos (no voy a entrar en valoraciones ideológicas, sino relatar hechos contrastados), El Salvador fue asaltado. Se sacaron desde el interior varias obras de arte a la calle y en la Plaza Vázquez de Molina se les prendió fuego.
Ese fuego que devora esculturas, imaginería religiosa y, que en otros tiempos, consumió libros supuestamente amenazadores como una obra de arte, no es más que el reflejo de la ignorancia en la que se milita de forma voluntaria y feroz y, que mantengo, es una de las madres de la intolerancia.
En aquel infame asalto fue destruido el excepcional retablo de la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor, obra de Alonso de Berruguete, que sería recreado, no de forma mimética, por el escultor e imaginero gaditano Juan Luis Vasallo, recuperando, de alguna forma, el espíritu de la obra del maestro palentino.
Pero, en aquel fuego miserable, también se consumía la imagen de un niño, mármol italiano cincelado cuatrocientos cuarenta años atrás en un taller florentino, o eso afirman los historiadores e investigadores que atribuyen la delicada efigie del precursor de Cristo al Divino, a Miguel Ángel Buonarroti, tratándose, en ese caso, de la única imagen del genio italiano en España. El recordado profesor ubetense Arsenio Mendoza, experto en la obra en cuestión, apuntaba siempre a la prudencia a la hora de atribuirla a Miguel Ángel. Sus biógrafos Vasari y Condivia aluden a un San Giovannino esculpido por el florentino en su época de juventud, pero no se referencian más datos, por lo que las hipótesis se disparan. Quizás, la que podría tener más peso, es la que relaciona estéticamente la imagen ubetense con el San Juan Niño que aparece en ‘La Madonna de Manchester’ de la National Gallery de Londres. El profesor Francesco Caglioti, de la Universidad Federico II de Nápoles, tras más de doce años de exhaustivo trabajo, la identifica, sin ninguna duda, con aquel San Giovannino al que aludían Vasari y Condivia.
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Pero vayamos al principio. Si tomamos como cierta y con fundamento la atribución, la imagen había sido encargada a Miguel Ángel tras su estancia en Bolonia y vuelta a Florencia en 1495, cuando apenas contaba con veinte años, por lo que sería una obra de juventud en la que ya se adivina el virtuosismo técnico que, pocos años después, le llevarían a ejecutar una de las cumbres de la historia del arte de todos los tiempos, la inefable Piedad del Vaticano.
La obra habría sido encargada por Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, a la sazón, primo de Lorenzo el Magnífico. Esta iconografía del San Juan Bautista Niño tiene su origen en el Renacimiento italiano. Miguel Ángel, se aparta del modelo del San Juan Bautista de Donatello (o de Desiderio da Settignano, como mantienen una gran mayoría de expertos) del Museo del Bargello y representa al Bautista mucho más joven, como un niño de unos 6 o 7 años.
Aquella imagen infantil, que rezuma un evidente y tangible espíritu clásico, pasó con el tiempo a manos de Cosme I de Médici, banquero, político y residente en Florencia (Mayra Gómez Kemp nel cuore…). Cosme había conseguido afianzar su poder en la poderosísima República florentina en 1537 con la ayuda de Carlos I de España (y V de Alemania) y, como de bien nacido es ser agradecido, quiso agradecer la ayuda española otorgándole distintas propiedades y regalos, entre ellos, nuestro San Juanito. El emperador Carlos, quizá en un alarde de generosidad y justicia, decide regalarlo a su vez a su secretario privado, el ubetense Francisco de los Cobos, y este es el nombre clave de toda esta historia que hoy les relato.
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No me dan los caracteres para contarles la vida y la obra de un personaje, sin cuya existencia, no podría entenderse la ciudad de Úbeda tal como la conocemos y disfrutamos.
De los Cobos, habiendo escalado de forma sobresaliente en la jerarquía diplomática al servicio del emperador, acumula poder, títulos y una más que aseada fortuna, lo que le lleva a encargar como lugar de descanso eterno para su familia un panteón funerario que pasa por ser, como les dije al principio, por obra icónica del renacimiento español. Y allí, entre Siloé, Vandelvira y Berruguete, se coloca el San Juanito llegado directamente de Italia y de allí lo sacarán salvajemente aquel infame día de julio de 1936.
La imagen quedó mutilada, hecha añicos, la cabeza arrojada a la hoguera y el mármol de Carrara ennegrecido para siempre. Solo se conservaron catorce fragmentos de la escultura original, menos del cincuenta por ciento. Las fotos de los restos destrozados encogen el corazón y llevan a reflexionar acerca de la falta de sensibilidad y de humanidad, y pensarán que exagero porque se trata de algo material, al fin y al cabo, pero actos así (que en pleno siglo XXI se siguen repitiendo) son la manifestación de un problema educacional de raíces muy profundas.
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Afortunadamente, siempre hay luz en la oscuridad y aquel pequeño San Giovannino fue devuelto a la vida tras dos décadas en el prestigioso Opificio delle Pietre Dure de Florencia, entre el milagro y el trabajo inconmensurable y extremadamente complejo de los profesionales de la institución. En 2015 viajaba hasta el Museo del Prado para formar parte de la exposición ‘La obra invitada’ donde, por fin, pudimos reencontrarnos con la excepcional escultura.
En este pasado mes de julio, la Fundación Casa Ducal de Medinaceli y el Ayuntamiento de Úbeda firmaron las escrituras que les comprometen a la permuta de los edificios anexos a la Sacra Capilla, entre ellos, el Hospital de los Honrados Viejos que deberá someterse a trabajos de restauración y adaptación para albergar la imagen de San Juanito. Es octubre, la lluvia acaba con los rescoldos y Úbeda sigue esperando en casa a su Niño renacido del fuego.
El 26 de julio de 1936, el fuego del odio y la intolerancia se cebaba con la Sacra Capilla del Salvador del Mundo de Úbeda, el suntuoso panteón funerario de Francisco López de los Cobos que Diego de Siloé y, posteriormente, Andrés de Vandelvira, habían convertido en una obra paradigmática del renacimiento andaluz.