:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2F3f6%2F438%2Fd36%2F3f6438d360acb2aef9f90711310652a2.png)
Los lirios de Astarté
Por
El pintor que quiso ser torero
Zuloaga, que había nacido en Eibar en 1870, siempre se sintió fascinado por la tauromaquia, siguiendo la senda de otros grandes maestros como Goya o Picasso
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa84%2F15e%2Ffa5%2Fa8415efa57c0d61901cca54cdd76eb9f.jpg)
Ignacio Zuloaga ‘El Pintor', así se anunciaba en el cartel de la corrida de la plaza de toros de la Escuela Taurina de Sevilla un 17 de abril de 1897 el extraordinario artista eibarrés. Me viene este episodio de la vida de Zuloaga al hilo de la exposición ‘Del Greco a Zuloaga'. Obras maestras del arte español en el Museo de Bellas Artes de Bilbao’ que se inauguró la semana pasada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. El Greco y Zuloaga, un vínculo que conecta a dos artistas separados por quinientos años pero unidos en una estética siempre moderna en su tiempo.
Zuloaga, que había nacido en Eibar en 1870, siempre se sintió fascinado por la tauromaquia, siguiendo la senda de otros grandes maestros como Goya o Picasso. Su padre, damasquinador de profesión, pretendía que Ignacio se dedicara profesionalmente a la ingeniería de minas o, en su defecto, a seguir con la labor del damasquinado como él. Pero el tercer hijo del matrimonio Zuloaga & Zamora (primer apellido materno al que Zuloaga y sus hermanos renunciaron por un abuelo que abandonó a su mujer e hija, tomando como apellido el Zabaleta de la abuela), tenía una clara tendencia hacia la pintura, vocación que quedaría marcada en una visita con su padre el Museo del Prado donde, como tantos antes, pudo conocer la obra de los grandes maestros de la pintura española de quienes, parte de la crítica, le consideraría digno heredero.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F5de%2Fcd5%2Fbba%2F5decd5bba1c9b441ed15b671e6875ace.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F5de%2Fcd5%2Fbba%2F5decd5bba1c9b441ed15b671e6875ace.jpg)
Un Zuloaga veinteañero es el que llega a Andalucía en 1892, residiendo en Sevilla, particularmente en Alcalá de Guadaíra, donde llegará a trabajar como empleado de una compañía minera. En Sevilla descubrió el mundo del flamenco, el de los toros y se empapó de la cultura calé, conviviendo con gitanos de los que aprendió el calé y retratándolos en algunos de los más de cincuenta cuadros que pintó el artista en sus varias estancias en la capital andaluza.
‘Mujer de Alcalá de Guadaíra’ pintado en 1896 nos asombra porque se aleja de la imagen estereotipada que tenemos de un artista identificado con una pintura oscura, deprimente, triste, y en esta obra de juventud descubrimos una fantasía de colores vivos llenos de vida y calor, destacando el amarillo verdoso del cortinajo y el bellísimo y luminoso blanco iridiscente del vestido de la muchacha, ataviada con mantilla y sujetando un abanico en las manos, que nos mira con cierto aire melancólico.
Cuatro años después, aún alojado en Sevilla, pintó Zuloaga una de sus primeras obras maestras, ‘Víspera de la corrida’, un imponente lienzo en el que el artista eibarrés consigue fusionar la tradición pura con la modernidad que ansiaba, entendiendo la tradición no como una rémora del pasado, sino como un valor necesario para progresar en una España atrasada y deprimida. La obra, puro alarde técnico de un extraordinario dibujante y colorista, fue rechazada por el gobierno español de la época para representar a España en la Exposición Universal de París porque “perpetúa una imagen estereotipada y atrasada de España”. Señores míos, lo que era España tras el desastre del 98. Finalmente, se elegiría a Sorolla, que aportaba una visión más amable y luminosa de la madre patria.
Zuloaga amaba su país y lo retrató sujeto a la realidad, una realidad incómoda pero cierta y lo hizo con un profundo amor por sus tradiciones y con un sentido de la modernidad que bebía, además de su contacto con las vanguardias en París (Toulouse-Lautrec, Degas, Gauguin), de su adorado Doménikos Theotokópoulos, El Greco. Esta adoración, que comparto con el de Éibar, por la obra del cretense, le llevó a tener en su colección particular varias de sus obras, entre ellas, una que vino a comprar a Córdoba. "Visión del Apocalipsis" (El Greco, 1610) en realidad era un fragmento de un gran retablo encargado por la iglesia del Hospital de San Juan Bautista de Toledo.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Ffa7%2F9fa%2F19b%2Ffa79fa19b28ddd1776905240261f5c9f.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Ffa7%2F9fa%2F19b%2Ffa79fa19b28ddd1776905240261f5c9f.jpg)
Después de pasar por varias manos, el fragmento llega a las del médico cordobés Rafael Vázquez de la Plaza que lo pone a la venta con el título ‘Amor sacro y amor profano’, título que mantuvo hasta 1908 en que será rebautizado como ‘Visión del Apocalipsis’. Pío Baroja y Darío de Regoyos habían querido comprar el cuadro, pero las 2500 pesetas que pedían por él se antojaban inalcanzables para la economía de ambos. Zuloaga tuvo más fortuna y lo compró más tarde por mil pesetas, ante el desconcierto de Auguste Rodin, el genial escultor parisino que le acompañó en una de sus visitas a Andalucía, que detestaba la pintura de El Greco.
Con la obra ya en su estudio, Zuloaga la usó de fondo para el lienzo inacabado ‘Mis amigos’ que podemos considerar un retrato de familia de la Generación del 98. En él aparecen, entre otros, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Marañón, Baroja y Juan Belmonte. Zuloaga consideraba al torero sevillano, un miembro más de la generación. En ‘Belmonte en plata’ deja patente, además de su extraordinaria capacidad como retratista, el valor que otorgaba al toreo (algún descendiente suyo dijo que, de no haber sido un buen pintor, habría sido un mal torero).
Pero para retrato portentoso, sin menospreciar muchos de los magníficos que jalonan su producción (‘Bailaora Antonia La gallega’, ‘Madame Malinowska’, ‘Picador El coriano’, etc.), el retrato de grupo ‘Gallito y su familia’ o ‘La familia del torero gitano’, una soberbia obra en la que retrata a la familia del malogrado torero de Gelves con un tratamiento del color, una aplicación de la materia y una composición absolutamente magistrales. Suerte tienen en la Hispanic Society de Nueva York de tenerla. Muchas de las más de medio centenar de obras pintadas en Sevilla están repartidas por museos y colecciones privadas de todo el mundo.
Ese Zuloaga fascinado por la tauromaquia, influenciado por la estética andaluza de gitanos, flamencas, toreros, bailaoras, le lleva, irremediablemente, al mundo del cante jondo y, así, le encontramos ayudando a su amigo Manuel de Falla para organizar el Concurso de Cante Jondo de Granada. Tanto se implicó el pintor en el proyecto de su amigo que, en un delicioso telegrama en el que entrevera el idioma caló con el castellano, se compromete a pagar 1000 pesetas a quien cante la mejor seguiriya gitana. Aquel mensaje será respondido en el mismo tono por Lorca, que también andaba metido en el proyecto de Falla con Turina y Juan Ramón Jiménez, entre otros. Zuloaga y Falla mantendrían su amistad hasta la muerte del pintor. En una de las estancia del compositor gaditano en la casa de Zuloaga en Zumaia, le haría un retrato que forma parte de la vida de todos los que conocimos la peseta. Inolvidable es la imagen de Falla en los billetes de 100 pesetas, ¿verdad?
Le costó a Zuloaga ser profeta en su tierra, pero finalmente consiguió ser considerado uno de los últimos grandes maestros del arte español. Y, como en tantos otros grandes maestros, Andalucía fue testigo de su vida y protagonista de su obra.
Ignacio Zuloaga ‘El Pintor', así se anunciaba en el cartel de la corrida de la plaza de toros de la Escuela Taurina de Sevilla un 17 de abril de 1897 el extraordinario artista eibarrés. Me viene este episodio de la vida de Zuloaga al hilo de la exposición ‘Del Greco a Zuloaga'. Obras maestras del arte español en el Museo de Bellas Artes de Bilbao’ que se inauguró la semana pasada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. El Greco y Zuloaga, un vínculo que conecta a dos artistas separados por quinientos años pero unidos en una estética siempre moderna en su tiempo.