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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Epílogo

Cierro los ojos y me dejo envolver por la grandiosidad de San Luis de los Franceses, que en su concepción y simbología, quiere rememorar el Templo de Salomón. Aquí escribo el epílogo de esta historia y de todas las que les he contado

Foto: Vista de la portada de la iglesia de San Luis de los Franceses. (EFE/Juan Ferreras)
Vista de la portada de la iglesia de San Luis de los Franceses. (EFE/Juan Ferreras)
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El día había amanecido con un velo de hielo como sábana. Apresuraba los pasos por San Luis, antiguo cardo máximo de la Sevilla romana, intentando desentumecer un cuerpo aterido por el huérfano grado que anunciaban los termómetros de la ciudad. A la altura de la iglesia de San Marcos, siempre parada obligatoria, la sebka de la hermosa torre quedaba una vez más grabada en la retina de mis ojos empañados por el frío polar. A pesar de conocer cada palmo de la calle, siempre espero con cierto nerviosismo el encuentro visual con la fachada imponente del templo jesuita.

San Luis de los Franceses es ese amor que siempre te está esperando con una sonrisa y flores frescas. A estas alturas de la película, ya sabrán que soy una romántica sin remisión.

La cita de aquel día fue especial. El pasado martes 14, el presidente de la Diputación de Sevilla, Javier Fernández, inauguraba junto a Casimiro Fernández, titular de Cultura, la exposición permanente Patrimonio Histórico de la Diputación de Sevilla 1500-1900 Arte y Beneficencia, una muestra comisariada por el historiador y académico Juan Luis Ravé en la que, a través de más de cien obras, podemos admirar el patrimonio atesorado por los hospitales sevillanos durante la Edad Moderna con siete salas en las que destaca, además, una cuidada y acertada museografía que denota una sensibilidad extraordinaria a la hora de integrar el material expositivo en un lugar con unas características tan extraordinarias como es el histórico noviciado jesuita.

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Con obras de Juan de Roelas, Duque Cornejo (tan ligado a la intrahistoria de San Luis), Domingo Martínez, Alonso Miguel Tovar (atribución), Valeriano Domínguez Bécquer, etc, el complejo monumental de San Luis se convierte en un espacio museístico de primerísimo nivel. La exposición representa un hito en la conservación y difusión del patrimonio histórico de Sevilla, permitiendo al público acceder a obras que han estado almacenadas durante años y que han sido sometidas durante una década a un laborioso proceso de restauración que nos permite contemplarlas en unas condiciones magníficas.

Escultura, pintura, orfebrería, platería y textiles riquísimos, nos cuentan a través de los tiempos historias de enfermedad, miseria y muerte tan características de la mentalidad barroca y medieval. Historias recogidas entre las paredes de los hospitales sevillanos que actuaban como asilos de personas necesitadas o como refugios para enfermos a los que, más que sanar el cuerpo, se les proporcionaba una cura para las enfermedades del alma a través del culto divino.

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El propio conjunto de San Luis tuvo su pasado como Hospicio para niños tras la expulsión definitiva de los jesuitas con la Desamortización de 1835.

Con la integración en el complejo de la exposición permanente, se convierte en un contenedor histórico y artístico que es una oda a la Historia y a la Historia del Arte en la ciudad.

El Noviciado de San Luis de los Franceses goza de una historia bastante enraizada en el comienzo del siglo XVII en Sevilla. La Compañía de Jesús había llegado a la ciudad en 1554, y la construcción del noviciado supone la consolidación del asentamiento de la orden en la urbe. Del impacto de la belleza en quienes pudieron contemplar la iglesia del noviciado tras su inauguración en 1731 nos habla el calificativo "del orbe, la octava maravilla".

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El origen tiene nombre de mujer: Luisa de Medina. Luisa cumple el deseo que le había transmitido su marido antes de morir de fundar un noviciado jesuita, así lo había dispuesto en testamento. En 1603, la Compañía compró casas en la collación de Santa Marina que anteriormente pertenecieron a los duques de Alcalá. La institución se dedicó a San Luis, rey de Francia, en honor a la fundadora, aunque también se ha sugerido que esta elección buscaba fortalecer las relaciones con la nueva monarquía borbónica encarnada en la figura de Felipe V, nieto de Luis XIV.

La iglesia que hoy conocemos, que nos arrebata con la belleza de los retablos de Duque Cornejo y nos ampara bajo la grandiosa cúpula decorada con las pinturas murales de Lucas Valdés, inició su construcción en 1699. El diseño se atribuye al padre de la arquitectura barroca en Sevilla, al magistral arquitecto Leonardo de Figueroa, aunque la planta fue impuesta por la Compañía de Jesús, cuyos emisarios enviados a Roma se trajeron en sus diseños un trozo de la Ciudad Eterna a Sevilla.

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El noviciado de San Luis de los Franceses jugó un papel importante en las políticas expansionistas de la Compañía de Jesús y acogió a candidatos a profesos durante al menos tres años. Su importancia fue más allá de los límites de la ciudad ya que formó a los jesuitas destinados a territorios de ultramar.

Poco más de 30 años pudo disfrutar la compañía de sus bellísimas instalaciones. En 1767 les llegaría el decreto de expulsión fulminante de Carlos III . Los jesuitas se vieron obligados a abandonar el noviciado. Regresaron brevemente en 1817 y definitivamente hubieron de marcharse en 1835. Desde entonces, el edificio ha sido utilizado para una variedad de propósitos, incluyendo como seminario, convento franciscano y el hospicio comentado. Tras un largo periodo de olvido, la Diputación se encargó de su titularidad y ha centrado sus esfuerzos en recuperar una joya artística inconmensurable. La colección permanente es una muestra más de su compromiso.

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Cierro los ojos y me dejo envolver por la grandiosidad de la iglesia que, en su concepción y simbología, quiere rememorar el Templo de Salomón. "Casa de la sabiduría sazonada por la ciencia". Los lienzos de Domingos Martínez han vuelto a su lugar original en la, hasta hace poco, desnuda sacristía. Qué emocionante es ser testigo de la vuelta a casa. Recorro los pasillos. La luz blanca, pura, limpia, radiante, infunde paz en el alma. Llego a la capilla doméstica. Los ojos y el corazón ya saben el camino. Bajo la bóveda del presbiterio, ángeles músicos sobre mi cabeza, suena el oboe de Gabriel.

Aquí escribo el epílogo de esta historia y de todas las que les he contado durante tres años.

Fue un placer ver crecer con su compañía los lirios de Astarté en la tierra de nuestra Andalucía.

Agradecida y afortunada.

El día había amanecido con un velo de hielo como sábana. Apresuraba los pasos por San Luis, antiguo cardo máximo de la Sevilla romana, intentando desentumecer un cuerpo aterido por el huérfano grado que anunciaban los termómetros de la ciudad. A la altura de la iglesia de San Marcos, siempre parada obligatoria, la sebka de la hermosa torre quedaba una vez más grabada en la retina de mis ojos empañados por el frío polar. A pesar de conocer cada palmo de la calle, siempre espero con cierto nerviosismo el encuentro visual con la fachada imponente del templo jesuita.

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