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La pequeña cárcel de CiU
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Álvaro Robles Cartes

Ángulo Inverso

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La pequeña cárcel de CiU

Con boina o con Blackberry no es fácil ser nacionalista en el siglo XXI. Una cosa es preservar el paisaje propio con la boina calada, renunciar a

Con boina o con Blackberry no es fácil ser nacionalista en el siglo XXI. Una cosa es preservar el paisaje propio con la boina calada, renunciar a la Alta Velocidad y conseguir que las centrales nucleares estén en casa del vecino. Añorar el pasado y pretender no necesitar más cosas que las que el lenguaje ancestral era capaz de nombrar: el buen salvaje disfrutando del estado de Bienestar con la frontera electrificada. Un buen sueño.

Otra cosa diferente es el nacionalismo de blackberry, traje oscuro y gafas de pasta, discurso cuajado de anglicismos y estética globalizada que se contradice a cada paso con su razón de ser identitaria. Asumir la globalización y su inherente permeabilidad económica y cultural es aceptar que una creciente parte de la realidad carece de declinación local. Cuando son cada vez más los españoles que respiran aliviados al ver decrecer las competencias estatales a manos de un directorio europeo, los partidos nacionalistas, en bicicleta y dirección contraria, continúan reclamando más competencias. Ignorantes de que han devenido en partidos temáticos, como el de los jubilados o el sexo libre, cada vez tienen ideas propias sobre menos cosas y más discurso prestado sobre el resto. Tal vez por ello, en Quebec están a punto de claudicar, aunque en Cataluña, con boina o blackberry, muchos perseveran todavía en el intento.

El presidente Mas ha presentado sus objetivos para la legislatura: el Pla de Govern 2011-14. Una fulla de ruta razonable, centrada en lo que toca hacer y estructurada en 64 ámbitos de actuación. Sorprende en positivo, para alguien no nacionalista, el escaso peso que un Gobierno soberanista concede al apartado “Nación, lengua y cultura”. Si excluimos de él la empecinada reclamación del Pacto Fiscal, que debería ir en el apartado de economía -si se deseara alcanzarlo y no protestar por su fracaso-, el rubro quedaría limitado a estos cuatro objetivos:

I. Conseguir nuevas cotas de soberanía. Toda una píldora de frescura.

II. Lograr una política lingüística de prestigio. Loable objetivo y contrario, por cierto, a la imposición.

III. Buscar la máxima centralidad de la cultura en la dinámica social. Pretenciosa y sibilina aspiración, pues no se trata de leer masivamente a Kierkegaard ni de enseñar logaritmos a los catalanes, sino de reforzar la frontera con el rotulador cultural.

IV. Situar a Cataluña en el mundo como actor global. Aquí mejoraremos. Aunque el enunciado global, Cataluña y actor nos condujera a Nacho Vidal en cueros (Mataró, 1973), sería imposible rebasar las cotas alcanzadas por el ex embajador Carod Rovira.

CIU tiene hoy un reto metafísico no pequeño si quiere tomar la iniciativa política. Reservado ad eternum el papel de malos catalanes para los populares, ha de explicar a los ciudadanos de Cataluña desde su posición soberanista que no ha sido Madrid, sino el nacionalismo catalán elevado al cubo del tripartito

Ironías al margen, incluso con su potente carga identitaria, se trata de 4 disposiciones de 64. Apenas un 6% del programa. Si en esta legislatura Cataluña dedicara solo una de cada dieciséis horas de trabajo parlamentario a cuestiones identitarias daría tal salto cuántico la productividad de sus diputados que todo sería posible. La recuperación de la economía, la creación de prosperidad y la liberación de la frustración social. TV3 hablaría de cuestiones nacionales solo una hora de cada dieciséis, los diarios dedicarían a los agravios del centralismo solo una página de cada dos cuadernillos y en la calle sólo una sobremesa cada dos semanas largas se dedicaría a discusiones estériles. Un paraíso.

Pero la cabra (acaban de recuperarse en Lleida 40 ejemplares de cabra catalana, que se creía extinguida desde 2005) tira al monte. Ésta en su naturaleza. Ejemplo: el Govern se define como bussines friendly. En los países que usan ese idioma, ello implica no multar a los comerciantes que rotulan sus comercios en lengua oficial, no perjudicar a los empresarios de otra región subvencionando a los locales o no fraccionar el mercado dificultando el acceso a  las licitaciones publicas a las empresas no residentes, encareciendo en el camino el coste de los servicios para los catalanes.

Sigamos monte arriba. El Gobierno catalán se ha enfrentado con decisión a un presupuesto descontrolado e insostenible con la sana intención de equilibrar las cuentas. Descartados los recortes en presupuesto militar (fue Samuelson el que sintetizo la elección publica entre el gasto en “cañones o mantequilla”), la propuesta también deja a salvo la manteca identitaria de TV3, corporaciones catalanas de medios, embajadas, selecciones deportivas y política lingüística, para rebañar en las grandes partidas, Sanidad y Educación, provocando un descontento que los verdaderos causantes del desaguisado, los que gobernaron antes, espolean irresponsablemente ante los colectivos indignados. Pero lo hacen, a conciencia y con indecente impunidad, porque el Govern está maniatado, y aún más por la ideología que por la penuria presupuestaria.

Atrapada en la cárcel de su planteamiento nacionalista integral, victimista y reivindicativo, CIU está pagando su renuncia a una dialéctica política occidental: socialdemocracia vs. liberalismo; sustituida hace lustros por un único eje de tensión: centralismo español vs. soberanía, aderezado con efluvios democristianos.

CIU tiene hoy un reto metafísico no pequeño si quiere tomar la iniciativa política. Reservado ad eternum el papel de malos catalanes para los populares, ha de explicar a los ciudadanos de Cataluña desde su posición soberanista que no ha sido Madrid, sino el nacionalismo catalán elevado al cubo del tripartito, el que, democráticamente y con más recursos que nunca, ha quebrado el país. Los culpables son de casa, siguieron el manual del victimista expoliado y quien no llevaba barretina tenía una blackberry. Complicado explicarlo.

Con boina o con Blackberry no es fácil ser nacionalista en el siglo XXI. Una cosa es preservar el paisaje propio con la boina calada, renunciar a la Alta Velocidad y conseguir que las centrales nucleares estén en casa del vecino. Añorar el pasado y pretender no necesitar más cosas que las que el lenguaje ancestral era capaz de nombrar: el buen salvaje disfrutando del estado de Bienestar con la frontera electrificada. Un buen sueño.

CiU Nacionalismo Generalitat de Cataluña