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Meando contra el viento en la Diada
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Álvaro Robles Cartes

Ángulo Inverso

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Meando contra el viento en la Diada

Es tradicional que el digno recuerdo del Once de Septiembre se complemente con actividades, discursos y provocaciones desde el nacionalismo más o menos radical. A menudo,

Es tradicional que el digno recuerdo del Once de Septiembre se complemente con actividades, discursos y provocaciones desde el nacionalismo más o menos radical. A menudo, sus instigadores no reparan en el hecho de que gobiernan, viajan en coche oficial y gastan nuestros impuestos gracias al orden constitucional que les legitima (y contra el que tan ardorosamente combaten) y despachan la efeméride revisitando los lugares comunes con tópicos reivindicativos conocidos y más o menos descontados: la amenaza a la cultura catalana, a su lengua, al autogobierno y al Estado del bienestar en general.

Este Once de Septiembre es distinto.  Cataluña está en quiebra y refinanciada por su Estado opresor, y el trazo de cualquier discurso victimista requiere un plus de sutileza. La demagogia no es lo mismo, pero es más fácil de encontrar. Como aperitivo, la petición urgente de 5.000 millones al Gobierno central para refinanciar vencimientos y cubrir el agujero contable mensual de la Generalitat no es tal, ha dicho Homs, días después de llamar macarra a Montoro; es la “devolución de impuestos catalanes gravados en exceso y retenidos en Madrid”.

Por supuesto, a cambio del rescate no cabe contraprestación política alguna. A Rajoy no se le había ocurrido presentárselo así a Merkel para gestionar el paquete español, y eso que España es ya contribuyente neta a la UE. Pero para un nacionalista pedir dinero a su estilo podría parecer servil y humillante.

Lo dicen el BCE, el FMI, la CE, los mercados financieros, la prensa internacional y los máximos representantes de los principales países de nuestro entorno: Cataluña antes que víctima es, con su déficit y con los vencimientos de sus empréstitos, una parte importante del problema español y, por lo tanto, una amenaza para el euro.Corrigiendo actitudes pasadas, Artur Mas no se manifestará físicamente tras la pancarta ¨Cataluña, próximo Estado de Europa¨.  Sí lo hará alguno de sus consejeros para encontrarse con el ánima del president (que, según declaración propia, asistirá espiritualmente) y probablemente -de modo carnal- también con diputados del PSC,  aunque la facción oficial del partido condene sus excesos. Al que especula, Dios le ayuda, deben pensar unos y otros tras décadas de éxito cultivando la fórmula de cubrir los riesgos apostando el capital que les dan las urnas en posiciones antagónicas.

Introducir el criterio de ordinalidad en un pacto fiscal para que las comunidades autónomas no alteren el orden de prelación de sus rentas tras el pago de impuestos es un objetivo sensato.  Ahí debiera terminar el contencioso con el Gobierno central. Pero ese es un agravio que puede tasarse e incluso enmendarse y, por lo tanto, es insuficiente para mantener henchidas las velas de la insatisfacción permanente y al votante nacional victimista movilizado. Hace falta más madera, dice el manual.

Lo cierto, sin embargo, es que las condiciones de contorno se han endurecido tanto y en tan poco tiempo para el Gobierno catalán que el choque de trenes (con el Ejecutivo español) con el que amenazaban algunos políticos y periodistas y del que responsablemente nos prevenían otros, es un escenario improbable. Las rodalies (cercanías) catalanas no colisionarían contra la herrumbrosa RENFE, sino contra los Grandes Expresos Europeos.

Así se deduce no de los titulares de la caverna mediática madrileña, sino los dictámenes y opiniones de entidades del máximo prestigio entre el europeísta establishment convergente. No es Intereconomía, son las agencias internacionales de rating, con Moody´s y Standard & Poor´s calificando de bono basura la deuda emitida por la Generalitat. Son  el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional,  la Comisión Europea, los mercados financieros , la prensa internacional y los máximos representantes de los principales países de nuestro entorno: Cataluña antes que víctima es, con su déficit y con los vencimientos  de sus empréstitos, una parte importante del problema español y, por lo tanto, una amenaza para el euro.

La estrategia defensiva del president previniendo el rescate ha sido errática. Confundió el prestigio de la marca internacional Barcelona con la situación real de Cataluña. Culpó a España de su quiebra en lugar de responsabilizar a sus propios gobiernos, que llevaron la deuda hasta los 40.000 millones antes de que el de Mas sumara un pico adicional con su gestión.  Intentó sin éxito abanderar un movimiento de corte comunero de las comunidades contra el Estado en el Consejo de Política Fiscal y solo añadió a su voto el de Andalucía, tantas veces denostada desde sus filas. Ha recibido críticas y recelos de otras comunidades y ha fracasado clamorosamente en la búsqueda de apoyo internacional -político y financiero- a su causa. Hasta dentro de casa se acepta que una Cataluña Independiente (Sala i Martí) con esa herencia habría sido ya intervenida.  

Elecciones, no por ahora

En estas circunstancias, anticipar elecciones parece más una amenaza que una urgencia. Subrayar el monotemático eslogan electoral del agravio ante España, su avalista y único banco (Mas Colell a la BBC) rebelándose contra Madrid significa disparar al Estado en la pierna propia. Y pugnar ahora por una mayoría absoluta para ser percibido como el responsable exclusivo de que Cataluña no llegue a fin de mes no es inteligente. Otra cosa es que el PP no facilite aprobar los presupuestos de 2013. La prórroga de los mismos impediría emprender nuevos recortes y todo podría pasar.

España no saldrá de la crisis sin Cataluña. Mas acierta al decirlo, pero a estas alturas no es el único que sabe que lo contrario también es cierto. Las posibilidades de Cataluña sin España son cero. España hoy no es el agua pútrida que ahoga a Cataluña, que decía Oriol Pujol en la convención de su partido en Reus. Es el agua -tirando a sucia, eso es cierto- sobre la que todavía flotan su administración y su Gobierno.

Es tradicional que el digno recuerdo del Once de Septiembre se complemente con actividades, discursos y provocaciones desde el nacionalismo más o menos radical. A menudo, sus instigadores no reparan en el hecho de que gobiernan, viajan en coche oficial y gastan nuestros impuestos gracias al orden constitucional que les legitima (y contra el que tan ardorosamente combaten) y despachan la efeméride revisitando los lugares comunes con tópicos reivindicativos conocidos y más o menos descontados: la amenaza a la cultura catalana, a su lengua, al autogobierno y al Estado del bienestar en general.