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Combatiendo un Imaginario (a veces) imaginario
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Álvaro Robles Cartes

Ángulo Inverso

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Combatiendo un Imaginario (a veces) imaginario

Rajoy puso el broche al debate catalán en el último estado de la nación, insistiendo en sus tesis del discurso barcelonés de enero. Si alguien quiere diálogo, puede llamar

Rajoy puso el broche al debate catalán en el último estado de la nación, insistiendo en sus tesis del discurso barcelonés de enero. Si alguien quiere diálogo, puede llamar a Moncloa, pedir cita y proponer agenda. No será el presidente del Gobierno el que llame a Mas ni el que haga una contraoferta a propuestas que, dificultades de encaje legal al margen, constituyen una provocación irresponsable y una deslealtad. Rajoy no va a arrojarle la cuerda a Mas para sacarle del pozo. ¿Choque de trenes o descarrilamiento del más pequeño? Pronto lo veremos.

El Gobierno ha gestionado la carpeta catalana con menor audacia que la demostrada en asuntos como el relato de la recuperación económica o en el proyecto de alivio fiscal, anunciado literalmente al día siguiente de subir los impuestos. Una pena, porque tras las torpezas institucionales del último estatuto, los catalanes no necesitaban nuevos agravios en su imaginario colectivo, aunque este sea, como el número complejo, ¨mitad real y mitad… imaginario¨.

Las aguas, sin embargo, volverán a su cauce, la pasta de dientes a su tubo y Mas, probablemente, a su casa, con menos gloria de la que muchos auguraban. Pero precisamente porque el Estado va a ganar el pulso, la conllevancia continúa y con ella un problema estructural (perpetuo, decía el mismo Ortega) al que convendría darle un tratamiento serio, continuo y sereno. Tras el tricentenario de 1714, y aunque probablemente haya otras mil setecientas recetas, si yo fuese Rajoy, aplicaría estas catorce:

  • 1.  Formar un equipo en la sombra que aglutine estrategias, fabrique ideas y siga la actualidad catalana. Que anticipe los acontecimientos y eleve propuestas. Es inconcebible que el Gobierno vaya a remolque de un adversario  con tantas  limitaciones políticas y financieras.
  • 2.  Presupuesto. El PIB catalán ronda los 200.000 millones de euros. Esto es lo que nos jugamos. El 20% de la actividad económica y unos ingresos impositivos entre 70.000 y 90.000 millones. ¿Es descabellado destinar unos cientos de ellos a desarrollar una estrategia por la unidad?
  • 3. Papel activo en la comunicación. La suma de ayudas institucionales de la Generalitat a la prensa y el presupuesto para compra de ejemplares y publicidad son peanuts. La Corporación de Medios (295 millones) es otra cosa, aunque perfectamente comparable al 20% del presupuesto de RTVE de 940 millones. Aumentar su escuálido share (por debajo del de TVE3, T-5 y A3) con talento y, si es necesario, con más presupuesto debería ser una prioridad.  
  • 4. Marcos conceptuales. En pocos meses, muchos catalanes han incorporado a sus razonamientos conceptos sesgados como los enmarcados en "expolio fiscal", "proceso soberanista", "derecho a decidir"  o "choque de trenes"Frames fantásticos. Mientras, el aparato institucional del Estado se empleaba a fondo ahormando el marco neurolingüístico del televidente para modificar gentilicios ("ucranios", "kenianos") y normalizar la "ciclogénesis explosiva".
  • 5. Fomento del debate de ideas. Mientras no haya un pacto estable con los partidos nacionalistas y estos consoliden lo pactado como la casilla de salida de su próxima reivindicación, es perfectamente legítimo defender la opción contraria. Esta no es menos involutiva que la nacionalista revolucionaria.
  • 6. Ejemplaridad. El desempeño de la responsabilidad política y judicial en la Administración central debe ser impecable. Si un argumento procentralista es que el reparto de competencias favorece la corrupción, ¿por qué el Estado central no puede demostrar su superioridad moral?
  • 7. Persecución del fraude político (y sindical) en todos los extremos de la Administración. Corruptelas como las del Palau de la Música encarecen las obras públicas de los catalanes. Casos como el de los ERE andaluces malversan dinero de cualquier español que consuma o pague IRPF.
  • 8.  Inclusión de voces ajenas a la política que expresen los valores de la unidad, concordia y convivencia pacífica. De líderes empresariales y de opinión, pero también del deporte, gastronomía, ciencias, actualidad y cultura.
  • 9. Normalidad institucional, lo que incluye aplicar las sentencias judiciales, evitando torpezas como el amago de censura de las balanzas fiscales.
  • 10. El Ministerio de Asuntos Exteriores debe servir para neutralizar la ofensiva internacional del independentismo, no como su interlocutor.
  • 11. Escarmentar de ciertos pactos. CiU no es un mal menor para quien gobierne en Madrid. Allí, Duran no se ha ganado el representar a España por el mundo desde la Comisión de Exteriores. Y se engaña quien quiera creer en su moderación en Cataluña frente al riesgo de inestabilidad institucional de Esquerra. Si Junqueras llega a la Generalitat no será por la fábrica de independentistas de Madrid, sino por la que gerencia Artur Mas.
  • 12. La política catalana debe alumbrarse en Barcelona, no en Madrid. Sin complejo de inferioridad frente a nadie y sin urgencias, pero sin incoherencias.
  • 13. Modelo de financiación justo. La solidaridad interregional es una cosa y los bombeos de fondos sin solución de continuidad, sin auditoría y sin un carácter finalista, otra. Si es cierto que los territorios no pagan impuestos, ¿por qué los reciben? ¿Cuánto han convergido con Europa las regiones españolas receptoras de esta financiación tras 30 años?
  • 14. Aumentar la presencia en el debate de la figura del señor de Balaguerconde de Cervera, duque de Montblanc y príncipe de Gerona. Los nacionalistas, que basan la legitimidad de sus demandas en la historia, deben inclinarse ante un símbolo difícilmente superable de rango y tradición.

Rajoy puso el broche al debate catalán en el último estado de la nación, insistiendo en sus tesis del discurso barcelonés de enero. Si alguien quiere diálogo, puede llamar a Moncloa, pedir cita y proponer agenda. No será el presidente del Gobierno el que llame a Mas ni el que haga una contraoferta a propuestas que, dificultades de encaje legal al margen, constituyen una provocación irresponsable y una deslealtad. Rajoy no va a arrojarle la cuerda a Mas para sacarle del pozo. ¿Choque de trenes o descarrilamiento del más pequeño? Pronto lo veremos.

Artur Mas Cataluña Mariano Rajoy CiU