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'El proceso' ('El procés'), 'the movie'
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Álvaro Robles Cartes

Ángulo Inverso

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'El proceso' ('El procés'), 'the movie'

La cinta "El proceso", de Orson Wells, superó al libro original de Kafka en el ranking del recuerdo colectivo, como atestiguan los buscadores de internet. Cuatro décadas más

La cinta El proceso, de Orson Wells, superó al libro original de Kafka en el ranking del recuerdo colectivo, como atestiguan los buscadores de internet. Cuatro décadas más tarde, Artur Mas parece empecinado en que El proceso que él mismo lidera reemplace al de Wells como primera entrada en Google. Sucede que su película, pese a la concurrencia de no pocos elementos kafkianos, se sitúa en las antípodas de la genialidad y resulta bastante más tediosa y previsible que la del orondo director norteamericano. Aunque algunos pasajes consigan también dar miedo.

Si han ido al cine recientemente, habrán notado que las palomitas se le acaban pronto y que las posaderas se le resienten con la trama a medio desarrollar. Que, al salir, el precio del parking es inexplicablemente caro y que resulta difícil no llegar tarde a cenar. Son las tendencias actuales de Hollywood. Los productores invierten en obras de mayor duración. En metrajes que no aguanta cualquier película. A la de Artur Mas, por ejemplo, le falta trabajo de guion  para estirarla por encima de dos años de legisltaura temática.

El argumento era poco creíble, aunque atractivo. ¨Un país imperialista, decadente y lleno de holgazanes sojuzga a un próspero y laborioso pueblo milenario, expoliándolo con tributos confiscatorios y prohibiendo su lengua, cultura y tradiciones más arraigadas. Tras siglos de convivencia infructuosa, el pueblo entero se levanta espontáneamente contra el opresor, aclamando unánimemente al caudillo Mas como líder rebelde. Este, tras inteligentes peripecias y no pocas tribulaciones, logra heroicamente la gesta de liberarse del yugo opresor, concitando el aplauso de los suyos y la admiración y reconocimiento de las principales potencias extranjeras¨.

Mediada la cinta, el protagonista ha perdido el apoyo mayoritario de los suyos, asiste a la deserción de la causa de hombres influyentes y cosecha la crítica de las potencias extranjeras con las que buscaba congraciarse

Lamentablemente, ni guion, ni casting, ni interpretación alcanzan las expectativas de la superproducción catalana, pese a la expectación creada por un marketing, este sí, profesional. La película, financiada con los impuestos y deuda del pueblo oprimido, resulta fallida.

Sería muy duro que sus productores entendieran que adolece de los mismos males que buena parte del cine español. No hablamos de las restricciones del casting, de la previsibilidad, de la ensalada de lugares comunes, de la ausencia de imaginación, de la falta de registro de la mayoría de los actores, de la politización de la nimiedad o de la autocomplacencia. Es peor. Se trata de la imposibilidad de superar la incredulidad (suspension of disbelief), ese pacto de aparcamiento voluntario de la racionalidad  por el que el espectador consiente en implicarse emocionalmente en una historia que sabe inventada.

Por ejemplo, pese a la simpatía que despierta la causa, las imágenes muestran que los rebeldes están bastante bien instalados en la corte opresora. Además, son sus representantes en los territorios coloniales ocupados y como tales gozan de opulentas prerrogativas y prebendas. Por otro lado, no es que los imperialistas no sean suficientemente perversos, condición de la que nadie duda, pero lo más recalcitrante que se les ve hacer en pantalla es reaccionar con pereza a las provocaciones. Tal vez arteramente, se limitan a invocar el peso de las leyes y de diferentes tratados, mientras dan muestras de respeto a los insurgentes.

Tras agotarse las vías parlamentaria y judicial, cuando aún quedan seis meses para consumar la amenaza (el referéndum ilegal de noviembre), hasta los espectadores más jóvenes sienten que han pagado la entrada para asistir al enésimo 'remake' de una película cuyo final han visto

El caudillo rebelde, por su parte, parece ansioso por irrumpir en la historia entre las aclamaciones de su pueblo, pero no se le ve muy dispuesto a dejarse apresar y desaprovecha sus arranques de ingenio en escaramuzas de corto recorrido. Dirige sus bulliciosos ejércitos desde la retaguardia acercándose lo justo a Madrid y se prodiga en la práctica de la provocación oportunista jaleado por sus leales. La película va de más a menos; los guionistas no consiguen mantener la solemnidad y el tono heroico de los primeros compases del filme. El líder de la resistencia agota pronto su arsenal de invectivas, insultos y demostraciones de fuerza sin que los imperialistas parezcan darse por enterados. Así, mediada la cinta, el protagonista ha perdido el apoyo mayoritario de los suyos, asiste a la deserción de la causa de hombres influyentes y cosecha la crítica de las potencias extranjeras con las que buscaba congraciarse. Incluso llega a sembrar la duda entre algunos botafumeiros que –tal vez debido a la crisis– simultanean en pantalla tal oficio con el de cronista de la actualidad.

Tras agotarse las vías parlamentaria y judicial, cuando aún quedan seis meses para consumar la amenaza (el referéndum ilegal de noviembre), hasta los espectadores más jóvenes sienten que han pagado la entrada para asistir al enésimo remake de una película cuyo final han visto. Más dinero para los territorios ocupados, consulta reconvertida en elecciones plebiscitarias (las segundas consecutivas) y prórroga de acomodo en el establishment a los políticos rebeldes a cambio de que moderen la kale borroka institucional.  

Un desenlace triste para todos, en especial para los políticos y candidatos a embajadas y carteras ministeriales del estado no nato.

Los productores fracasados podrían inspirarse en películas del tipo Ocho apellidos vascos para introducir un aderezo de comedia que, sin ser brillante, dotaría de un soplo de aire fresco y de humor a la eterna letanía. Pero no lo harán, porque creen que el agravio es más útil para rentabilizar la diferencia y porque el formato de pantalla grande les ha venido eso, un poco holgado. Lo que dominan, en cambio, es la serie televisiva. Una serie, española, claro –no vamos a convertir a Homs en Aaron Sorkin–. Una serie al estilo Cuéntame de TVE, que narra con corrección política actualizada ficción sin descanso y sin final, porque hace tiempo que discurre en paralelo a la realidad. De hecho, los capítulos de la temporada 14-15 están en cocina y se estrenarán tras la consulta del 9 de noviembre, fecha en la que cayó el muro de Berlín y caerá el telón de este bodrio de proceso. Una pena que asistamos a otro falso final y que la comedia no sea finita.

Soñemos al menos con que, conociendo el desenlace, El proceso se estrelle con el share y nos lo quiten del prime time de cada día para acompañar en el horario de madrugada a los falsos videntes del tarot y a los remedios milagrosos de teletienda, su lugar natural en la parrilla.

La cinta El proceso, de Orson Wells, superó al libro original de Kafka en el ranking del recuerdo colectivo, como atestiguan los buscadores de internet. Cuatro décadas más tarde, Artur Mas parece empecinado en que El proceso que él mismo lidera reemplace al de Wells como primera entrada en Google. Sucede que su película, pese a la concurrencia de no pocos elementos kafkianos, se sitúa en las antípodas de la genialidad y resulta bastante más tediosa y previsible que la del orondo director norteamericano. Aunque algunos pasajes consigan también dar miedo.

Artur Mas