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La república independiente y la 'performance' de la desconexión
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Álvaro Robles Cartes

Ángulo Inverso

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La república independiente y la 'performance' de la desconexión

La solemne desconexión del Parlament ha confirmado su mera condición de política espectáculo tras los recursos al Supremo y al Tribunal Constitucional, despreciado en la propia declaración

Foto: El presidente catalán en funciones, Artur Mas. (EFE)
El presidente catalán en funciones, Artur Mas. (EFE)

La solemne declaración rupturista del Parlament -solemne y al tiempo histórica, como cada 'performance' independentista- coronada con un "visca la república de Catalunya" pareció marcar un punto de inflexión en el 'procés'. La presidenta de la Cámara despejaba nuestras dudas aclarando que el inminente Estado catalán adoptaría con su nacimiento la forma de república. Parecía que los eternos minutos basura de la pachanga independentista encaraban la hora de la verdad. El paraíso no tomaría la forma de dictadura militar sin ejército, ni daría trabajo a la casa Borbón. No, sería una república. La república- 'indepe', por supuesto- de su casa.

A falta de lograr inspiración en las instituciones políticas que rigen las democracias escandinavas y en su excéntrica costumbre de cumplir las leyes y respetar las mayorías, la heterogénea alianza arrejuntada por el sí proponía incorporar al heroico proceso el próspero modelo de la industria nórdica del mueble, basada en el funcional principio "mónteselo usted mismo".

Una década larga de política catalana monopolizada por los preámbulos, tribulaciones y corolarios del nuevo Estatut -dos tercios de votos para ser modificado- terminaba con su deflagración a manos de los entusiastas representantes del 48% de catalanes. Aun habiendo perdido el plebiscito, había que intentar, cada vez contra más elementos salvar al soldado Mas, que se resiste a seguir los pasos de su padrino Pujol -por ahora padrino político, mientras se confirma la presunta acepción coppoliana del término- y a adoptar el estatus de ex 'molt honorable'. Su reivindicación de la audacia (tal vez del alemán, Audi) como única política para no bajarse ni a empujones de la cabalgadura oficial es una pantomima. Le da lo mismo pactar con la CUP que con el PP, el liberalismo que el comunismo, la monarquía que la república y la ley que la anarquía.

El presidente ha elaborado una estrategia que va con su carácter, cosechar críticas por su inacción mientras sus adversarios cavan su propia sepultura

El presidente del Gobierno, dicen que consumado procastinador que ha cimentado la leyenda de su dominio del tiempo retrasando decisiones, ha dejado que la carpeta catalana alcance un estado de fermentación perceptible a través del olfato. Pero en el camino ha cargado el brazo del Estado. Otros órganos -nunca el Ejecutivo- darán el puñetazo sobre la mesa con el mismo consenso que el logrado en el legendario lapidamiento parlamentario de Juan José Ibarretxe, antesala de su exilio.

El presidente ha elaborado una estrategia que va con su carácter, cosechar críticas por su inacción mientras sus adversarios cavan su propia sepultura. No es solo que la demanda independentista se perciba en una Europa con problemas serios como un capricho provinciano, sino que granjearse la simpatía de la CUP implica coquetear con contingencias penales… y el Estado tiene ya 'autoritas' para exigir respeto.

Sumen, a la opinión de líderes e instituciones internacionales, la de los funcionarios de la Unión Europea, los frutos de la investigación judicial y de la UDEF, el escepticismo de los mercados de capitales, el apoyo del 52% de los catalanes, el consenso de la mayoría de las fuerzas políticas españolas, las dudas de los empresarios, la discrepancia de políticos convergentes y, por fin, las de los medios de comunicación catalanes… incluyendo, albricias, al Grupo Godó.

La república catalana casa mal con la Grandeza de España del editor. Además, es difícil que los gobiernos con la CUP engrasen sus rotativas con la misma prodigalidad que los anteriores, así que era oportuno recordar su compromiso con la Corona y girar 180% su línea editorial en dos portadas. Cargado de razón, eso sí. "No es inteligente. No es justo. No es necesario", sentenció hace ya un mes, avisando con el intermitente editorial de la inminente maniobra de cambio de sentido. "No fue eso lo que se votó el 27-S". Ah, ¿no?

El relativismo oportunista e indisimulado de algunos medios compite con el de la antigua Convergencia -purificada tras su nuevo bautismo como Democracia y Libertad-. A ambos se les puede discutir la audacia, pero no el desparpajo. Ni un mes después de desafiar al Rey, al Gobierno, al Constitucional y a la ley, su portavoz, Homs, se declara convencido de la necesidad de diálogo para separarse por las buenas de España esgrimiendo tiernos sofismas. Dos muestras: España se beneficiaría descargando parte de su deuda en las espaldas catalanas y un tercer Estado ibérico defendería con más fuerza los intereses españoles. Fenómeno.

Los desconectados pegan carteles para acudir al parlamento opresor el 20-D y el Govern suma a su poco crédito político la ausencia de crédito financiero

La solemne desconexión del Parlament ha confirmado su mera condición de política espectáculo tras los recursos al Supremo y al Tribunal Constitucional, despreciado en la propia declaración. Por si fuera poco, los presuntos desconectados se afanan en pegar carteles para acudir al Parlamento opresor el 20-D, y el Gobierno autónomo suma a su escaso crédito político la ausencia de crédito financiero pidiendo recursos al Estado, su único fiador.

Empresas y la sociedad civil, acríticas beneficiarias de los disparates de la política catalana de los últimos 12 años, demandan reverdecer las complicidades sociovergentes. Pero para que el escenario sugerido por el establecimiento cuaje, habría que convocar nuevas elecciones, en las que los 'indepes' se darían una buena bofetada. Será lo penúltimo que hagan, porque Cataluña podría tener mañana presidente si Mas se apartara en beneficio de Romeva. Antes se agotarán las posibilidades de quebrar la unidad de la CUP y se esperará a la pedrea del 20-D en forma de ingobernabilidad española.

Mientras se deshoja la margarita, el Estado incuba una reacción moderada y proporcional contra la amenaza retórica de desconexión republicana

Mas se resiste como gato panza arriba a abandonar la primera línea. Su 'procés' no está regido por la astucia gatuna, pero sus uñas sí son retráctiles. Tras propinar un arañazo al sistema constitucional, puede esconderlas aseadamente. El reto de la próxima cabriola es hacerlo con la complicidad de la CUP, o de parte de la CUP. Hasta el 10 de enero hay tiempo para engatusarles, tal vez con la estrategema de aceptar antes sus demandas sociales que las revolucionarias. Eso sí, en el segundo tramo del mandato presidencial, con Cataluña ya hipotéticamente desconectada. Ello permitiría salvar la cara de los antisistema (o de parte de ellos) con un pacto que incluya su agenda sin dejar en la estacada a ERC, la única que parece creerse de verdad la independencia.

Mientras se deshoja la margarita del pacto con una facción de la CUP o de arrojar de nuevo la bola a la ruleta electoral para ganar otros cuatro o cinco meses, y perder algún escaño más, el Estado incuba una reacción moderada y proporcional contra la amenaza retórica de desconexión republicana. Los artistas de la insurgencia ya saben que una provocación más, sea en forma de 'performance' o de instalación (como la distribución de urnas del 9-N), va a costar cara a su autor.

La reacción institucional podría ser esta vez más proporcional que moderada, por lo que es probable que entremos en un periodo de escasa fertilidad creativa donde obras de menor formato y siempre colectivas sustituyan a las ambiciosas provocaciones de autor. La continua 'performance' de la desconexión está en tregua. Rajoy mantiene la serenidad, el monarca los silencios y los españoles las dudas de que el Senado -encargado de aprobar la aplicación del artículo 155 de la Constitución- sirva para algo. De momento, no hará falta.

La solemne declaración rupturista del Parlament -solemne y al tiempo histórica, como cada 'performance' independentista- coronada con un "visca la república de Catalunya" pareció marcar un punto de inflexión en el 'procés'. La presidenta de la Cámara despejaba nuestras dudas aclarando que el inminente Estado catalán adoptaría con su nacimiento la forma de república. Parecía que los eternos minutos basura de la pachanga independentista encaraban la hora de la verdad. El paraíso no tomaría la forma de dictadura militar sin ejército, ni daría trabajo a la casa Borbón. No, sería una república. La república- 'indepe', por supuesto- de su casa.

Artur Mas